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La interacción entre ejes geopolíticos que ha caracterizado el conflicto EEUU-Cuba, la diversidad de dimensiones y teatros donde se ha desarrollado, así como la multiplicidad de actores involucrados, ha rebasado desde el principio la lógica lineal entre dos estados o regímenes políticos enfrentados. La expresión “diferendo bilateral” no permite describirla ni abarca su real complejidad.
En los años de la Guerra Fría, los que intentábamos estudiar este conflicto múltiple debatíamos acerca de los factores que lo determinaban. Como era lógico, entonces y ahora, no siempre coincidíamos en nuestros enfoques. Esas diferencias eran un rasgo virtuoso, incluso cuando a veces daban lugar a enconadas discusiones, puesto que nos obligaban a investigar más y a someter a prueba nuestros argumentos.
De ahí la riqueza y el impulso que alcanzaron los estudios norteamericanos en el entreverado de nuestras instituciones académicas, así como sus conexiones con las de EEUU y la región.
Un ejemplo de aquellas discusiones, que tengo grabado cuatro décadas después, era acerca de qué pesaba más en la política de EEUU: “Cuba como satélite de la URSS” o como “exportadora de la Revolución”, según el discurso de EEUU en el código típico de la Guerra Fría. En otras palabras, si la continuidad de esa hostilidad obedecía más a nuestra alianza con la URSS o a los vínculos con movimientos de liberación y gobiernos progresistas en América Latina y el Caribe.
Aunque los acontecimientos posteriores al fin de la URSS, el restablecimiento de relaciones con el resto del hemisferio desde los años 70 y el contexto internacional post-Guerra Fría hayan respondido y replanteado aquella cuestión, sigue vigente para entender la evolución del conflicto y su perpetuación.
Yo argumentaba que, a partir de la Crisis de octubre, EEUU había aceptado la alianza de Cuba con la URSS dentro de los términos no escritos del pacto JFK-Jrushev y, sobre todo, del statu quo impuesto por la Revolución misma. Este incluía la presencia soviética no solo en la economía, sino en el abastecimiento estratégico de la defensa cubana. De manera que la preminencia del otro triángulo, el de Cuba en la región, se hacía evidente como factor principal en la política de EEUU hacia nosotros.
Esta se reflejaba en los ciclos de acercamiento/enfriamiento, como el de Carter (1977-80) y Reagan (1980-1988). Así como en la nueva agenda de los gobiernos latinocaribeños ante EEUU desde los 70, priorizando la revisión de los tratados del Canal de Panamá y la normalización de las relaciones con Cuba como pruebas de la voluntad de cambio de su política hacia la región.
Si el triángulo latinocaribeño, más que la detente con la URSS, determinaron aquel acercamiento bajo Carter, asimismo la revolución sandinista (1979), las re-insurgencias armadas en El Salvador y Guatemala, acompañados por el gobierno de izquierda socialista en la isla de Granada (1979), resucitaron el fantasma de “otras Cubas en el hemisferio” de los años 60 en la política de EEUU.
El agravamiento del conflicto a partir de entonces, al punto de poner sobre la mesa una posible intervención militar contra Cuba (1982), como “la fuente” de la guerra en Centroamérica, se extendió a lo largo de la década de los 80 (Reagan, 1981-88). Aun a principios de los 90, EEUU seguía esgrimiendo el apoyo cubano a los movimientos en El Salvador y Guatemala como la causa principal de su negativa a dialogar con la isla.
Hace unos días, asistiendo a un evento sobre la política de EEUU hacia Cuba, que organiza el Centro de Investigaciones de Política Internacional (CIPI) cada fin de año, volví a pensar en la relevancia del triángulo latinocaribeño para analizarla.
Aunque ya no existe la URSS, y China no es la inspiración ideológica de corrientes dentro del comunismo y la izquierda radical en la región, EEUU no ha dejado de vigilar la presencia de “actores extrahemisféricos” en lo que considera su espacio geopolítico, precisamente China y Rusia.
De hecho, la Administración Trump ha actualizado esa pretensión de exclusividad hemisférica postulada por la doctrina Monroe como eje de su doctrina estratégica.
Sin embargo, su política hacia la isla no se fundamenta en ese objetivo, sino en el supuesto papel de Cuba en la sustentación del que ha declarado como su archienemigo en la región: el gobierno de Venezuela.
Así que aproveché el debate en el evento del CIPI para volver sobre aquel enfoque trilateral: ¿Podría la escalada de tensiones con Venezuela repercutir en el agravamiento de las relaciones con Cuba? ¿Ese efecto convertiría el conflicto EEUU-Venezuela en un acelerador de tensiones, al punto de representar una amenaza para la seguridad nacional de Cuba?
Naturalmente, el tiempo disponible para el debate en los eventos académicos nunca alcanza para ahondar en temas como estos. Por suerte, en este encuentro volvimos a contar con algunos investigadores que nos han acompañado desde aquellos debates de los años 80 que antes yo evocaba, en particular los profesores William Leogrande y Philip Brenner.
Aprovechando que ellos están entre los más destacados analistas de esa política hacia Cuba, y nuestra vieja amistad, les tendí una celada de preguntas. Que ellos aceptaron generosamente comentar mientras tomábamos café frente al Malecón.
Junto a Bill y Phil, nos acompañó Robert Albro, latinoamericanista y colega de ambos en American University. Lo que viene a continuación es una apretada reseña de esa conversación informal, más que la transcripción de una entrevista. Aunque he tratado de mantener sus palabras, lo que reproduzco no siempre es textual. Aseguro que estoy siendo estrictamente fiel a sus ideas y razonamientos.
Tras décadas de restarle importancia a América Latina en la estrategia global estadounidense, la reciente Estrategia de Seguridad Nacional recupera el hemisferio occidental como prioridad en el mapa de seguridad y defensa estadounidense. Para quienes redactaron ese documento, el principal desafío hemisférico es China. ¿Cuáles serían las implicaciones prácticas de esta revisión doctrinal?
Si los latinoamericanos se quejaban de no tener suficiente prioridad para EEUU, ahora tienen demasiada, apuntó Bill Leogrande con una sonrisa irónica.
Lo que pasa es que Trump respeta el poder y ve al mundo dividido en esferas de influencia. No quiere competir con Rusia por Europa. Quiere competir con China por cuestiones económicas, pero no por intereses geopolíticos en Asia. Así que quiere que los Estados Unidos dominen el hemisferio occidental como su esfera de influencia. De manera que trae de vuelta la doctrina Monroe como la fundamentación ideológica de ese punto de vista. Esa es su estrategia.
¿Pero cuáles serían las implicaciones prácticas de esa doctrina? ¿Qué podríamos esperar en términos de políticas reales? ¿Cuánto de eso es posible cumplir?
Resulta difícil, porque no quieren involucrarse directamente en un conflicto militar. Pero una cosa es hundir lanchas en el Caribe, y otra invadir Venezuela.
En las últimas décadas, los Estados Unidos han recurrido principalmente a medios de coerción económicos, en vez de militares. La cantidad de sanciones alrededor del mundo ha crecido enormemente en estos años. Hoy en día, Trump usa el alza de las tarifas de la misma manera. Y creo que podemos esperar la continuación de esa política. Tarifas y sanciones económicas, como forma de imponer el punto de vista estadounidense en Latinoamérica.
La administración Trump ha desmantelado USAID —acota Robert Albro—, y no tiene ningún interés en inversiones de gobierno en cualquier nivel en la región. De manera que esta diplomacia de las cañoneras (gunboat diplomacy), con una presencia militar superior a la que estamos acostumbrados a ver, se dirige a limpiar el terreno para que las empresas de Estados Unidos operen libremente en el hemisferio. De manera que los intereses privados, comerciales, transnacionales, corporativos, ejecuten una especie de invasión económica, combinada con la presencia de fuerzas armadas. Pero sin un afán por provocar conflictos militares reales.
Phil Brenner recomienda no prestar demasiado atención a esa reciente Estrategia de seguridad nacional. Cree que probablemente Trump ni siquiera la ha leído. Aunque los que redactaron ese documento creen que están aplicando su orientación al mundo.
Esos documentos que formulan las estrategias de seguridad nacional son resultado de un proceso. Pero en este caso no parece que haya habido ninguno. Los autores de este intentaron reflejar diferentes intereses, y hay contradicciones en lo que formularon.
Por otra parte, Trump no es partidario de las intervenciones militares. Y este es un documento muy intervencionista.
La segunda recomendación de Phil es captar cómo Trump ve al mundo. Él es un empresario de bienes raíces, y piensa en términos de propiedad. Así que el hemisferio occidental es su propiedad. Y lo ve exactamente igual que un empresario de bienes raíces en Manhattan o la Florida. Piensa en conseguir su objetivo y en qué recursos puede usar para obtenerlo.
Para hacerlo ha retirado algunos de los recursos existentes antes. USAID era un límite importante, muy útil, como apuntaba Bob. Y lo ha retirado. Ahora tiene menos recursos. Porque no supo cómo usar todos esos recursos preexistentes para conseguir sus objetivos.
Así que está recurriendo a la amenaza y el miedo. Y no le está funcionando. Pero no va a invadir Venezuela. Es absolutamente absurdo compararlo con Panamá en 1989 o con Granada en 1983, como han hecho algunos. Hay muy pocas tropas desplegadas en el Caribe. Y Venezuela tiene un tamaño muchas veces mayor que Panamá.
¿Ustedes piensan que una “diplomacia de las cañoneras” puede significar una política real hoy en día? ¿Pueden las armas convertirse en la política estadounidense? Es decir, retomar el uso de la fuerza militar, no solo para “sacar la bandera” en el Caribe, sino para usar la fuerza de las armas de verdad.
Bob Albro apunta que desplegar el portaaviones Gerald Ford, junto a un grupo de otros portaaviones en el Caribe, se ha presentado como una operación antidrogas. Y han disparado contra un montón de barcos y matado a más de 100 personas.
Pero si fuera una operación antidrogas en serio, estarían en el Pacífico, porque es ahí donde se mueven todas las drogas; muy pocas lo hacen en el Caribe. Y la mayoría de esa droga, que es cocaína, no llega a los Estados Unidos, sino a Europa, China, etc. Se trata de un pretexto.
Tampoco EEUU tiene la capacidad militar para proyectar una fuerza a través del hemisferio. Ni un regreso a la diplomacia de las cañoneras podría hacerlo. Así que están en el Caribe por una razón muy específica, que es Venezuela y Cuba. Eso es todo. Ningún otro país debería sentirse amenazado.
Mi pregunta es si EEUU estaría volviendo a la diplomacia de las cañoneras en el Caribe.
Depende de lo que entendamos por diplomacia de las cañoneras, acota Bill. Históricamente, esa exhibición de fuerza no se usaba como preludio a una invasión, sino para intimidar a la gente. Eso es exactamente lo que están haciendo.
Y si quieren intimidar sin crear un conflicto geopolítico, precisa Bob Albro, destruir pequeños barcos de pesca con un ataque aéreo desmedido resulta coherente.
Mi siguiente pregunta tiene cabeza múltiple: ¿Cuáles serían las probabilidades de una escalada militar contra Venezuela? ¿Existen límites al uso de la fuerza militar estadounidense para derrocar al gobierno venezolano? ¿En EE. UU.? ¿En Latinoamérica? ¿No está la situación política en Venezuela realmente expuesta a una intervención militar estadounidense?
Dentro de EEUU, la base del movimiento MAGA (Make America Great Again) está opuesta a las guerras extranjeras, subraya Bill. Una de las razones por las que la extrema derecha se movilizó fue Afganistán e Iraq.
Trump prometió que no habría más guerras extranjeras durante la campaña, así que va a haber en la base una reacción instintiva contra esa idea de la escalada, en particular una guerra por tierra.
Los servicios militares uniformados no van a intentar ocupar a Venezuela. Hay resistencia ya, incluso entre algunos republicanos en el Congreso, sobre la manera en que Trump parece marchar a la guerra sin ninguna autorización del Congreso.
Hay muchas fuerzas que se oponen a una invasión real. Ahora bien, puede haber una intervención o una escalada corta, y que bombardeen instalaciones militares venezolanas. O secuestrar a Maduro; creo que esas son posibilidades abiertas. Es difícil para Trump ahora hacer nada, porque ha declarado que Maduro tiene que irse. Hacer algo ahora parece una derrota.
Bob Albro coincide con Bill en que las bases domésticas que apoyan a Trump no están interesadas en las guerras extranjeras. Y eso es parte esencial de las tendencias aislacionistas dentro del movimiento MAGA.
Son fuerzas opuestas a sostener conflictos prolongados. Trump se ha opuesto a otras guerras de modo unilateral y ha sido cuestionado por los demócratas y los republicanos moderados. De manera que si él tomara otro rumbo en el caso de Venezuela, habría una reacción muy fuerte.
Ya estamos empezando a ver algunas manifestaciones bipartidistas en el Congreso para que se preste más atención a las acciones extrajudiciales de Trump. Y eso seguramente va a crecer.
Bob apunta que las elecciones de medio término están a un año de distancia. Hasta entonces, Trump puede hacer unilateralmente algunas acciones contrarias a la ley. Pero si hubiera un conflicto real, ese espacio se reduciría. Y si se agota, aumentaría el desenlace de esas elecciones. Que serían decisivas sobre el control del Congreso.
Y si eso sucediera, apunta Phil, Venezuela se convertiría en un pantano para Trump, que facilitaría la hostilidad del Congreso. Comenzarían a actuar, a tener reuniones, conferencias de prensa. Lo que aceleraría el movimiento político contra Trump y lo que está pasando.
Mi última pregunta. Han estado ocurriendo cambios en la política de EEUU hacia Cuba, que van en la dirección de hacerla un blanco separado y único de la hostilidad de EEUU, sino que, especialmente en la cuestión migratoria, más bien la acercan a un patrón predominante hacia la región. A partir de todo lo anterior, ¿qué podría pasar en la política estadounidense hacia Cuba en 2026?
Leogrande reitera que depende de lo que pase en Venezuela. Si tuvieran éxito en derrocar a Maduro, se sentirán empoderados y mirarían a Cuba como el próximo objetivo.
Pero si su intento de derrocarlo fracasa, como es lo más probable, Trump estará descontento con Rubio y su aventurerismo. De manera que lo que se podría esperar no sería un mejoramiento en las relaciones con Cuba, pero sí el mantenimiento del statu quo.
¿O sea, que un fracaso en términos de su objetivo de derrocar a Maduro podría ser políticamente costoso para Rubio?
Bill cree que sí, porque pondría a Trump en la situación embarazosa de haber defendido una política fracasada, y no lo perdonaría.
Mis tres interlocutores coinciden en que la cuestión para la política hacia Cuba es si Rubio sigue siendo secretario de Estado a finales de 2026. Porque es él quien se preocupa por Cuba. Trump, no.
Phil comenta que tampoco Venezuela es un interés particular de Trump, sino más bien de algunos congresistas, que sí le importan, incluidos algunos cubanos de Florida. Pero Rubio es el que tiene la mayor influencia adentro.
¿Ese factor cubano es el principal obstáculo ahora para una evolución futura de la política de EEUU? ¿De manera que si la política del gobierno cubano hacia los cubanos emigrados mejorara y se logra una mejor atmósfera y avanza un diálogo, contribuiría a que ese obstáculo se redujera?
Para Phil, ese sería un gran paso, que facilitaría enormemente un cambio.
Bob Albro apunta que Trump 1 y Trump 2 han sido diferentes en su dinámica. En Trump 1 hubo muchos cambios en el gabinete. En Trump 2, casi nada. Pero después de las elecciones de medio término eso podría cambiar. Si el poder político en el Congreso favorece a los demócratas, como resultado de los fracasos de Trump, las circunstancias cambiarían. Si Venezuela termina mal, Rubio quedará fuera.
Bill añade que si Rubio quiere ser presidente, probablemente renuncie después de esas elecciones intermedias, porque tiene que dedicarse a hacer campaña. No puede hacerla siendo Secretario de Estado.
William Leogrande es Profesor de Gobierno y especialista en política latinoamericana y política exterior de Estados Unidos hacia América Latina, en American University. Autor de numerosos ensayos y varios libros sobre relaciones EEUU-America Latina, y política cubana.
Philip Brenner es Profesor Emérito de la Escuela de Servicio Internacional, American University. Especialista en política de Estados Unidos hacia América Latina, con énfasis en el Congreso. Autor de numerosos libros sobre Cuba.
Robert Albro es Profesor investigador asociado en el Centro de Estudios Latinoamericanos, American University. Se especializa en antropología de la política publica. Autor de libros sobre Bolivia, Perú y políticas latinoamericanas.











