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Por Pablo Biderbost, Profesor Asociado, Universidad de Salamanca, Eduardo Muñoz Suárez, Asistente de Investigación, Universidad de Kansas y Guillermo Boscán, Profesor Asociado, Universidad de Salamanca.
Un año después de las elecciones presidenciales de 2024 en EE. UU. —en las que el electorado hispano tuvo un papel clave—, el balance confirma que el voto hispano se decantó mayoritariamente por la candidata demócrata, Kamala Harris —alrededor del 56 %—, pero con un dato relevante: Donald Trump habría alcanzado cerca del 42 % de este electorado, una cota inédita para un republicano desde que hay registros comparables.
Hoy, la población hispana representa cerca del 15 % del censo electoral —unos 36,2 millones de personas— y aportó la mitad del crecimiento del electorado desde 2020, según Pew Research Center.
Estas cifras, que deben leerse con la cautela propia de las estimaciones postelectorales, confirman un desplazamiento sostenido que ha vuelto más competitiva la disputa por el voto hispano. Aún estamos entendiendo las razones de este cambio y las cifras que damos a continuación podrán ayudarnos a ello.
Del 71 % demócrata de 2012 al estrechamiento de 2024
En 2012, Barack Obama obtuvo el 71 % del voto hispano frente al 27 % de Mitt Romney. A partir de 2016, el margen comenzó a erosionarse: Trump subió del 28 % (2016) al 32 % (2020) y dio un salto adicional en 2024, mientras la candidata demócrata retuvo la mayoría.
En la recta final de 2024, los datos de intención de voto entre hispanos registrados ya apuntaban al 57 % de Harris vs. el 39 % de Trump. Y, ya con “votantes validados”, Trump ganó terreno en varios grupos clave, consolidando un avance que explica parte del resultado de 2024.
Su interés por los asuntos económicos
La “gran cifra” oculta heterogeneidad. Un informe de American Society destaca avances republicanos entre hombres hispanos (Trump habría rozado el 47 % en ese subgrupo) y estrechamientos notables en condados mayoritariamente hispanos de la frontera de Texas y en el sur de Florida.
Además, 2024 trajo una sensibilidad particular a la economía: para los hispanos, economía e inflación fueron temas centrales, y alrededor de la mitad expresó más confianza en Trump que en su rival para tomar decisiones en este ámbito. La prensa ya recogía esa pauta meses antes.
Por qué se mueven: identidad y programa electoral
La evidencia académica ayuda a ordenar el fenómeno. Un reciente estudio realizado en Arizona (Senado 2024) pone de manifiesto que la fuerza de la autoidentificación se asocia con evaluaciones más favorables del candidato hispano; sin embargo, la congruencia del programa electoral y las políticas públicas (inmigración, vivienda, educación) emerge como predictor más potente de la valoración que la etnicidad per se.
En otras palabras: la identidad importa, pero la alineación en ciertos temas cuenta más a la hora de juzgar candidaturas. La identificación partidaria no es el factor decisivo en la toma de decisiones de su voto.

Un voto menos “monolítico”
La realidad estatal invita a matices. En Arizona, el demócrata Rubén Gallego se impuso por 50,1 % vs. 47,7 % en un estado con aproximadamente 1,3 millones de votantes hispanos, un resultado estrecho en el que la “fluidez” del voto hispano pudo inclinar la balanza.
Esa fluidez se ve reforzada por la estructura demográfica del electorado hispano: en 2024, eran el 14,7 % de los votantes habilitados y su perfil es, en promedio, más joven que el conjunto del electorado (solo un 33 % tiene más de 50 años). Esto sugiere márgenes para nuevas recomposiciones según contexto y temas.
Indicios y cautelas
Tras 2024, diversos reportes periodísticos han descrito casos de voto dividido —apoyar a un partido para la presidencia y a otro en instancias estatales/locales— en segmentos hispanos. El medio de comunicación Politico documentó el fenómeno a inicios de 2025, con señales en áreas competitivas y entre votantes menos anclados partidariamente. Conviene, no obstante, tratar estos hallazgos con prudencia metodológica.
Qué implica para 2026 y 2028
Para las futuras elecciones de medio mandato (2026) y presidenciales (2028), hay tres claves:
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Segmentación fina. Hombres hispanos jóvenes y regiones fronterizas muestran receptividad a propuestas económicas y de seguridad, pero sin garantías de fidelización estable.
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Política de temas, no de etiquetas. La mayoría hispana sigue votando demócrata, pero evalúa ofertas concretas (inflación, empleo, vivienda, servicios). En contextos de incertidumbre, el “voto de gestión” puede pesar más que la identidad.
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Comunicación culturalmente competente. Los mensajes genéricos a “la comunidad hispana” rinden peor que las propuestas verificables y específicas por subsegmento.
El electorado hispano en EE. UU. evoluciona hacia posiciones más competitivas entre partidos y prioriza temas económicos y políticas concretas sobre identidades étnicas. Estos aspectos redefinirán, sin duda, las estrategias electorales en los próximos comicios.
Pablo Biderbost es Profesor Asociado en la Universidad de Salamanca, Eduardo Muñoz Suárez es Asistente de Investigación en la Universidad de Kansas y Guillermo Boscán es Profesor Asociado en la Universidad de Salamanca.
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.












