Getting your Trinity Audio player ready...
|
Donald Trump ha generado todo un sistema de looks, lo que no hace sino ilustrar los vínculos no siempre explícitos entre estética, modas y política.
El primero, más propio de las masas y muy a tono con el populismo en boga, consiste en la clásica gorra roja con la inscripción MAGA en letras blancas y el uso de T-shirts con eslóganes políticos del presidente (o en apoyo a él), todo en medio de ropa informal de la clase trabajadora: blue jeans y botas como las de constructores, linieros u obreros de los grandes centros industriales del llamado Rust Belt o Cinturón de óxido.
Pero hay un segundo, muy distinto del anterior. “¿Qué es exactamente este look MAGA?, se pregunta una periodista. Y responde: “Como la pornografía, lo reconoces al verlo. Es una representación exagerada de las normas tradicionales de género, tan común entre las mujeres del mundo Trump, que se le conoce como rostro Mar-a-Lago”.
Y más adelante precisa sus componentes fundamentales: “Puede incluir bótox, implantes de pómulos, pestañas postizas, ondas de pelo brillantes y exceso de bronceador”.
Un cirujano plástico añade otros: “mejillas altas, firmes y rellenas, piel tersa, implantes de cabello, labios carnosos, cejas bien definidas y altas, ojos almendrados y anchos, mandíbula pronunciada, nariz estrecha y dientes muy blancos”. Y anota que mantener ese look generalmente involucra una combinación de procedimientos quirúrgicos y/o tratamientos inyectables como el lifting [estiramiento] facial, la cirugía de párpados, los rayos láser y los rellenos.

Kristi Noem, un rostro Mar-a-Lago
Una de las figuras más visibles de ese rostro Mar-a-Lago es, sin dudas, la secretaria del Departamento de Seguridad Nacional (DHS por sus siglas en inglés), Kristi Noem.
Nacida en Waterton, una localidad rural de la remota Dakota del Sur y descendiente de inmigrantes noruegos, antes de entrar en la órbita del trumpismo, Noem proyectaba la imagen más o menos clásica de las mujeres blancas estadounidenses en zonas rurales: piel curtida, a menudo con pecas o enrojecida por la exposición al sol; maquillaje leve o inexistente. Una belleza “natural”, sencilla, no sofisticada, distante de los cánones urbanos. Eso que suele llamarse, simplemente, the girl next door.
Como señala The Daily Mail, su cambio de look se relaciona con el hecho de que el presidente tiene “preferencia por subordinados atractivos”. El año pasado trascendió que la entonces gobernadora de Dakota del Sur se había enderezado los dientes con la idea de mejorar sus posibilidades de conseguir un puesto importante en la Administración Trump.

Ese fue el primer paso de un proceso que transformó su imagen en la que vemos hoy: de una mujer rural típica a una urbana muy “producida”.
No se trata en modo alguno de una actitud festinada, sino de una manera de atraer votos en un sector —el de las mujeres urbanas— donde el trumpismo no ha podido avanzar mucho, sobre todo si se tiene en cuenta que en las últimas elecciones solo pudo lograr el 38 % de la votación femenina en esos predios, por oposición a Kamala Harris, que obtuvo el 60 %.
The New York Times calificó entonces esa transformación como la “trumpificación de Kristi Noem”. Y esa imagen, en definitiva, junto a la incondicionalidad sin límites, y no la calificación para el cargo, tuvo un importante rol en su nombramiento como secretaria del DHS, uno de los puestos más importantes de esta Administración, obsesionada con la idea de blanquear el país deportando gentes de piel carmelita y orígenes tercermundistas, usualmente descritas con las etiquetas de criminales, invasores y delincuentes.
El paquete de Noem se completa con maquillaje bien recargado, ropa ajustada, gorra de béisbol —de ICE o MAGA— y el porte de armas largas en su afán de proyectar políticas agresivas y duras hasta la crueldad.
Un detalle adicional ha salido a flote durante su visita al Centro de Confinamiento del Terrorismo (CECOT) en El Salvador: el gran reloj de oro 18 marca Rolex Cosmograph Daytona de un precio estimado en unos 50 mil dólares que lleva orgullosamente en su muñeca izquierda.

Apariencia vs. sustancia
En general, “se trata de su atractivo para una sola audiencia”, ha dicho el estratega republicano Ron Bonjean. “[Noem] le está demostrando [a Trump] que trabaja bien frente a la cámara, que tiene el poder de estrella que él desea en el escenario, a la vez que encaja con el estilo de las mujeres del universo Trump”.
Pero es, sobre todo, una expresión concreta de tres de las fuerzas que componen el algoritmo del trumpismo: apariencia vs. sustancia, actuación televisiva vs. política y propaganda vs. realidad.
Ese rostro Mar-a-Lago introduce, sin embargo, un elemento diferenciador respecto a las personas comunes y a las bases de MAGA, y es que tenerlo y mantenerlo no suele ser barato. De acuerdo con varias fuentes, aun cuando los procedimientos necesarios para lograrlo podrían variar de un caso a otro, el impulso inicial muy bien podría ubicarse en alrededor de 90 mil dólares. Y preservarlo, unos cuantos cientos al mes.
Ha escrito la revista Salon: “El rostro Mar-a-Lago se ha convertido en un accesorio imprescindible para el círculo íntimo del presidente. Tanto el líder como sus seguidores compiten por inyectar la mayor antiestética posible en el campo visual estadounidense”.
The Independent, por su parte, ha subrayado el movimiento pendular respecto al mundo de las celebridades liberales: “Mientras que en Hollywood existe una tendencia creciente entre las estrellas a disolver sus rellenos para lograr un aspecto más natural y una creciente demanda de procedimientos minimalistas y menos invasivos, quienes adoptan el rostro Mar-a-Lago están haciendo lo contrario”.
En definitiva, las trumpistas de alto perfil tienen sus rostros “tan falsos que resulta asombroso, como si un generador de imágenes con inteligencia artificial hubiera reemplazado a la persona por una versión exagerada de sí misma“.
Dos usuarios de X lo han puesto de una manera distinta al compartir fotos de Noem antes y después de la metamorfosis: “¿Qué le ha pasado a la cara de Kristi Noem?”, se preguntó el primero. El segundo le respondió: “Algo así como Kimberly Guilfoyle. Antes bien parecida, ahora estrafalaria. Ese es el estándar de atractivo en el mundo de las revistas MAGA. Da igual si tienes una postura seria o no. Todas se ven iguales”.
“Exagerado, exagerado, ridículo”, así lo describió un cirujano plástico de Nueva York.