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La actriz cubana Edith Obregón Romero (Sancti Spíritus, 18 de mayo de 1979), graduada del Instituto Superior de Arte, se ha consolidado como una de las figuras más versátiles y respetadas de la escena teatral dentro y fuera de Cuba.
Su carrera comenzó en el Conservatorio Ernesto Lecuona de Sancti Spíritus, donde se formó como pianista en 1994, para luego encaminarse definitivamente hacia la actuación en la Escuela Nacional de Arte y el ISA, del que egresó en 2004. Desde entonces, ha dejado huella en puestas memorables como Hienas, Del Parque a la Luna, Coco Verde y Cuatro Hechizos, así como en la televisión con los cuentos adaptados Emma Sunz y El placer de la intimidad, ambos dirigidos por Consuelo Ramírez, el programa infantil Claro, Clarita, y en capítulos de Tras la huella.
Radicada en Miami, Edith continúa vinculada a las tablas con proyectos que la hacen reinventarse como actriz. Entre sus últimas participaciones destacan ¿Y tú qué has hecho?, dirigida por Rachel Pastor, y Enemigas íntimas, de Yusnel Suárez.
Consciente de los cambios que impone la era digital, la artista ha aprovechado las nuevas plataformas. Su participación en PRONYR TV, una de las principales plataformas de streaming en español, le ha permitido conquistar audiencias internacionales y situarse en el radar de miles de espectadores. Destacó especialmente en la segunda temporada de Crimen en Miami, en el capítulo doble La roommate, donde interpretó a la amiga del protagonista y compartió con actores como Alejandro Socorro, Roxana Montenegro y Amanda Libertad.

¿Qué recuerdas de los primeros años en la Escuela Nacional de Arte y después en el ISA?
En la ENA empecé muy joven. Alejarme de mi familia y de todo lo conocido, con solo 15 años, para enfrentar una carrera a 365 kilómetros de casa, fue uno de los mayores retos de mi vida. Esa transición me abrió a un mundo de posibilidades y experiencias que despertaron en mí una sensibilidad distinta hacia el teatro y hacia la vida: más empática, humana y curiosa. La parte más difícil fue que todo esto ocurrió durante el Período Especial en Cuba, donde vivir becada no resultaba nada fácil por las condiciones de la época.
Ya en el Instituto Superior de Arte, aunque las condiciones de la beca y del país también eran difíciles, tenía más madurez y plena conciencia de mi verdadera vocación. La pasión que descubrí hacia mi carrera me hizo aprovechar cada oportunidad bajo la guía de maestros como Carlos Celdrán y compartir con colegas de gran talento, muchos de los cuales hoy son mis grandes amigos.
El ISA no solo me regaló los recuerdos más valiosos de mi vida estudiantil, sino que también me permitió crecer profesionalmente, siendo parte de Argos Teatro y luego regresando como profesora a la misma institución que me formó. Tanto la Escuela Nacional de Arte como el Instituto Superior de Arte me enseñaron lo que es la resiliencia y la adaptación en momentos desafiantes, y me dieron las herramientas y la confianza para consolidar mi vocación. Ambas etapas fueron determinantes en mi vida, pues sembraron las bases de mi desarrollo humano y artístico.
Uno de los proyectos de los que formaste parte fue Claro, Clarita. ¿Cómo fue trabajar para los niños?
Claro, Clarita y el personaje de Pelusa fue una de las experiencias para niños que más he disfrutado, porque durante todo el proceso yo misma me sentí una niña. Pepe Cabrera, su director, me brindó la libertad de jugar, componer, descomponer, armar y desarmar el personaje con absoluta confianza. Por eso llené a Pelusa de colores y contradicciones: no la concebí como buena ni mala, sino simplemente auténtica, y sobre esa base construí su carácter mientras jugaba a interpretarla con sus matices y sus plumas.
Posteriormente, continué vinculada al trabajo para niños, especialmente en los últimos años como parte de Ingenio Teatro, bajo la dirección de Liliam Vega, donde pude explorar aún más la importancia del teatro como herramienta formativa.
El arte y el teatro en la infancia son fundamentales, porque no solo despiertan creatividad e imaginación, sino que también desarrollan habilidades de disciplina, comunicación y trabajo en equipo. Lo más hermoso es ver a esos niños apropiarse de una partitura escénica que construimos juntos y defenderla en escena, frente a un público compuesto por sus padres, familiares y amigos. Ese momento, donde la alegría y el orgullo se mezclan, es uno de los regalos más grandes que puede brindar el teatro infantil.

Tu formación incluye talleres de actuación en otros países fuera de Cuba. ¿Cómo influyeron esos enfoques en tu proceso como actriz y en la construcción de personajes?
Diría que una de las experiencias de formación más significativas fuera de Cuba ha sido mi tránsito por los talleres y procesos creativos de la mano de Yusnel Suárez en Teatro Trail, aquí en Miami, así como mi desempeño en las comedias en las que he tenido el privilegio de trabajar junto a él.
Descubrirme como actriz dentro del registro cómico ha representado un hallazgo fundamental en mi carrera, pues vengo de un entrenamiento esencialmente dramático. Aunque durante mis años de estudiante mis compañeros solían señalarme como una actriz con un talento natural para la comedia, no fue hasta llevarlo a la práctica y confrontarlo con la respuesta viva del público —sus risas, energía, reacciones— que comprendí la dimensión real de esa faceta en mí.
El trabajo con Yusnel Suárez ha sido decisivo, porque desde su mirada como director supo identificar matices y recursos que incluso yo no veía. Esa capacidad suya de adelantarse a mis posibilidades y retarme a alcanzarlas, siempre desde la confianza, me ha permitido expandir mi rango actoral hacia registros más complejos y desafiantes. Un ejemplo de ello fue la construcción del personaje de Estela en Enemigas íntimas, un rol completamente distante de mi naturaleza, que me dio la oportunidad de compartir escenario con grandes actrices de nuestro país como Susana Pérez, Irela Bravo y Beatriz Valdés.
No hay mejor entrenamiento que la práctica misma, y trabajar en un elenco de tal nivel se convirtió en un verdadero laboratorio actoral, donde cada función representaba un ejercicio de aprendizaje, superación y crecimiento profesional.
¿El actor nace o se forma?
La actuación es una mezcla de talento innato y formación técnica. Hay intérpretes que poseen una sensibilidad natural para la observación, empatía y expresión, lo que les permite conectar con el público de manera casi instintiva. Sin embargo, la formación académica y el entrenamiento pulen esas cualidades, porque brindan herramientas que amplían el rango interpretativo y permiten sostener una carrera a largo plazo.
Existen casos muy conocidos de actores que no tuvieron formación académica formal, pero que demostraron un talento natural extraordinario. Johnny Depp, por ejemplo, nunca estudió actuación en una escuela, su carrera comenzó casi por accidente, pero su capacidad para transformarse en personajes únicos lo llevó a ser uno de los actores más versátiles de Hollywood. Joaquin Phoenix desarrolló su carrera prácticamente desde la intuición y la experiencia directa en los rodajes, logrando convertirse en uno de los actores más reconocidos y respetados de la actualidad.
En resumen, el actor puede nacer con un talento innato, pero la formación, sea académica o adquirida a través de la experiencia práctica, es lo que permite desarrollar ese potencial y sostenerlo con mayor profundidad y consistencia.

¿Cuál papel recuerdas con mayor cariño?
Uno de los papeles que recuerdo con mayor cariño es el de Laura, la vecina en la obra Aire frío de Virgilio Piñera, cuya puesta fue dirigida por Carlos Celdrán en la sede de Argos Teatro. Aunque se trataba de un rol aparentemente pequeño —y digo “aparentemente” porque para mí no existen personajes menores— fue un personaje que construí desde cero. En la obra original el personaje es un poco mayor y, en la versión de Celdrán, lo quería más joven y contemporáneo. Esta nueva mirada me permitió dar voz a una realidad muy cercana: la de muchas mujeres cubanas enfrentadas a una cotidianidad dura y llena de desafíos.
A través de Laura busqué reflejar no solo la resiliencia femenina, sino también la necesidad de soñar con una vida distinta. Más allá de la ficción, Laura se convirtió en un puente entre mi propia vida, mi país y las historias invisibles de tantas mujeres que me rodeaban. Aire frío fue, además, mi última puesta en escena en Cuba, y con ello Laura se convirtió en el último personaje que interpreté en mi país, por eso ocupa un lugar muy especial en mi memoria y trayectoria.
Tu carrera ha transitado por el teatro, la televisión y el streaming. ¿Cómo percibes la transformación del arte escénico en la era digital y qué oportunidades ofrece para los actores?
La era digital ha transformado profundamente la manera en que se consumen y producen las artes escénicas. El teatro mantiene su esencia de encuentro vivo e irrepetible, pero hoy convive con plataformas digitales que amplían su alcance y lo ponen al alcance de públicos que antes no podían acceder a él. Para los actores, esto representa una oportunidad enorme: el streaming permite explorar nuevos formatos, llegar a audiencias globales y experimentar con narrativas que combinan lo audiovisual con lo escénico. A la vez, nos reta a adaptarnos a distintos códigos de actuación, desde la intimidad de la cámara hasta la proyección teatral, lo cual enriquece nuestro oficio y lo mantiene en constante evolución.
El mundo del entretenimiento digital ha cambiado la forma en que los actores llegan al público. ¿Cómo te has adaptado a esta nueva era?
Me he adaptado entendiendo que el oficio requiere versatilidad. En la era digital no solo actuamos, también generamos contenido, nos comunicamos de manera más directa con el espectador y aprendemos a movernos entre distintos lenguajes y formatos.
Si bien no soy de las que más se expone ni de las que crean contenido constantemente para redes, admiro profundamente a quienes se reinventan cada día y buscan sorprender a sus seguidores con propuestas nuevas. Lo veo como una gran oportunidad, porque, además de ampliar el público, nos reta a mantenernos actualizados, reinventarnos y explorar nuevas formas de expresión artística que conviven con lo tradicional.

El teatro cubano ha sido un espacio de resistencia y de expresión artística. ¿Cómo ves el papel del teatro en la sociedad actual y qué cambios has observado en la escena cubana?
El teatro cubano siempre ha sido un espacio de resistencia. En la actualidad sigue siendo un medio esencial para reflexionar sobre la sociedad y dar voz a realidades que de otra manera quedarían silenciadas. El cambio más significativo que he observado es el impacto de la migración: muchos actores, directores, dramaturgos y técnicos han tenido que salir de la isla, lo que ha transformado poco a poco la escena nacional.
Sin embargo, ese mismo fenómeno ha ampliado el alcance del teatro cubano: hoy el mundo entero se ha convertido en su escenario. Allí donde un cubano crea, sea en teatro, cine, televisión o plataformas digitales, continúa representando y proyectando esas voces múltiples que forman parte de nuestra identidad.
Aunque Cuba ha perdido grandes talentos, esa diáspora artística ha permitido que el teatro cubano trascienda fronteras y se reinvente, demostrando que su fuerza expresiva y capacidad de resistencia siguen vivas.
¿Consideras que un actor cuando sale de Cuba es olvidado por el público de la isla?
No necesariamente. La ausencia física en los escenarios y pantallas de la isla puede provocar que un actor deje de estar en la inmediatez del público cubano, pero eso no significa que sea olvidado. El recuerdo y la huella de un artista dependen tanto de la trascendencia de su obra como de la conexión emocional que haya establecido con su audiencia. Hoy en día, además, las plataformas digitales y las redes sociales han reducido las distancias. Muchos actores continúan en contacto con el público cubano desde cualquier lugar del mundo, ya sea a través de proyectos online, entrevistas o colaboraciones a distancia.
¿Cuán complejo es para una actriz emigrar y volver a ejercer su profesión en otras tierras?
Emigrar siempre es un proceso complejo, y para una actriz lo es aún más porque su profesión depende directamente del idioma, la cultura y la inserción en un medio artístico que muchas veces resulta cerrado y altamente competitivo. No se trata solo de talento, sino de aprender a adaptarse a nuevas dinámicas de producción, diferentes estilos de interpretación y a un mercado laboral con reglas distintas.
Uno de los mayores retos está en abrirse camino desde cero: construir redes de contacto, ganarse la confianza de nuevos públicos y directores, e incluso replantearse la propia identidad artística para dialogar con la realidad del país de acogida. Todo ello demanda resiliencia, paciencia y una gran capacidad de reinvención.
A esa complejidad se suma otra realidad: mientras en Cuba un actor puede vivir (o al menos sobrevivir) únicamente de su oficio, fuera del país eso es un privilegio reservado a muy pocos. La falta de compañías estables y de continuidad laboral obliga a compaginar el arte con otros trabajos, y ahí el actor debe hacer “magia” con el tiempo. En ese contexto, hacer teatro o televisión se transforma no solo en un lujo, sino en un reto enorme y en una responsabilidad mayor: la de entregar, pese a todo, un resultado de calidad a ese público maravilloso que siempre espera lo mejor.
Además de la actuación, ¿te interesa explorar el mundo de la dirección o la escritura de forma profesional?
En Cuba, durante mis años como profesora en el Instituto Superior de Arte, realicé varios espectáculos con mis estudiantes y luego tuve la oportunidad de dirigir en Argos Teatro la obra Derrota de Raúl Dans. Ese montaje permitió que varios actores fueran nominados en distintas categorías y obtuvieran premios, y para mí fue muy gratificante sentir que había contribuido a sus logros; de alguna manera, sus reconocimientos también eran míos.
Posteriormente trabajé junto al maestro Carlos Celdrán, como asesora de dirección en Talco, de Abel González Melo, una experiencia que sin duda enriqueció mi formación y consolidó el diálogo creativo y transparente que siempre he mantenido con Carlos, a quien considero mi mentor.

Ya en Miami, colaboro en múltiples proyectos con Yusnel Suárez, quien ha depositado su confianza en mí para acompañar varios de sus montajes como una mirada crítica y constructiva. Ese trabajo me mantiene en constante aprendizaje, afinando mi capacidad de análisis desde el desmembramiento del texto hasta las diferentes etapas del proceso creativo, siempre de la mano de elencos de primer nivel y grandes actores cubanos.
La dirección siempre ha estado presente en mi carrera, ya sea de manera directa o indirecta. Es un terreno que me apasiona y en el que me siento cómoda, pero también soy consciente de que todavía no es el momento de emprender un camino en solitario como directora. Ese llamado aún no ha llegado, y creo firmemente que la dirección es un acto que no se puede forzar, sino que debe nacer de una necesidad auténtica.