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La enfermera me entregó a Andy por segunda vez, luego de la revisión del neonatólogo. Yo, tan nerviosa o tan emocionada, lo primero que hice fue sostenerlo bien cerca de mi cuerpo que yacía dolorido por las contracciones. No sé si estuve así algunos segundos o varios minutos.
Me di cuenta de que solo lo abrazaba y me pregunté cómo era posible que no le hubiese ofrecido el pecho inmediatamente. Entonces lo hice. Con muchísimo trabajo, porque el dolor del vientre, la incomodidad del apósito recogiendo la sangre luego del parto y una vena del brazo derecho canalizada con un suero goteando insistentemente no son obstáculos que una esté acostumbrada a sortear.
Cuando te entregan al bebé, ¡te lo entregan! Es tuyo. A partir de ahí se espera que sepas lo que tienes que hacer. El personal médico y asistencial está ocupado atendiendo a mujeres a punto de parir; no se quedan un minuto a tu lado para ayudarte a colocar al bebé al pecho, velar porque el agarre sea el correcto y de verdad esté succionando. Pasada la prueba de fuego, digo, del parto, toca seguir al siguiente nivel: la lactancia inmediata y eficaz.
En cuanto Andy sintió el pezón cerca de su naricita, no dudó: abrió la boca y metió un chupón con tanta fuerza que el dolor salió disparado desde la punta de la mama izquierda hasta el corazón de mi vientre. Apreté los dientes, respiré hondo y pensé que mi segundo hijo había nacido dispuesto a agenciarse la vida por sí mismo, con total determinación. Me sentí orgullosa de él, a pocos minutos de conocer el mundo.
Desde entonces no ha querido soltar la teta. Incluso se le ha antojado dormir la noche entera pegado a ella, como si creyera que su mamá es tan superheroína de día como de noche (lo siento, las mamis debemos “creernos cosas”). Evidentemente, al bebé no le interesa que yo tenga un “primer hijo”, como dice Alex, ni que sienta pánico de las nuevas canas que se van anunciando gracias a las noches infinitas. Lo suyo es chupar bien y bastante. Lo demás, problema de adultos.
Nunca pensé que podría llegar lactando de forma exclusiva hasta los cinco meses posparto. Con Alex no fue posible: muchas turbulencias hicieron que fuera necesario darle biberón desde sus primeras horas de nacido. Después, cuando se pudo, combiné la lactancia materna con la leche en polvo de la bodega, y nos fue muy bien, por suerte.
Habría querido lograr la Lactancia Materna Exclusiva (LME) en mi primera experiencia de maternidad, pero nadie me dijo, ni yo leí en ningún lugar, que era posible lograr la relactación. Jamás escuché el término, hasta hace un par de meses atrás, en el grupo de WhatsApp de la Liga de la Leche en Cuba.
A ese espacio virtual llegué gracias a una buena colega. En él se comparten materiales especializados sobre maternidad y lactancia, y se producen intercambios de experiencias que sirven para dar respuesta a dudas de madres como yo, no importa si son primerizas o tienen varios hijos.
Gracias a ese grupo de mujeres me sentí acompañada durante las intensas madrugadas de los primeros meses; y mucho más tranquila cuando Andy tuvo su primer brote de crecimiento; las molestias de lo que yo creía eran cólicos o estreñimiento y, evidentemente, se trataba de la disquecia del lactante.
Toda madre debería tener en su vida un grupo responsable al cual acudir cuando se sienta preocupada, perdida o abrumada. Sería mucho más fácil, y se extendería más la LME, si, en lugar de tener tantas voces diciendo: “el bebé no se llena”, “deberías darle leche en pomo”, “en mi tiempo con agua de arroz ese llanto se resolvía”, “lo que pasa es que no tienes suficiente leche”, “toma agua de anís y té de rejo de boniato”…, hubiese información actualizada y accesible para toda la familia.
Existe la expectativa de ver ríos de leche. Pero es difícil que suceda si no hay paciencia, persistencia y mucho apoyo emocional.
“Toma bastante líquido”, te dicen en el consultorio del médico de la familia, pero si a veces peinarte y cambiarte de ropa es un imposible, estar pendiente de tomar tanto líquido como tu cuerpo precise bien puede pasarse por alto.
Solo cuando la deshidratación se anuncia en la boca o cuando el nuevo jefe de apenas días de nacido da permiso para pararte del sillón e ir en busca de agua, será que consigas beber. A no ser que tengas a alguien muy pendiente de los detalles a tu lado. Entonces no pasarás sed, ni maternarás en soledad.
Dice una vecina que hoy las cubanas no aguantan tantos meses de lactancia porque no hay alimentación que las respalde. “Ni carne, ni leche, ni huevo, ¡imagínate leche condensada y malta!” Me lo dice desde su balcón (¿o me lo pregunta?), mientras paseo por el jardín del edificio a mi hijo de tres meses, que se inquieta y comienza a llorar “para que mamá se acuerde”.
Pero mamá no se olvida, solo que trata de llegar a casa y, si no puede, allí mismo, en el banco del jardín, una teta saltaría al aire. ¿Quién dice que a una madre lactante le queda sitio a prueba de pudor, si ha debido amamantar delante de conocidos y extraños para no causar una guerra mundial?
Las primeras veces que hubo visita en casa, inventé cualquier pretexto y me escurrí hacia el cuarto para lactar con tranquilidad. Después, a fuerza de costumbre o de la necesidad, fui naturalizando el hecho de desnudarme el pecho, sin metáfora posible, delante de quien fuera y a la hora que hiciera falta.
Hoy puedo decir que mis tetas son conocidas en la cola del pan de la bodega, en los nuevos taxis ruteros, en algún restaurante o heladería del Vedado; en fin, públicas. Y “la culpa” no es mía, por supuesto; ni de Andy. Es de los defensores de la lactancia materna, que nos han enseñado —y no se cansan de decir— lo importante que es la lactancia para la salud del bebé.