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Muchas preguntas me vinieron a la cabeza al leer un artículo-ensayo de Severo Sarduy que parte de una idea anticipada y luminosa: “la era de la voz está por venir”. Fue escrito en 1990, o al menos se publicó en junio de ese año en La Gaceta de Canarias, bajo el título “Soy una Juana de Arco electrónica, actual”.
Recién descubierto por mí gracias a un libro editado por Fondo de Cultura Económica y que se titula Antología, pienso que tal vez Sarduy tuviera un golpe visionario, y que en aquel instante captara ya lo que podría ocurrir después del apogeo de la imagen, bajo cuyo dominio vivimos.
Escribió el escritor cuando no había tabletas, laptops o smartphones en cada mano de peatón en avance por la ciudad:
“…la brusca y abusiva irrupción de la imagen en el mundo contemporáneo de nuestra comunicación redundante ha impedido que se explore ese continente, paradójicamente abandonado antes de ser conquistado, que es el de la radio, el de la voz”.
Aunque la imagen se preste para variadas interpretaciones, como él mismo ha hecho trayendo a colación las voces interiores que movieron a Juana de Arco —voces que también lo movían durante el proceso creativo— Sarduy se refería sobre todo al mundo de la radio, al que estuvo conectado como periodista y guionista en Radio Francia Internacional.
El mundo sonoro era un sitio donde Sarduy campeaba con placer, y le venía como anillo al dedo porque decía escribir para “voces” que signaban su escritura de tal manera que llegó a afirmar: “todo lo que escribo se presta para la difusión, es, ‘esencialmente vocal’”.
“El texto —y no sólo un texto radiofónico; todos, hasta un poema— nunca se me presenta en abstracto, desencadenado, si así puede decirse, reducido a su desnudez o a su conceptualidad”.
En cada palabra que conforma su obra, en cada idea concatenada en ella “todo ya está dicho, desde el comienzo, no hay más comienzo que el de la escucha”, escribe, y subraya una idea: “hasta mis novelas ganan al ser leídas en voz alta”.
Sarduy establece una metáfora para explicar su idea, y partiendo de una analogía con la plástica, asegura que cuanto se conoce hasta la fecha “es comparable a los países pompier y a los ramos de flores que los almanaques de esos mismos bomberos, que es la comparación que se emplea en francés para dar una imagen del estereotipo en todo su esplendor, de lo más grosero y camp. La radio abstracta no ha llegado todavía”.
Aunque estemos rodeados de pantallas, aunque intenten cambiarnos la realidad con un bombardeo de imágenes que muchas veces no se conecta del todo a nuestras vidas, la idea de que vendría el tiempo donde señoree el sonido, si es que acaso ambos no conviven desde hace algún tiempo, resulta fascinante.
Ya en estos años parece cumplirse la profecía del escritor. La radio no sólo persiste, cobrando vida en los autos de los taxistas en ciudades como Buenos Aires o al interior de una sombría casa cubana, aún habiendo corriente, sino que el propio medio ha trasmutado para adaptarse a las necesidades de la vida actual.
El podcast es tan popular como los viejos programas radiales, e incluso vienen a complementar artículos escritos que antes eran simplemente eso: palabra sobre papel, sin el acompañamiento de la voz. Su proliferación, la posibilidad de tener el sonido en nuestros oídos cuando lo deseamos, se parece a ese momento dominado por “la libertad de la abstracción” de la que hablaba Severo Sarduy.
La lectura de ese artículo me ha obligado también a ir más allá de donde me ubicó la mera sorpresa respecto a la reinvención intuida de un medio fabuloso como lo es el radial; me hizo recordar a la primera persona en contarme la historia de este impresionante escritor llamado Severo Sarduy, y en explicarme la trascendencia de su obra en la literatura cubana.
Esa persona fue un profesor de la Universidad de La Habana y el hecho sucedió hace demasiado tiempo. Pero, como las cosas se repiten y empeoran en la isla a un punto que ya no tiene comparación, lo rememoro ahora en Buenos Aires. A saber dónde lo está leyendo usted ahora, ya que la alternativa parece irse o esperar a que estalle la violencia.
Después de releer a este coterráneo que por tanto tiempos ocultaron los que todavía quieren vivir del cuento de la inmaculada realidad en la isla, vuelvo a asegurar que deja unas ganas tremendas de escribir: la voz de Severo Sarduy, su lenguaje, es como un manantial estimulante para el pensamiento y la escritura.











