Debió ser por 1974 o 75 cuando Ambrosio Fornet y un equipo de Cinematografía Educativa aparecieron por la Vocacional Lenin buscando alumnos que pudieran actuar en un documental sobre los insectos. A ver, no haciendo de insectos ellos mismos, sino de muchachos que, jamo en ristre, capturan bichos en un prado; conseguido esto, la profesora empezaba a ilustrarles acerca de esas criaturas artrópodas, y por ahí seguía el documental.
Escogieron tres o cuatro estudiantes de 12 o 13 años por sus condiciones, su porte o lo que fuera… y bueno, yo fui uno de ellos. Es más, yo era el protagonista, pues tenía texto: en cierto momento daba un golpe de jamo, y decía: “¡Profesora, capturé un saltamontes!” La verdad, desde el primer momento mi extenso monólogo me parecía artificial (yo habría gritado “¡Profe, cogí un grillo!”; aquella fue mi manera de aprender el abismo que media entre la realidad y el, ejem, arte). En fin, nos llevaron al parque Lenin, y en un par de tomas salió todo. El documental (con el inesperado título Los insectos) fue exhibido un año o dos más tarde por televisión, en un programa que casi seguro tuvo un único espectador, y luego no supe más de él.
Cuento todo esto no para develar la génesis de un nuevo Marlon Brando, sino porque ya desde esa época yo era un apasionado coleccionista de todo lo coleccionable: algo de eso debieron ver en mí los de Cinematografía Educativa para escogerme. Desde mucho antes, de hecho apenas aprendí a leer (en 1968, con 6 años) empecé a coleccionar el semanario Pionero, que en esa época incluía tres historietas seriadas por número (el primer ejemplar que guardé me reveló a Los viajes de Gulliver, La conquista del fuego y Ronin, el samurai errante) y un buen número de artículos interesantes sobre temas que iban desde cuáles son los planetas del Sistema Solar hasta por qué es roja la sangre. Al Pionero debo, en buena medida, haberme atrevido a pergeñar historias propias: aquellas aventuras hicieron deflagrar mi imaginación, en tanto los artículos me interesaron sucesivamente por la Geología, la Astronomía, la Física, la Biología… Asistí al nacimiento de Elpidio Valdés, en una serie titulada EV contra Gun Market Company, y luego en otras aún más raras, EV contra los Zernis (en el planeta Marte) y EV contra los ninjas. Seguí persiguiendo el semanario hasta los 16 años, cuando abandoné la colección, no tanto por mi edad como porque, perdida su frescura, el Pionero se estaba volviendo indistinguible de un Pleno del Partido.
Gollum podría ser el epítome del coleccionista que goza la posesión de un objeto irrepetible, que es capaz de dar cuanto le pidan por un nuevo ítem, aunque el placer resultante solo tenga sentido frente a un grupo de elegidos. Reuní cajas de cigarros, caracoles, minerales, sellos de correos… Llegué a coleccionar postales de peloteros, a pesar de que la pelota y el deporte en general constituyen para mí áreas misteriosas del saber humano, arcanos comparables a la Teoría de las Cuerdas o los trámites para poner un apartamento a tu nombre.
Con el tiempo y alguna mudanza me deshice de la mayoría de esos objetos, legándolos a mis hijas o simplemente sacrificándolos, aunque una selección de piedras y caracoles todavía se exhibe, desvergonzada, en muebles y paredes de mi cuarto; ahora las películas, los libros y los CDs se han encargado de invadir mi pequeño apartamento (el que sale en Monte Rouge) hasta el punto que, estoy seguro, si un japonés llega a mi habitación empezará a tratarme con renovado respeto.
Colecciono bootlegs de Los Beatles (juntos y separados), los Stones, Led Zeppelin, todas esas viejas bandas rockeras y algunas nuevas, en ediciones piratas pero originales, es decir, no en mp3 sino discos adquiridos en sitios como Barcelona, Munich o Santiago de Chile; rarezas de Silvio Rodríguez, Dylan, la nueva trova cubana; colecciono a Terry Pratchett, Tom Sharpe, Leo Masliah y Roberto Fontanarrosa; tengo todos los Astérix; acumulo cine silente, cine de CF de los años 40, 50 y 60, cine asiático, cine erótico (Tinto Brass en primer lugar), Woody Allen y Nikita Mijalkov…
Eso sí, nunca me ha dado por coleccionar insectos. Aunque alguna cucaracha se cuela a veces a joder en el cuarto.
curioso comentario, un día estoy seguro de que intercambiaremos colecciones
¡Ah, las historietas! http://www.juventudrebelde.cu/cultura/2016-10-29/historias-en-su-tinta/
Muy del Llano el artículo, como siempre una lectura refrescante que hago entre códigos (soy programador).