Nadie cree que Esther Bejarano podrá levantarse por sí misma y pedirle al micrófono que se apoye en ella. Nadie cree que Esther Bejarano se zafará del abrigo que la tiene sepultada. Nadie cree, cuando empieza a rapear en yiddish, que Esther Bejarano fue a Auschwitz, volvió de Auschwitz, y canta hoy en Camagüey, Santa Clara, La Habana.
“Pensé que Cuba iba a curarme el catarro con un poco de sol”, dijo la artista a la vista de Santa Clara lloviznada. “No estoy en buena forma esta noche”, dirá a mitad del concierto en El Mejunje, y el público aplaudirá esa coquetería. Porque un poco antes de advertirles, la cantante alzó los brazos como una sacerdotisa; porque un poco antes de excusarse, Bejarano cantó una canción de franco aire gitano, alzó las piernas, a uno y otro lado, y también bailó.
Esther es la rapera más vieja del mundo. No hace tantos años que rapea, sin embargo. Volvió a los escenarios cuando nadie la esperaba, en compañía de Microphone Mafia, unos alemanes de cualquier parte, hijos de italianos y turcos. “Son mis nietos”, avisa Bejarano y responde con el juego de una bofetada al piropo que le dicen al oído. La cantante alguna vez tocó el acordeón en la orquesta de mujeres de Auschwitz-Birkenau. Les encomendaron que pusieran un poco de ruido a las cámaras de gas. A veces les consentían un trozo de Mozart.
Ahora la rapera fusiona compases folclóricos, panfletos musicales, acentos del pop. En las transiciones lee un pasaje de sus memorias.
“Nosotros vamos a vivir y vamos a sobrevivir tiempos malos. Viviremos a pesar de todo”, leyó Esther Bejarano en Santa Clara. Estas palabras las dijo en Auschwitz. “Recuérdenlo en todos los tiempos que están por venir”. La vida continúa se titula su segundo disco con Microphone Mafia.
La artista judía nació en territorio francés, antes alemán, luego alemán. Una zona en disputa. Una de las razones que condujo a la II Guerra Mundial y engendró el carácter de un sitio como Auschwitz. La artista judía tampoco se aclimató a los usos de Israel, donde el racismo adquirió un perfil propio. La Guerra Fría le imponía renunciar al comunismo para instalarse en Estados Unidos. Del Caribe conoció Curazao porque le dijeron que allí no quieren antisemitas. Hasta hoy vive en Hamburgo.
“Fue idea suya venir a Cuba”, cuenta su comitiva. “Esther dice que donde hay racismo no hay socialismo, y quería conocer la experiencia cubana”.
“Ella no descansa, no se cuida”, apunta Tobías Kriele, un profesor alemán. “Sabe que el fascismo vuelve a la carga y hay que ofrecerle resistencia, aquí y en todas partes”.
tEsta señora hablaba de “fascismo” y quiso ir a conocer y a cantar y a conocer un pueblo con otro régimen “fascista”. Acaso no sabe ella que los comunistas han asesinado mundialmente más millones de seres humanos que aquellos otros fascistas?