Getting your Trinity Audio player ready...
|
Cuatro siglos atrás llegó a La Habana el primer samurái del que se tenga noticias en Cuba: Hasekura Tsunenaga.
El guerrero y navegante desembarcó en la ya por entonces capital de la isla el 23 de julio de 1614. Lo hizo camino a España, al frente de una embajada diplomática de Japón, enviada por el shogun Tokugawa Hidetada para establecer relaciones con la corona española y la Santa Sede en Roma.

La historia de Tsunenaga y, en particular, de su misión diplomática, es legendaria. A Cuba llegó meses después de zarpar de la bahía de Tsukinoura, navegar por el océano Pacífico y atravesar México. Su estancia en La Habana sería breve, pero al mismo tiempo histórica.
Crónicas sobre aquel suceso hablan de la sorpresa que despertó en las autoridades coloniales y los habaneros de la época la presencia del samurái japonés y su séquito. Sus rasgos físicos, su inusual vestimenta y calzado, y sus peculiares espadas no dejaron indiferente a quienes pudieron verlos.

Desde Cuba, Tsunenaga seguiría rumbo a España, donde fue recibido por el rey Felipe III y se convirtió al cristianismo, aunque no logró concretar los acuerdos comerciales que pretendía. En su paso por Europa también llegaría al Vaticano, donde estuvo tres meses como huésped del Papa Pablo V.
El samurái inició su regreso a Japón en 1616, tras pasar nuevamente por España, y llegó a su país en 1620, siete años después de su salida. Su misión, conocida como Embajada Keichō, tuvo pocos resultados prácticos en momentos en que Japón cambió de rumbo y proscribió el cristianismo. El propio final de Tsunenaga, en 1622, está en envuelto en un halo de misterio.

En 2001, casi 400 años después de la llegada de Hasekura Tsunenaga a La Habana, su presencia fue inmortalizada con el emplazamiento de una estatua en su honor. El monumento, ubicado en la Avenida del Puerto, es obra del escultor Tsuchiya Mizuho y se sitúa en un parque de estilo japonés próximo a la entrada de la bahía.
La escultura, de bronce fundido sobre un pedestal de granito, muestra al samurái en una postura ceremoniosa, con el brazo extendido sosteniendo un abanico. En tanto, en el piso se señala hacia Roma, hasta donde llegó Tsunenaga en su misión diplomática, y hacia Sendai, su ciudad natal.
Donada por la Escuela Sendai Ikue Gakuen, la obra constituye un símbolo de los vínculos históricos y culturales entre Cuba y Japón. A ella nos acerca hoy en su habitual galería del domingo el fotorreportero Otmaro Rodríguez.