La semana pasada les hablé de dos títulos que pertenecen al género “distopía”: La historia de la criada de Margaret Atwood y Farenheit 451, de Ray Bradbury, autores que, junto a George Orwell y Aldous Huxley, están considerados como los padres del género distópico; entonces, se hace más que oportuno traerles otros de los títulos imprescindibles de este género, cultivado solo por verdaderos profetas y visionarios del universo literario.
Los dos títulos que traigo hoy guardan relación en cuanto a la temática que abordan: la dominación de las masas. Cada autor propone modos distintos de entender este fenómeno, y lo espeluznante de la cuestión es que en el presente existen ejemplos que se asemejan a estas realidades indeseables, ¿quieres saber más? Pues a leer:
Un mundo feliz, de Aldous Huxley
Aldous fue un escritor y filósofo británico de familia con tradición intelectual, que abarcó varios géneros de la literatura: novela, ensayo, relato, poesía, libros de viajes y el guión cinematográfico.
Un mundo feliz es uno de los grandes clásicos de la literatura del siglo XX. Fue escrito en 1932, inspirado por la sociedad de su época y los grandes avances que empezaban a afectar las vidas de todos y llevaron a imaginar un futuro más tecnológico. Huxley creó una novela visionaria que coquetea con lo utópico para ofrecer lo distópico.
Para el título, Aldous bebió de las palabras de Miranda, en el acto V de La tempestad de William Shakespeare: “¡Oh qué maravilla! ¡Cuántas criaturas bellas hay aquí! ¡Cuán bella es la humanidad! Oh, mundo feliz, en el que vive gente así.”
Y es que en el mundo que propone el autor todos parecen felices, todo parece perfecto. Es una sociedad futura que utiliza la clonación y los avances genéticos para controlar a los individuos y llevarlos a un nivel de equilibrio conveniente. Todos son creados de forma artificial. Ya desde el inicio, esta sociedad se nos presenta del siguiente modo:
“Un edificio gris, achaparrado, de sólo treinta y cuatro plantas. Encima de la
entrada principal las palabras: Centro de Incubación y Condicionamiento de la Central de Londres, y, en un escudo, la divisa del Estado Mundial:
Comunidad, Identidad, Estabilidad.”
En ese mundo feliz la población está divida de la siguiente forma:
-Alpha: la élite de los “inteligentes”.
-Betas: ejecutivos.
-Gammas: empleados subalternos.
-Deltas y Epsilones: los menos sofisticados, destinados a trabajos duros y a la mano de obra.
Y, aunque son como una raza aparte, tenemos a Los Salvajes: personas que como tú y yo sentimos dolor, rabia, en fin, emociones que expresamos de forma particular de acuerdo a nuestra personalidad, lo cual nos separa de ese mundo feliz, que no es más que una dictadura tan perfecta que no luce como tal.
En esta dictadura todos creen que viven en democracia, aunque no participan en nada, nadie quiere “no pertenecer”, y la condición de esclavos del sistema se disfraza del exceso consumo, de libertades sexuales, de modos de entretenimiento y de una engañosa plenitud a la cual se suman el hecho de que nadie se enferma, siempre están de buen humor, hay mucho avance tecnológico, no existe la guerra y no hay pobres.
Por otro lado, el control social es férreo, el Estado es regido por científicos que han suprimido la expresividad en casi todas sus formas, o sea, lo que más humanos nos hace ya no está, es prohibido: la familia, la religión, el arte, la filosofía, la literatura. Todos beben una sustancia química que controla las emociones y cambia el nivel de conciencia individual y colectiva; se planifica a la sociedad de acuerdo a la genética, y ello se apoya a través de la hipnopedia, o sea, la enseñanza durante el sueño, que inculca consignas y educa mediante el adoctrinamiento: “Todo condicionamiento tiende a esto: a lograr que la gente ame su inevitable destino social (…) Éste es el secreto de la felicidad y la virtud: amar lo que uno tiene que hacer…”
Es imposible pasar por alto el juego que establece el autor con los nombres de sus protagonistas; Lenina Crowne y Bernard Marx, quienes hacen alusión a Lenin y a Marx, íconos del adoctrinamiento socialista y materialista. El fundador de ese mundo se llama Henry Ford, sí, como el de la marca de automóviles, y una letra T reemplaza a la cruz cristiana, justo como el modelo T de Ford, además, el fordismo viene siendo una especie de doctrina que deben practicar todos en esa sociedad.
La trama pone a interactuar a Lenina, ciudadana perfecta, con Bernard, un tipo más bien inadaptado, que ante sus expresiones de inconformismo se mete en problemas con su jefe, y aún así obtiene permiso para visitar La Reserva Salvaje —donde viviría alguien como yo, por ejemplo, por decir las cosas como son y por no ir de robot sonriente—. En su viaje, lleva a Lenina y ahí conocen a John El Salvaje, un error del método anticonceptivo, para colmo hijo del mismísimo jefe de Bernard —todo el mundo mete la pata alguna vez, ¿no?—. A modo de moderno Tarzán, John es llevado al mundo civilizado y gracias a los conflictos de este personaje y a los de Bernard, es que el autor puede presentarnos sus propuestas morales y éticas:
“- ¿Es que tú no deseas ser libre, Lenina?
-No sé qué quieres decir. Yo soy libre. Libre de divertirme cuanto quiera. Hoy día todo el mundo es feliz. Bernard rio.
-Sí, “hoy día todo el mundo es feliz”. Eso es lo que ya les decimos a los niños a los cinco años. Pero ¿No te gustaría tener la libertad de ser feliz… De otra manera? A tu modo, por ejemplo; no a la manera de todos.”
Estamos ante una novela existencialista que pone sobre la mesa la pregunta que se han hecho todos los humanistas y pacifistas: ¿es posible un mundo perfecto, sin guerra y sin pobreza? Pero para lograr eso, ¿no habría que erradicar o reprogramar entonces la naturaleza humana, que es tan proclive al egoísmo y al abuso de poder?
Al estar narrada en tercera persona por un narrador omnisciente, el lector puede acceder a los distintos pensamientos e ideas de los personajes: John el Salvaje, “cabo suelto” que provoca los cuestionamientos de semejante “utopía”, y personaje clave para demostrar la tesis del autor; Lenina Crowne; Bernard Marx, Mustafá Mond entre otros.
En 1958 Aldous Huxley escribió un libro titulado Nueva visita a Un Mundo Feliz para explicar la raíz de su famosa novela, hoy una obra “de culto”, referente de otras grandes obras de la literatura, el cine y la música, pues su impronta inspiró a músicos, escritores y cineastas, por las citas, discursos y elementos de la ciencia ficción especulativa. Un libro imperdible que puede tener varias lecturas según la época de la vida en la que se lea.
1984, de George Orwell
Publicada en 1949, solo 17 años después de Un mundo feliz, se titula 1984 pues el autor decidió invertir los números del año en el que terminó de escribirla: 1948, quizás, también como advertencia de lo cerca que estaba la sociedad de entonces de alcanzar un Estado de control masivo, como el que propone Orwell en su obra.
Se trata de una de las novelas distópicas más inquietantes del siglo XX, ya que su tesis parece muy posible, e incluso, por momentos, en algunos aspectos, viva en algunas sociedades.
Hace algún tiempo me preguntaron: ¿de qué trata 1984? Y mi respuesta fue: básicamente es una distopía en contra del totalitarismo; Winston Smith, el protagonista, vive en el Londres de 1984, en el Superestado de Oceanía, —que en los años en que fue escrita la novela suponía un futuro de casi cuarenta años más adelante—, y este Londres está regido por un sistema totalitario que controla cada uno de los movimientos de sus ciudadanos e impone severos castigos a quienes desobedezcan las leyes e incluso delincan en pensamiento. “El Gran Hermano” es el gran dictador y vigilante del único partido existente. Por esta falta de libertad, que se palpa desde el primer capítulo, se crea una hermandad disidente de doblepensantes, liderados por un tal O’Brien, que tampoco ofrece la supuesta solución; hay demasiados informantes, demasiada traición, por lo que la rebelión final parece cada vez más imposible…
La novela, que también es considerada como una obra de ciencia ficción, predijo la aparición de los dispositivos electrónicos capaces de espiar a la población, algo que vemos hoy en día; de hecho, el famoso programa Gran Hermano, se inspiró en el “El Gran Hermano” de 1984 para tomar su nombre, ya que este personaje es como omnipresente, aparece en toda la propaganda, publicidad y es el gran vigilante y dictador de las reglas, ideas con la que juega el famoso reality show.
En 1984 la memoria histórica, esa que es tan importante para los pueblos, para no repetir errores, para conocer sus raíces y esencia, es manipulada por completo por el Miniver o Ministerio de la Verdad, que cambia la historia y el presente, según como van variando las circunstancias, siempre a su conveniencia. Para su “Gran Hermano”, Orwell se inspiró en grandes líderes totalitarios como Stalin y Hitler, y teniendo en cuenta que era partidario en la vida real de León Trotsky, se hace evidente que es a Stalin a quien más apunta, haciendo de su personaje Enmanuel Goldstein su propio Trotsky.
La forma en la que Orwell describe el totalitarismo en la novela es espeluznante, pero lo es más aún encontrar sus paralelismos en algunos gobiernos. En la obra tenemos cosas como Los dos minutos de odio, un espacio de pantalla para emitir información sobre los enemigos del sistema y desplegar su ira hacia ellos, una estrategia con filo que busca el adoctrinamiento y la expansión del odio, a pesar de que ya en esa sociedad las masas son obligadas a pensar de un modo y amenazadas en caso de pensar de otro.
La novela acorrala a sus personajes, que se ven siempre rodeados por el “Gran Hermano”, y dominados por los distintos ministerios que rigen: el Ministerio de la Verdad, que se dedica a las noticias, a los espectáculos, la educación y las “bellas artes”. El Ministerio de la Paz, para los asuntos de guerra. El Ministerio del Amor, encargado de mantener la ley y el orden. Y el Ministerio de la Abundancia, al que corresponden los asuntos económicos, todos estos eufemismos resultan irónicos una vez dentro de la historia.
Winston, el protagonista, al no poder expresarse, decide llevar un diario, luego inicia una relación con Julia, de forma clandestina, pues según el Partido no están permitidos los vínculos afectivos entre los ciudadanos. Entre tanta clandestinidad, ¿en qué va a parar la vida de Winston? ¿Qué nos quiere contar George Orwell? El final puede ser chocante…No digo más.
Narrada de forma sencilla, si bien por momentos puede resultar tediosa para el lector que no busca explicaciones del sistema político que protagoniza la historia, la obra sí que engancha por el formato de novela policial que utiliza para llevarnos de capítulo a capítulo. Es notable la influencia de las guerras mundiales y de los sucesos mediáticos de su época: la publicidad y la propaganda empezaban a cobrar fuerza y el totalitarismo ya había conocido la realización en varias partes de Europa, iba siendo hora de advertir a los países desarrollados, del llamado “primer mundo”, por qué no, al resto del planeta.
Se trata de una obra imperdible, no por gusto un gran clásico de la literatura. Se dice que Huxley, con Un mundo feliz, veía que las masas podían ser controladas por el consumismo, los compuestos químicos de supuesto hedonismo y la idea del placer constante como trampa para el sometimiento supremo; y que Orwell veía esto como algo posible solo mediante el control total de forma coercitiva, mediante una vigilancia férrea y el castigo severo a los opositores, con incesante propaganda y adoctrinamiento. La realidad de hoy nos dice que ambas formas son posibles, que ambas formas se practican, que, por desgracia, ambas formas se siguen desarrollando y, ¿quién sabe?. El día de mañana puede que algún otro autor se convierta en clásico por su previsión distópica de la realidad futura.
A mí solo me queda invitarles a insistir en ser más humanos, más libres y más ustedes mismos dentro de los espacios demográficos en los que las marcas, las empresas y los colegios electorales nos quieren meter. Pero para eso hace falta cultura, y para construirla hace falta leer, y mucho, no lo digo yo, lo dijo Martí hace más de un siglo.
Nos leemos la semana que viene.