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Melissa llegó en el peor momento y sin suaves advertencias: zarandeó una economía en números rojos con vientos de más de 200 km/h, arrasando el oriente cubano tras cobrar vidas en Jamaica (32) y Haití (43).
Hasta ahora, en Cuba no se reportan fallecidos oficialmente, aunque reportes ciudadanos hablan de víctimas fatales y desaparecidos sin confirmación independiente.
De cualquier manera, la factura material es brutal. Solo hay que detenerse en los paisajes violentados: casas sin techos; escuelas y vaquerías reducidas a escombros; cultivos retorcidos o arrancados de raíz; poblados y parques fotovoltaicos bajo las aguas achocolatadas; piedras encaramadas sobre los tejados por la furia del mar; puentes partidos en dos como una suave barra de pan que se reparte.
La pobreza ahora es mucho más visible, agresiva, en un vasto territorio donde viven más de 2 millones de personas y que históricamente ha sido el menos favorecido de Cuba.
Melissa dañó más de 45 mil casas y 1500 escuelas en el oriente de Cuba
Los números del desastre
Los números son muestrarios de pérdidas. Irreparables muchas; otras que tardarán años, décadas, en ser resarcidas, arruinando la vida de las víctimas, consumiendo energías, macerando infancias y juventudes, acelerando la vejez.
Más de 45 mil viviendas resultaron dañadas; 1552 centros escolares y 461 instalaciones de salud sufrieron impactos que interrumpen bienes y servicios. Las aguas desbordadas del río Cauto, el más largo de Cuba, borraron pueblitos y sembradíos; 78 mil hectáreas de cultivos quedaron arrasadas, más de la mitad de plátano.
En la provincia Granma, por ejemplo, suman pérdidas en café, ganado y siembras que alimentaban a comunidades enteras, como el arroz, que de 200 toneladas previstas, solo serán unas 60 o 70 las que podrán ser cosechadas.
De acuerdo con el periódico local La Demajagua, se contabiliza una afectación de cerca de 28 500 cabezas de ganado —sin especificar si se trata de muertes o extravíos de los animales—, equivalente al 17 % del total de la masa vacuna de la provincia, así como otras pérdidas en ganado menor, equinos y la apicultura.
Mientras tanto, apenas la mitad de los usuarios de las provincias orientales recibe electricidad. Un reporte de la televisión en la noche de este martes hablaba de que en la ciudad de Santiago de Cuba solo se ha recuperado el 4,92 % del servicio eléctrico, aunque, según el ministro de Energía y Minas, Vicente de la O Levy, en Las Tunas ha el restablecimiento de la energía ya rozaba el 95 % de la provincia.

Esta vez, el plan de evacuación fue formidable en número. En apenas unos días se transportaron hacia lugares seguros 735 mil personas, considerado por las autoridades como una proeza logística. Y lo fue. Aun así, los episodios de salvamentos por anfibios y helicópteros, y otros medios de las fuerzas armadas y bomberos han llenado páginas de periódicos y espacios de telediarios: personas atrapadas por las crecidas escaparon de la muerte subidas a los techos de sus casas o incluso en las copas de los árboles.
Como testimonio, se registraron en las redes desesperados llamados de auxilio de pequeñas comunidades cuyos pobladores vivieron horas de angustia cercados por las crecidas instantáneas, luego de días de haber pasado el huracán por sus comarcas.
Todavía hoy unos 120 mil damnificados están resguardados en albergues, no siempre con las condiciones adecuadas de alimentación, higiene y atención sanitaria, a juzgar por las quejas y denuncias de las comunidades virtuales, a lo que el Gobierno ha contrapuesto narrativas de signo contrario contadas por albergados que se muestran contentos y agradecidos.
A una semana del embate, el sistema de transporte cubano cojea. Trenes parados, rutas de ómnibus desviadas, carreteras convertidas en fajas de barro y escombros. Los aeropuertos de Santiago y Holguín vuelven al servicio, pero muchas vías permanecen con restricciones; Granma y otras provincias muestran cortes que complican la llegada de ayuda.
El ministro de Transporte, Eduardo Rodríguez Dávila, siempre mediático, habla de itinerarios provisionales y de certificaciones técnicas antes de que los trenes retomen la marcha: la normalidad, por ahora, es un objetivo, no una realidad a la vuelta de la esquina.
Estadísticas y lemas esconden realidades humanas
Las estadísticas esbozan urgencias, pero en realidad la corporeidad de las cifras nos remite a hogares, pertenencias, propósitos, trayectorias sentimentales, genealogías, capitales simbólicos y rutinas existenciales a las que habría que reconstruir su forma y sentido, en muchos casos a partir de cero, lo que implica desafíos que no podrán ser asumidos, ni superados, al menos en años.
El lema oficial de que nadie quedará “abandonado a su suerte” se sabe a diario desmentido, sin que un huracán se preste como patrocinador de desastres.
La evacuación masiva evitó muchas tragedias fatales, pero la recuperación entra ahora en una etapa más lenta, sujeta a la aguda crisis de desabastecimientos que padece el país y a los mil y un desperfectos, burocráticos y no, de un modelo de administración de recursos con muchas deficiencias.
Gobierno cubano agradece ayuda desde EEUU y avisa que la “canalizará” junto con la Iglesia
Solidaridad que desarma tensiones
La catástrofe abrió canales donde a menudo había muros. Desde Washington llegaron gestos humanitarios —y donativos gestionados incluso por la Arquidiócesis de Miami, capital histórica del exilio— que el Gobierno cubano agradeció públicamente luego de algunas incoherencias políticas en la asimilación de la propuesta del vecino.
La respuesta internacional ha sido amplia: el PNUD movilizó hasta ahora 6 mil láminas metálicas, lonas, generadores y colchones por 2,2 millones de dólares; India despachó 20 toneladas de ayuda; la Unión Europea, China, Colombia, Panamá y Venezuela sumaron esfuerzos inmediatos. Envíos de la Cruz Roja, de la IFRC —la Federación Internacional de Sociedades de la Cruz Roja y de la Media Luna Roja, la red humanitaria más grande del mundo— y donaciones multilaterales se suman a un paquete gubernamental que subsidiará 50 % de los materiales de construcción y ofrecerá créditos blandos y bonificaciones para las familias damnificadas. No es solo ayuda material: es el gesto de que, cuando la naturaleza arrasa, las fronteras ceden ante lo esencialmente humano.

Reconstruir con desgarro y esperanza
Melissa dejó una geografía de heridas y una oportunidad para medir prioridades: reparar infraestructura crítica, asegurar el regreso a clases y reactivar la agricultura que alimenta y emplea. La tarea es reconstruir no solo paredes, sino comunidades; no solo entregar láminas para techumbres, sino devolver certezas en una isla donde existe un déficit habitacional que supera las 800 mil viviendas, según cifras oficiales de 2025.
Si la evacuación masiva fue la primera línea de defensa, la reconstrucción será la prueba de resistencia civil y política más desafiante del momento, que se extiende sobre un prolongado ejercicio de sobrevivencia del huracán cotidiano de la pobreza, la desesperanza y la falta de empoderamiento ciudadano.
Melissa se fue con su furia; dejó suma destrucción, pero también su contrario: la reconstrucción, y convicciones vitales como las de una anciana de la comunidad santiaguera de Cañizo, cuya casa perdió totalmente el baño y parte del techo voló por los aires. “Pero hubo personas que quedaron sin nada, sin nada, sin nada… que cuando llegamos aquí que nos trajo la guagua, nos pusimos las manos así (en la cabeza) y dijimos, ¡Dios mío! Fue duro, cómo no, fue muy duro… pero bueno… estamos vivos”, dijo, mirando hacia la nada.












