Esta es una novela breve, ganadora de una de las Becas de Escritura Creativa Can Serrat en España (2021). Su autor, Milho Montenegro, ha publicado varios libros de poesía. En esta, su segunda novela, la poesía está colocada de forma muy certera.
Mi ejemplar de Corazón de pájaro está lleno de marcas, porque he subrayado y anotado como un loco. El relato nos presenta a todos los personajes, incluido el protagonista, con nombres que en realidad son apenas letras: A, B, F, G; excepto a Marcos, que adquiere un protagonismo diferenciado desde su primera aparición.
El título adelanta el tema de la homosexualidad; en Cuba al hombre gay se le llama peyorativamente “pájaro”. Parece el nombre de un bolero, más bien de un feeling, pues la forma y el ritmo de esta historia son puro feeling: tiene sexo, rabia, traición, venganza, y una voz particular, fruto del estudio de grandes maestros de la literatura, y, ¿por qué no?, también de la pajarería —con orgullo, palabra reivindicativa, sin la carga de desprecio con la que suelen usar el mote.
La novela presenta a un protagonista que trabaja en la Biblioteca Nacional, y tiene un mejor amigo poeta, homosexual, talentoso y renegado por los círculos políticos que lo dominan todo, hasta el mundo del arte. Tras la censura de una complicación poética su vida entra en un bucle de miserias y paranoias que lo obligan a tomar decisiones drásticas. Nuestro protagonista también ve cómo linchan moralmente a alguna que otra compañera de trabajo. Debo admitir que el personaje como empleado de la Biblioteca Nacional me recordó a Reinaldo Arenas en su Antes que anochezca, y creo que fue hecho a posta: el homenaje se introduce desde la cita que abre el capítulo primero, tomada de Celestino antes del alba, primera novela de Arenas.
En el relato, el interés romántico del narrador-protagonista se inclina hacia A, un psicólogo que lo atendía por su adicción a la pornografía y con el que empieza una relación que terminará por causa de la emigración. La vida de este hombre, que a menudo califica su propio corazón como pequeño y frágil, como el de un pájaro, cambiará por completo al conocer a Marcos, un estudiante de Medicina, disidente y un poco descarado.
Hace poco comentaba con una amiga que en Cuba las familias están rotas, y en la lectura de este texto he encontrado una de las razones —porque son muchas— del fenómeno: “(…) En este país es obligado llevar a cuestas la mierda de otros. De todos. Por eso muchos se van. Es demasiado el peso. La porquería. Es algo que termina dejándote huellas dentro. La mierda echa raíces en tu espíritu. No sé si en realidad es posible escapar de eso. Si a dónde vayas logras limpiar tu alma (…) Los que se marchan dejan algo suyo en los que dicen adiós. Una porción de los que permanecen se va con los que parten. Nadie queda salvo. Nadie está completo…”.
La novela toca varias aristas, aunque no siempre las profundiza; las deja a merced del lector, como tarea: “(…) Alrededor de lo negro y yoruba hay abismos. Cuentas pendientes. Cuestiones por aclarar. Silencios. Grilletes que aún se arrastran…”.
Además, debate sobre la homosexualidad y su condición de disidencia social y hasta política, sobre los estigmas, y rinde honor a los grandes de las letras cubanas que sufrieron la censura y el maltrato: Virgilio Piñera, Lezama Lima, Reinaldo Arenas, Severo Sarduy, entre otros. Condena el “Quinquenio Gris” y las Unidades Militares de Apoyo a la Producción (UMAP), esa tragedia que aún nos llega, relatada en forma de arte, por quienes lo sufrieron.
De los artistas depende en gran parte la forma en que la historia será contada, pues la política varía mucho, pero el arte, a pesar de sus modismos, tiene una arista testimonial. Contra eso, ninguna campaña propagandística ha podido. ¡Claro! Siempre hay peces muertos que se dejan llevar por las corrientes y, como dice Milho Montenegro en su novela, “en este país la historia constantemente se repite. Una y otra vez. Como un ciclo enfermizo…”.
He aquí otra novela que apoya mi teoría de que el villano de las historias modernas es la política, pues ella es la titiritera de los personajes, que luego interactúan entre sí ien la medida en que apoyan o se oponen a determinada ley. He aquí otra novela sobre la realidad cubana, salvando que en algún punto se habla de una guerra que no tenemos concientizada como tal, pero que existe:
“La verdad no le importa a nadie en este país. La verdad es una mariposa muerta. Una especie extinta. Aquí todos mienten. Nos han enseñado a mentir desde el comienzo. Desde nuestro nacimiento. Si no incorporas la mentira en tu sistema entonces te obligan a tergiversar la verdad. A matizarla. Hemos aprendido a decir mentiras que parecen verdad. Tanto la repetimos que ya nos cuesta distinguir entre una cosa y la otra. Entre el bien y el mal. Cuando dices una verdad verdadera te culpan de traidor. De apóstata. De envidioso. Una verdad que atenta en tu propia contra. Algo surrealista (…) Si alguna vez encuentras una auténtica verdad guárdala muy dentro de ti. La verdad no debe ser compartida. No puede ser expuesta. Salvo que estés dispuesto a morir por ella…”.
La historia juega con las “disidencias”: homosexualidad, pornografía, autores censurados, personas sinceras, acciones clandestinas, y una que llegará de forma chocante —¡y muy realista!—: la traición al humanismo soportada por el juego político y celebrada con aplausos. No puedo contar más sin caer en un spoiler.
Otro tema que toca Corazón de pájaro, y que como bookstagrammer, lector voraz y perseguidor de libros puedo dar fe, es la compra y reventa de libros de uso. En La Habana, ciudad en la que vivo, existen librerías de segunda mano, grandes proveedoras de ediciones difíciles de conseguir, descatalogadas y sin censuras de ningún tipo. Librerías que han ampliado sus vías de promoción hacia las redes sociales y las aplicaciones de mensajería como WhatsApp, Telegram, Facebook e Instagram, que también apoyan a la creación y difusión de talentos desde sus humildes posiciones en el gremio.
Nuestro autor pone a su protagonista a vender libros de uso y, si bien parece exagerada la sanción que recibe por la actividad, es cierto que absurdos como ese suceden a diario en nuestra isla. De todos modos, dichas librerías son las mejores proveedoras de literatura en el país, pues ofrecen ediciones de Anagrama, Alfaguara, Tusquets, Grijalbo, Plaza y Janés, Seix Barral y otras grandes editoriales que por las vías tradicionales del comercio literario nos sería imposible obtener en Cuba, por no mencionar autores y títulos complicados:
“(…) Tengo varios pedidos de libros. De esos que ya no se ven. Libros que algunos consideran ‘joyas’. Cada día los encargos aumentan. Me sorprende el movimiento del mercado negro de la literatura en este país. Este es el país del eterno burocratismo. De las eternas barreras y muros. El país del ‘no’. Por eso aquí casi todo tiene que estar por detrás del telón. Encubierto. A escondidas. Gano bastante. Más de lo que esperaba. La mayoría de los clientes son jóvenes. Estudiantes de Periodismo. De Filología. También algunos me comentan que son Ensayistas. Poetas. Narradores. Otros sueñan con serlo. Se asombran de mis conocimientos. ‘¿Eres escritor?’, me preguntan. Pocas veces les digo la verdad. Me avergüenza un poco ser escritor con dos novelas publicadas y vivir de un negocio como este. Piden libros ya perdidos. Olvidados. Prohibidos. Peligrosos. Libros de Reinaldo Arenas. De Severo Sarduy. De Guillermo Cabrera Infante. De Heberto Padilla. Los consigo. Los compro a un precio y luego los vendo un poco más caros. O los intercambio. Doy este y me dan aquel. Todo limpio. Rápido. Fácil. Pero por detrás de la fachada. Quedo bien con los clientes y siempre regresan. Un cliente satisfecho es dinero en el bolsillo. Ahora gano más que en la Biblioteca Nacional. Estoy convencido de que haberme ido fue lo mejor…”.
Este fragmento lo dice todo. Así es como este servidor consigue sus libros. Ya una vez me preguntaron por aquí mismo cómo lo hacía, en un comentario.
Otro detalle a notar son los puntos donde pudieran ir perfectamente unas comas. Esta forma pausada de narrar es, a mi juicio, toda una declaración de intencionalidad, de algo bien constatado, fijo, seguro, de ahí que lo que se dice vaya encerrado entre puntos, esos que cierran las ideas. Marcan un ritmo más tajante, como el diapasón que afina la obra que, ya dije, va a ritmo de filin —creo—.
Los capítulos son breves, algunos brevísimos, lo cual ayuda a la rápida lectura.
Todos los personajes están bien matizados, no hay buenos-buenos ni malos-malos, ni propósito magullado por el peso de la realidad, ni intención amorosa limpia de ego. La forma en la que el personaje principal se transforma, evoluciona —involuciona, cabe decir— es una demostración de la forma en la que la máquina nos muele dentro de las dictaduras, que te hacen sentir culpable hasta por llamarlas por su nombre. A ratos parece que leemos una distopía, pero se trata de una novela de ficción, por muy realista que sea, una ficción que bebe de hechos, personas y obras que son la prueba de un gran fallo:
“(…) De todo lo que alguna vez deseamos solo teníamos miseria. Destrucción. Hambre. Traición. Odio. Y promesas. Absurdas y pomposas promesas de un futuro mejor.”
Esta es, al cabo, una novela sobre la traición. Se sirve de un corazón de pájaro: frágil y soñador en un principio, que luego abre sus garras y te atrapa en un infame viaje de pérdidas, roturas, deslealtades, desenmascaramientos. No por gusto su último capítulo se titula así mismo: “Traición”, antecedido por la “Extenuación”, la “Resignación”, la “Paranoia…”. No por gusto, más o menos en la mitad del libro, un obstinado personaje exclama: “(…) La historia, a pesar de que la tergiversen, la escondan o la nieguen, será la misma en el alma de aquel que la traicione…”.
Ahí lo dejo.
Le doy gracias a Milho Montenegro por plasmar la verdad de tantos y de forma tan valiente, teniendo en cuenta el contexto. Gracias por el “Librazo”, que terminé de leer en una tarde tranquila en Viñales, entre el sonido de los pájaros. Habría querido escuchar o avistar un tocororo, nuestro pájaro nacional, ideal para hablar y pensar en la libertad, pero bueno, ya sabemos que la vida no suele ser muy ideal.
Hasta la próxima semana.