Cada lunes, después de terminar su trabajo, Antonio sale a repartir el Paquete Semanal. Casa por casa, con un disco duro bajo el brazo, lleva capítulos de series de televisión, reality shows, películas, revistas en formato PDF, música.
Es un servicio a domicilio personalizado. Considera que tiene una clientela pequeña, menos de una veintena de personas a las que puntualmente visita el primer día de la semana y que, a cambio de 25 pesos cubanos, se quedan con todo el contenido que oferta.
El recorrido lo lleva por diferentes municipios. Visita a cada uno de sus clientes y les deja el paquete en sus PC. También les actualiza el antivirus a los menos diestros en informática. Tiene la confianza de algunos clientes para sentarse en sus computadoras y copiarles lo que trae.
La distribución no se detiene allí. Si el Paquete Semanal queda en una “máquina” conectada a una red de los vecinos del edificio o del barrio (algunos han montado conexiones inalámbricas que puede cubrir una extensión mayor), los contenidos son copiados por otros, que, a su vez, pueden socializarlos entre sus conocidos o revenderlos.
Antonio recibe el paquete de manos de un “mensajero” enviado por los compiladores. Lleva un año en el “negocio” y dice que él no le saca mucho dinero. Pero es una opción que se le presentó y la aprovecha. En 2013, planeaba abrir una sala de juegos computacionales, hasta que el gobierno las declaró ilegales, junto con los cines 3D y la venta de ropa en los portales de las casas.
Leandro, a diferencia de Antonio, no camina por La Habana: los clientes van hasta la puerta de su casa para comprárselo. Todo comenzó cuando él y varios conocidos tuvieron la idea de crear una forma diferente de distribuir el Paquete. “Nadie tenía el concepto de ofrecer el mismo producto en distintos puntos de la ciudad, dando un nivel de seriedad y confianza para que puedan venir a comprar en un sitio permanente”.
Dice que mucha gente se dedica a la venta del compendio, pero, con el tiempo, el negocio se hunde o simplemente se aburren y lo dejan. Por eso, su estrategia ante la competencia es la constancia.
“Es una cadena”, y no lo dice solo como metáfora. La suya es solo una de las tantas casas asociadas entre sí, donde se vende el Paquete. Los servicios, como los llaman, están nivelados en todas las “sedes”. Uno puede ir a los distintos extremos de la ciudad y encontrará los mismos precios y el mismo catálogo.
Leandro tiene una licencia de vendedor de discos, expedida por el Ministerio de Trabajo. Como cualquier cuentapropista cubano, paga impuestos por su actividad, regulada por la legislación vigente tras el inicio de la actualización del modelo económico.
Su residencia no está ubicada frente a una calle muy transitada, sino en el interior de un tranquilo barrio residencial de La Habana. La aparente desventaja en la localización no le resta clientes. Durante el tiempo en que lo entrevisté, recibía uno cada cinco o diez minutos.
Está convencido que “este no es un negocio a largo plazo; al final estás trabajando con piratería, como mismo trabaja la televisión cubana con piratería, gracias al bloqueo”. Las leyes de derechos de autor chocan con las sanciones económicas de Estados Unidos contra Cuba, que le impedirían a la parte interesada aceptar dinero procedente de Cuba.
Él solo se encarga de la venta. No puede decidir qué series o películas se bajan, tampoco puede pedir algo en específico; solo sabe que los materiales que distribuyen están ahora al aire en los canales de Estados Unidos y España.
Leandro vive convencido de que un eventual acceso universal a Internet en Cuba no afectará su negocio. “Al final todo el mundo no tiene la capacidad de almacenamiento, a veces es más fácil, por un precio módico, pagarlo que ponerte a descargar una cosa”.