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Christopher Simpson: “La música es una extensión de mí mismo”

Sus inicios, entre la formación académica, la experimentación temprana y la influencia del hogar creativo, forjaron a Christopher Simpson como el músico versátil y apasionado que conocemos.

por
  • Félix A. Correa Álvarez
septiembre 10, 2025
en Gente, Música
0
Christopher Simpson. Foto: Carlos Gálvez.

Christopher Simpson. Foto: Carlos Gálvez.

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Christopher Simpson es hoy un músico integral cuya carrera refleja una pasión profunda por el arte sonoro y un compromiso con la expresión creativa en todas sus formas. Su vínculo con la música comenzó con apenas tres años: “Ese fue mi primer contacto directo con la educación formal en este arte, gracias a que mis padres notaron desde muy temprano una inclinación muy marcada hacia ese universo en mí”, comenta a OnCuba.

Creció en un hogar donde la creatividad artística era constante, con padres artistas visuales que incorporaban la música en su vida cotidiana, influyendo de manera decisiva en su formación temprana.

Fue así que Simpson demostró un talento natural que se manifestó en una capacidad auditiva excepcional y en la habilidad de reconocer e imitar sonidos y notas musicales. “Tuve mi primera presentación pública con seis años… Esa experiencia fue hermosa y sentó las bases de mi relación con la música: un vínculo que combina pasión, disciplina y expresión personal”.

La elección del violín fue casi intuitiva, un instrumento que, como él mismo dice, “me eligió a mí más de lo que yo lo elegí a él”. Desde muy pequeño practicaba música de manera inconsciente, desglosando canciones como “Roundabout” de Yes por instrumentos y estudiando sus estructuras sin siquiera ser consciente de ello.

A los cuatro años recibió su primera guitarra eléctrica, un regalo que reforzó su amor por el rock anglosajón y consolidó la identidad musical que hoy lo define.

Estos inicios, entre la formación académica, la experimentación temprana y la influencia del hogar creativo, forjaron a Christopher Simpson como el músico versátil y apasionado que conocemos.

Christopher Simpson. Foto: Carlos Gálvez.

¿Por qué el violín? Más que un instrumento, ¿qué es para ti?

Para mí, cada instrumento es un medio de expresión. No se trata de dominarlo, sino de dialogar con él, entender su lenguaje y su color propio. El violín, en particular, me permite comunicar emociones profundas, desde la alegría hasta la melancolía. Mi pasión no radica solo en tocar, sino en comprender y sentir la música en cada nota, en cada matiz. Es un sacrificio constante, un aprendizaje que exige disciplina, pero también una fuente de identidad y de realización personal.

En definitiva, la música no es solo una profesión o un talento: es una extensión de mí mismo, un medio a través del cual puedo expresar quién soy, mi historia, mis emociones y mi esencia.

Has expresado en múltiples ocasiones que la música popular debería ser una asignatura en las escuelas de música. ¿Por qué crees que es tan importante para la formación de un músico?

La música popular, desde la perspectiva de la historia de la humanidad y de su cultura, tiene un arraigo profundo en los procesos sociales más influyentes. Es una música que reacciona de manera inmediata a lo que sucede en la sociedad y, a su vez, puede incidir en los fenómenos sociales de forma muy potente. Más allá de lo académico, la música popular transmite identidad, emociones y vivencias colectivas.

Un elemento extremadamente importante de la música popular es la transmisión oral. Para que esta exista, es necesario escuchar, comprender e interiorizar. Creo que esto es algo que muchas veces falta en las academias de música: enseñan a ejecutar, a esquematizar, pero no a comprender desde la intuición. Aprender a escuchar, a sentir la música, es fundamental para poder expresarla de manera auténtica. Esto es algo que he tenido que aprender con los años, complementando mi formación académica con influencias de cantautores y exponentes de la música pop y rock, como el grupo Paisaje con Río, Luis Pastor Pino, Ernesto Romero y Yadira López.

Asimismo, fui descubriendo la riqueza de la música popular cubana a medida que crecía y tenía acceso a distintos espacios culturales. Tras graduarme del Amadeo Roldán, a la par de mi primer año de servicio social, trabajé en La Habana Vieja con un grupo de música tradicional cubana, Caracol de La Habana, buscando solvencia económica. Allí aterrizó de manera concreta mi relación con la música popular cubana. Fue un momento revelador: comprendí que muchos músicos académicos, incluso aquellos que salen de escuelas de música, a veces creen que con dominar un “tumbao” ya saben tocar música popular, y nada está más lejos de la verdad. La música popular va mucho más allá; requiere entender su raíz, su contexto antropológico y cultural, cómo la palabra se transforma en expresión musical, y cómo esto conecta con la historia y las emociones de un pueblo.

Para mí, la música es un lenguaje, un idioma, y la música popular dice lo mismo que dice la historia, pero con otro código. Conocerla, escucharla e interiorizarla es fundamental para tener un entendimiento holístico de la música. No se trata solo de ejecutar, sino de sentir y hablar la lengua de la música.

Christopher Simpson. Foto: Carlos Gálvez.

¿Qué aprendiste durante tu tiempo en el grupo Mezcla y cómo influyó esa experiencia en tu carrera?

Mi experiencia con Mezcla fue un elemento crucial en este aprendizaje. Todo empezó en La Habana Vieja: si no hubiera tocado allí, nunca Pablo Menéndez me habría visto. La experiencia con él fue extremadamente enriquecedora y reveladora. Con Pablo senté muchas de las bases de lo que soy hoy como líder de proyecto y como artista. Aprendí sobre dirección, gestión de proyectos musicales, interacción con músicos y público, y adquirí un nivel de prestigio que me permitió integrarme en el mainstream de la música cubana. Mezcla me ofreció desarrollo técnico, conocimiento de géneros musicales, historia sonora y experiencia internacional; allí tuve mi primera gira fuera de Cuba.

Paralelamente, comenzaba a arrancar como cantautor y a dirigir mi propio proyecto. Todo esto fue un impulso, un estímulo que me permitió crecer, asumir riesgos, explorar mi identidad musical y consolidar la pasión por lo que hago. La música popular me enseñó que para ser músico no basta con tocar bien: hay que sentir, comprender y dialogar con la historia y la cultura que cada nota transmite.

¿Qué te motivó a crear tu propia banda, Elevación, y cómo defines el estilo musical que han desarrollado? ¿Por qué ese nombre?

La creación de Elevación no fue algo inmediato. Originalmente, el proyecto no llevaba ese nombre; surgió como Christopher Simpson y su grupo, es decir, ellos venían conmigo, pero no había una identidad propia definida. Siempre me atrajo la idea de tener un proyecto con personalidad, algo que reflejara nuestra esencia colectiva. Esto viene también del tipo de música que escucho: muchas bandas, especialmente de rock y funk, llevan nombres que marcan identidad, como The Alan Parsons Project, o grupos donde se percibe claramente el estilo de cada miembro.

El nombre Elevación del silencio, que inspiró al de la banda, proviene del título de un cuadro de mi mamá. Siempre me ha gustado por las vibras y la energía que transmite; de hecho, lo tengo en mi cuarto como un recordatorio, un amuleto que me brinda paz y enfoque. Decidí que sería la manera perfecta de resumir el concepto y la esencia de la banda.

Después de un proceso de depuración y de diálogo con los músicos, con quienes ya había más estabilidad, nació Elevación. Fue un periodo muy lindo, porque trabajábamos sin pensar tanto en lo económico, sino en el crecimiento compartido como músicos. Esa etapa inicial de la juventud, cuando uno busca desarrollarse y experimentar, es ideal para enfocarse en el arte de manera orgánica. La banda creció de forma natural, sin prisas, porque nuestro objetivo era común: crear y expresarnos con autenticidad.

Elevación también nació de la necesidad de defender la obra que estaba construyendo. Escribía canciones con un toque muy personal, que no siempre conectaban con la música más convencional o comercial. Muchas de estas composiciones, creadas entre mis catorce y diecinueve años, tienen un grado de hermetismo y profundidad filosófica que refleja mi exploración juvenil. Con el tiempo, aprendí a buscar caminos más universales para que la audiencia pudiera sentirse identificada con la obra, sin perder la esencia personal de la música. La conexión con quien escucha es fundamental; en la música, a diferencia de otras artes, el mensaje debe poder transmitirse de manera inmediata y auténtica.

En cuanto al estilo musical, Elevación comenzó con una orientación hacia el pop, basada en mis primeras experiencias y en mi álbum en solitario. Sin embargo, cuando finalmente adoptamos el nombre y lanzamos nuestro primer álbum durante la pandemia, el proyecto se acercó más a lo que realmente quería expresar: un rock alternativo sólido, fusionado con canción de autor, rock sinfónico progresivo, pop progresivo y elementos de música folclórica y étnica. A lo largo de nuestra discografía, hemos ido evolucionando, diversificando sonidos y explorando géneros, pero siempre manteniendo la base de rock alternativo fuerte y marcada, que define nuestra identidad.

Elevación representa, en definitiva, una confluencia de pasión, identidad y exploración artística: un espacio donde cada miembro puede expresarse, crecer y contribuir a un proyecto común que refleja nuestra visión y personalidad musical.

Recientemente, ganaste el Premio Cubadisco 2025 en la categoría Pop Fusión. ¿Qué significado tiene este reconocimiento para ti y para Elevación?

Para nosotros, acá en Cuba, Cubadisco es el máximo reconocimiento que se le puede otorgar a un trabajo fonográfico. Por eso, para mí representa un privilegio y un logro inmenso poder ganar este premio. Aunque debo decir que no estoy del todo complacido con lo que Cubadisco es hoy en día, y creo que no es un sentir solo mío, sino compartido por gran parte de la comunidad musical cubana, especialmente por músicos vinculados al proceso académico e institucional y a lo que tiene que ver con la industria fonográfica.

Si bien no es el evento soñado, es el que tenemos, y el simple hecho de contar con un evento así en Cuba ya es un logro. Además, ayuda a trabajos discográficos que, de otra manera, no encontrarían canales de promoción o salida. Por tanto, que Cubadisco haya reconocido nuestro álbum Lo vivido nada nos lo quita es un honor que nadie nos quita. Por cierto, está disponible desde el pasado 26 de agosto en todas las plataformas digitales.

Este reconocimiento es muy importante para mí y para quienes han estado en la banda conmigo todos estos años, porque premia el trabajo, la perseverancia y la resiliencia, no solo de Elevación como concepto de banda y de todos sus integrantes y exintegrantes, sino también de todos los músicos que han trabajado sin condiciones realmente objetivas para poder hacer un producto con un alto nivel de originalidad. 

Este disco no persigue tendencias ni busca un sonido comercial; es un trabajo de autor. La música que defendemos en Elevación es atemporal, porque no pasa de moda. Es música que puedes escuchar en los noventa, en los dos mil, en los dos mil diez, en los dos mil veinte y, aunque la vuelvas a escuchar en el 2050, seguirá sonando igual de vigente. Eso es lo más rico que tiene la música.

Me siento muy bien de que, en un país donde el pop rock ha estado tan deprimido durante muchos años, este premio reconozca un disco de rock alternativo. En Cuba, el rock que ha prevalecido siempre ha estado escudado en la canción de autor, como en el caso del grupo Buena Fe, que combina elementos del pop rock alternativo y del rock latino, pero siempre respaldado por la trova. Esto ha demeritado un poco el propio género musical, porque antepone un fenómeno cultural —la trova— sobre el género que se defiende. Así, el rock ha sido marginado y encasillado en un solo subgénero: el metal. Cuando la gente habla de rock en la calle, lo asocia a los gritos guturales, pero el rock no es solo eso. De hecho, gran parte del pop actual viene del rock and roll.

Que nuestro disco haya ganado tiene todas estas connotaciones y, al menos para mí, es un punto de partida para seguir haciendo música, seguir avanzando con nuestro concepto y con nuestro discurso artístico, y ganarnos nuestro espacio dentro del panorama sonoro en Cuba. No vamos a desistir; vamos a seguir adelante con la música que hacemos y con la propuesta que defendemos.

Christopher Simpson. Foto: Carlos Gálvez.

Colores es parte de una iniciativa de la UNESCO para apoyar comunidades afectadas por desastres. ¿Cómo crees que la música puede contribuir a procesos de recuperación y esperanza?

“Colores” es una canción que llegó a mi vida de manera inesperada. Nació a partir de una convocatoria de la UNESCO para formar parte de una ruta socioemocional titulada Reconstruir esperanzas, cuyo objetivo era acompañar a comunidades afectadas por desastres naturales, sobre todo por los huracanes y el terremoto ocurrido en octubre del año pasado.

Recorrimos varias regiones y escuelas de Guantánamo, Granma y Artemisa, entre otras. Todo esto en colaboración con el Ministerio de Educación, porque queríamos enfatizar la importancia de la educación, un área que considero ha sido muy desatendida en los últimos años, no solo para los niños, sino también para los profesores.

La acción tenía mucho que ver con la visibilidad y el reconocimiento de la labor de los educadores, además de brindarles un poco de apoyo moral. Educar en medio de un contexto tan complejo —económico, social, humano— se hace cada vez más difícil, y la motivación de los maestros disminuye. Por eso era necesario elevar su autoestima.

El arte, como herramienta de cohesión entre generaciones, funcionó de manera extremadamente efectiva. Yo siento una gran afinidad por este tipo de acciones y me gusta ser parte de ellas porque creo profundamente en el poder del arte. Me gusta sentir que puedo aportar algo más allá de mi propia necesidad de comunicar, ser parte de algo más grande que mi obra o mi carrera. Ahí es donde entra la verdadera función social del arte: ponerse al servicio de la humanidad.

Creo que los artistas, en cierto modo, somos como médicos del alma. Los médicos salvan vidas en lo físico; nosotros, desde el arte, podemos incidir en la espiritualidad y las emociones de las personas. Una obra con un mensaje específico puede salvar a alguien, y tenemos que ser conscientes de ello. Por eso, siempre que sea posible, no debemos negar nuestro aporte.

A partir de esta experiencia con la UNESCO se han abierto nuevas oportunidades. Por ejemplo, fui jurado en el concurso Cuando el sonido crea imagen, dentro de la Semana del Sonido que se celebró en Cannes en mayo de este año. Fue un privilegio representar a América en ese evento, donde tantos jóvenes presentaron obras que demostraban cómo la creatividad puede expresarse con recursos extremadamente limitados. Eso reafirma que, aunque no siempre se visibilice, el espíritu creador sigue vivo y merece ser mostrado.

Eres creador del taller Sonidos de esperanza para niños y jóvenes. ¿Cuál es el objetivo principal de este proyecto y qué resultados has visto hasta ahora?

Sonidos de esperanza es un proyecto que surge de manera indirecta a partir de las acciones que realicé con la UNESCO. Es algo que yo ya tenía esbozado, aunque sin concretar del todo. Luego fui contactado por el Instituto de Cultura de Playa del Carmen, en México, que buscaba algo similar a lo que estaba haciendo en la ruta socioemocional, y a partir de ahí empecé a darle forma a lo que estaba escribiendo.

Para este proyecto conté también con mi colega Adrián Berasaín, a quien invité a sumarse como codirector, y con Almis Vera en la producción y gestión, un elemento clave en esta primera edición de Sonidos de esperanza.

Es un proyecto destinado a niños, jóvenes, adultos y personas mayores. Su objetivo es que las personas comprendan que el arte es un medio de expresión, una herramienta poderosa de comunicación y, sobre todo, un canal efectivo para manejar las emociones de manera sana. No hace falta ser un artista profesional; lo importante es entender cómo expresarse artísticamente.

El resultado de la primera edición fue maravilloso, incluso mejor de lo que esperábamos. Participaron más de 120 personas, incluyendo niños, adolescentes y adultos mayores, especialmente de comunidades vulnerables y niños con necesidades especiales. El proyecto contribuyó significativamente a su integración social y a desarrollar su capacidad de comunicación, algo que para muchos representaba un desafío.

Sin temor a equivocarme, creo que el proyecto potenció los valores positivos de cada participante. Estoy muy entusiasmado de repetirlo, porque esto no fue una experiencia aislada: es el inicio de un trabajo social del cual me siento responsable. Si tengo la capacidad de hacerlo, creo que sería una falta de conciencia no llevarlo a cabo.

Soy fanático de los superhéroes, y hay una frase de Spiderman que me parece muy pertinente: “Un gran poder conlleva una gran responsabilidad”. Eso es algo que aplico al arte: si tenemos la posibilidad de influir positivamente en la vida de otros, debemos asumirlo como parte de nuestra responsabilidad.

Christopher Simpson. Foto: Carlos Gálvez.

Has trabajado en bandas sonoras para telenovelas. ¿Cómo es el proceso de crear música para la televisión?

Hacer música para televisión en general es algo que me causa mucho placer. Ponerle música a las imágenes siempre me ha gustado, y alguien que reforzó ese gusto fue Edesio Alejandro, otro mentor para mí. Además de apoyarme en mis inicios como creador, me ayudó mucho en la gestión para lanzar mi disco; fue fundamental para que mi disco llegara a manos de José Manuel García, productor de BIS Music.

Con Edesio tuve el placer de trabajar en varias ocasiones; incluso puse violín para una de sus bandas sonoras, en la película Los buenos demonios. Trabajar y conversar con él sobre su visión de la música y cómo creaba bandas sonoras fue esencial para que mi pasión por ese tipo de trabajo creciera aún más.

Hacer música para telenovelas es todo un reto. No puedes crear la música con la pista de la novela ya arriba; tienes que componer para que pueda utilizarse en varios capítulos. Trabajas casi a ciegas, con el guion en mano, haciendo música para los personajes o que evoque determinadas situaciones, y luego un musicalizador organiza todo junto con el director de la novela.

Al no tener control total sobre el trabajo, debes hacer una música más cerrada, coherente contigo mismo. La creatividad tiene que estar contenida; siempre pensando en el eje central, para que la música no sea un collage, sino que se complemente consigo misma y con la imagen de manera coherente. Ese desafío constante es lo que me gusta: ponerme retos me obliga a aprender.

Me gusta aprender, hacer cosas nuevas. No me interesa quedarme en la zona de confort, aunque sea agradable; como artistas, debemos trabajar siempre con eso. Muchas veces creemos que estamos cómodos, pero ponerme en la posición de aprender me mantiene activo y alerta.

Esto también ocurre cuando soy músico en agrupaciones, a pesar de tener mi propia banda. Es por esta razón que, a pesar de llevar mis propios proyectos, me mantengo como integrante del grupo de Ray Fernández, La Barbarie Semiótica. Me gusta responder a otra persona en la cadena de mando; eso me mantiene aterrizado. Esa experiencia te mantiene más cercano a la fuente y te nutre constantemente, igual que componer bandas sonoras o producir para otros músicos.

El trabajo de componer para audiovisuales llegó para quedarse. Es algo que me gusta y que voy a seguir haciendo. Recientemente he trabajado en música para telefilmes, para cuentos…, y espero seguir componiendo, al menos para algunas telenovelas. También quiero hacer música para películas, que es uno de mis próximos grandes proyectos. Lo menciono aquí porque creo que puede darse muy pronto, y lo estoy esperando con los brazos abiertos para que se haga realidad.

¿Qué retos encuentras en la música cubana contemporánea y cómo crees que los músicos pueden innovar sin perder sus raíces?

Sobre la música cubana contemporánea, creo que es muy delicado hablar sin herir sensibilidades, porque hay muchos fenómenos ocurriendo al mismo tiempo. El panorama actual es producto del contexto en el que vivimos, no solo en Cuba, sino también de la repercusión que tiene el mundo en nuestro entorno. Todo está relacionado, aunque nuestro sistema de vida sea peculiar y algo alejado de dinámicas internacionales; esas influencias están ahí, implícitas en el día a día.

Es verdad que la música que se está potenciando va por un camino que personalmente no me agrada mucho. No es que no deba existir, sino que siento que la música cubana está perdiendo su eclecticismo, su riqueza. Todo tiende a converger en un mismo lugar sin que nos demos cuenta, y eso no pasaba hace quince años. Antes la música cubana tenía otro semblante: había diversidad, y ahora, aunque existe variedad, se perciben dos formas de potenciarla.

Creo que las redes sociales han ayudado a visibilizar cosas, pero la tendencia de marcar tendencias ha afectado la espontaneidad. El arte se vuelve una estrategia y una manera de reafirmar el ego, en lugar de ser una forma genuina de expresión. Cuando esto ocurre, el arte se orienta más a crecer en números, a estar en boca de la gente, más que a transmitir un mensaje auténtico. Así, se pierde la autenticidad y, tristemente, cada día se aplaude menos lo genuino. Hay otras tendencias que se autoproclaman auténticas —una pseudoautenticidad— y son muy aplaudidas, lo que hay que observar con cuidado.

No quiero que esto se interprete como un exceso de crítica, sino como una reflexión sobre la importancia de valorar lo genuino. También hay que entender al público: la sobresaturación de contenido hace muy difícil que algo diferente destaque. Muchas cosas buenas pasan desapercibidas porque hoy en día quien grita más, más se escucha. Mi exhortación es que no nos dejemos llevar solo por lo que hace más ruido, sino que estemos atentos a voces que tengan mensajes realmente positivos y profundos.

En la vida, alienarse de lo que ocurre también es una forma de indolencia. La empatía no debería ser solo un deber cívico ni una reacción ante injusticias por imitación; debería surgir genuinamente. A veces seguimos causas sociales sin realmente entenderlas, y eso limita la originalidad. Romper ese patrón es esencial para ser más auténticos, tanto en el arte como en la vida.

El reto de la música contemporánea refleja, al final, un reto de la vida misma. Los músicos respondemos a esos estímulos del entorno. Las raíces de la música cubana son extremadamente ricas; siempre ha sido resiliente, capaz de absorber elementos de distintas partes del mundo. Por eso ha trascendido y se ha enriquecido a lo largo de los años. Negar eso sería negar la esencia de la música cubana, e incluso de la música universal, porque todos los géneros se mezclan en algún punto.

Creo que, en esencia, todo se reduce a escuchar más, a ser más empáticos y genuinos, y a enfocarse en transmitir mensajes que realmente importen, sin dejarse guiar únicamente por lo que grita más fuerte.

Christopher Simpson. Foto: Carlos Gálvez.

¿Cuáles son tus próximos proyectos musicales o audiovisuales que nos puedas compartir?

Como bien decía, el disco Lo vivido nada nos lo quita es un álbum que está disponible en plataformas digitales desde el 26 de agosto. Todavía nos faltan por estrenar algunos materiales audiovisuales; de hecho, en la línea Intermezzo tenemos tres audiovisuales pendientes. Son colaboraciones con otros artistas, y hemos tenido que coordinar nuestros tiempos con los de ellos para poder concretarlos. Pero estamos listos y felices de estrenarlos tan pronto como sea posible. Siempre buscamos espacios para que la música se visibilice y tenga un recorrido más largo.

Con respecto a Elevación y a mi carrera en solitario, voy marcando un camino distinto para cada proyecto. Con Elevación me doy el lujo de hacer la música que tanto me gusta, mientras que con Christopher Simpson exploro y diversifico géneros musicales. Ahora mismo estoy en una etapa en la que escribo muchos boleros, a mi estilo; podrían definirse como bolero-pop. Me gusta poder desligarme un poco del rock, porque son lenguajes diferentes que permiten distintos diálogos y formas de comunicación.

A principios de año saqué un bolero que marca el inicio de esta etapa junto con Julito Padrón, trompetista destacado de la música cubana. Estoy extremadamente agradecido por la oportunidad de trabajar con él. Este lanzamiento abre lo que será una serie de canciones que voy a desarrollar desde mi imagen como artista en solitario. Esto no significa que Elevación vaya a detenerse: la banda sigue adelante.

Después de la grabación del disco Lo vivido nada nos lo quita, se produjo un cambio en la alineación. La formación original se despidió; cada miembro ha tomado su camino en otras latitudes y funciones. Daniela Valdés, por ejemplo, se ha enfocado más en la actuación, y los demás músicos se encuentran actualmente en distintas partes del mundo. Ahora tenemos una nueva alineación con la que estamos trabajando intensamente para establecer el nuevo enfoque sonoro del grupo.

Vamos hacia adelante con todas las fuerzas, y mientras haya fuerza, siempre habrá arte.

La producción musical llegó a tu vida como una necesidad, pero hoy es un pilar. ¿Qué disfrutas más de este rol?

Una de las bases de mi carrera siempre ha sido trabajar con otras personas, escuchar, estar al lado y no necesariamente al frente. En la producción musical esto se cumple de manera muy explícita: uno trabaja en función de otro artista, aportando talento e ideas, creando al lado del artista principal sin serlo. Esto te permite desligarte de tu propio discurso y entrar en el del otro, buscando una simbiosis que haga que esa persona se sienta satisfecha con el resultado.

Lo que más disfruto es ese proceso creativo compartido. Por supuesto, muchas veces hay que decir “mira, esto creo que es lo mejor para ti”, y para que funcione, debe existir una confianza del artista principal en el productor, para que el trabajo sea más efectivo. Aun así, esos procesos siempre son gratificantes.

Siento que he crecido mucho como productor musical; ser productor me ha hecho crecer también como músico. Es algo que llegó para quedarse, algo que quiero seguir haciendo, y espero que siempre haya artistas que me busquen para trabajar con ellos. 

***

Christopher Simpson define su filosofía de vida como músico a partir de valores que considera esenciales: “La música es una forma de acercarse a la humanidad; es un medio que permite conectar con las emociones y experiencias de otras personas, trascendiendo barreras culturales o sociales”. Para él, tocar o componer no es solo crear sonidos, sino generar un vínculo con quienes escuchan, donde la música se convierte en un puente entre artista y público.

La consistencia es otro principio que guía su carrera. “Creo que un músico debe comprometerse plenamente con cada proyecto, poner el cien por ciento en todo lo que hace”, afirma Simpson. La disciplina y la entrega constante son para él herramientas fundamentales para crecer como artista y garantizar que su música tenga un impacto real. Sin este compromiso, advierte, los talentos se diluyen y las oportunidades de expresión se desperdician, por lo que la coherencia se convierte en un pilar de su práctica artística.

Finalmente, la resiliencia define su recorrido musical y personal. Simpson reconoce que la carrera de un músico implica enfrentar retos constantes: “Mantenerse firme, adaptarse y seguir creando a pesar de las adversidades es lo que permite evolucionar y permanecer en el camino”, explica. 

Para él, vivir la música con autenticidad, responsabilidad y entrega no solo transforma emociones, sino que también deja una huella en quienes la escuchan, reafirmando su convicción de que la música es, ante todo, un acto de conexión humana.

Etiquetas: Música cubanaPortada
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