Hace unos años una española me dijo que veía ciertos nexos entre la precariedad y la turbiedad política que hay en Cuba con la etapa de la guerra civil y el franquismo, salvando las distancias, claro. Recuerdo que le pregunté jocoso, ¿crees que habrá un destape luego? Y terminamos haciendo chistes en los que mencionamos a Stella Reynolds, personaje comiquísimo de la serie La que se avecina, una estrella olvidada del Destape español.
Con el tiempo he descubierto a grandes autores que retrataron, desde variados ángulos, enfoques y estilos la guerra civil española, antes, durante y después. La temática me toca bien de cerca, pues mi bisabuelo llegó desde Galicia a Cuba huyéndole a esa guerra. De todos modos, se trata más bien de conocer la prosa de estos grandes autores que marcaron la historia de la literatura en nuestro idioma y que, casualmente, compartieron época y por ende temática.
No hace tanto les hablé de Nada, novela de Carmen Laforet, quien compartió correspondencia con Ramón J. Sender, uno de los autores que recomiendo hoy, y de la misma generación de Camilo José Cela y Miguel Delibes, escritores todos a los que admiro muchísimo y por ello recomiendo con entusiasmo.
Vayamos pues, a ver qué nos traen estos autores tremendistas:
La familia de Pascual Duarte, de Camilo José Cela
El premio Nobel de Literatura nos propone una historia a modo de ejercicio de memoria, hecho por el protagonista Pascual Duarte desde la cárcel, en el que retrata la precariedad, brutalidad y sequía espiritual que antecedió a la guerra civil española, y lo hace con un lenguaje lleno de jerga campestre y cuidadísimo estilo.
Se trata de una novela breve, intensa y directa como una bala, que busca acercar al lector a esos espacios rurales en los que no había ni recursos, ni compasión, ni esperanza de mejoría, ni mucho menos sanidad. Demuestra el radio de acción que tiene, sufre y reproduce la marginalidad: “(…) Tardé en averiguar que la tranquilidad es como una bendición de los cielos, como la más preciada bendición que a los pobres y a los sobresaltados nos es dado esperar…”, escarmienta el protagonista, aunque ya tarde.
En tiempos de crisis y extrema pobreza aumentan los vicios, la criminalidad, LA LOCURA; la historia del mundo lo ha demostrado. Esta novela se enmarca en la segunda década del siglo XX, y tiene saltos al tiempo en el que el protagonista cayó preso hasta la mitad de los años 30. Se sirve de cartas, más los escritos de Pascual y las notas del transcriptor que procuró todos su manuscrito para armar la novela completa.
La historia de esta familia es la historia de cualquier familia campestre española de esos años, lo que llevada al extremo, y quién sabe, la ficción nunca será más grande, más amplia y más inverosímil que la realidad. Esta novela es bien creíble, y casi parece tener chapa de basada en hechos reales. Mi bisabuelo, que vino huyendo de todo eso cuando tenía quince años y cuando Cuba era un país de oportunidades, me contó cosas que vivió en Panton de Lugo, Galicia, de dónde era. Por momentos lo recordé sentado en su butaca del portal de mi tía abuela que lo cuidaba, con su marcado acento español que nunca perdió en sus más de ocho décadas viviendo en Cuba, contándome sobre su infancia marcada por la rudeza de esa etapa. Él, como ese hombre que conoció Pascual Duarte en su estancia en Madrid, fue de los que pudo escapar a La Habana y mudar de locura.
La novela está considerada como la iniciadora del Tremendismo, que, ¡oye! Mira qué es tremenda la vida de Pascual, ¡y la prosa de Cela! Tiene un estilo que es pura idiosincrasia española, juega con las frases, el orden de las palabras, la sabiduría popular, y con un nivel de síntesis y belleza que logra narrar lo más cruel de forma atractiva. El impresionismo de su prosa te hace sentir olores y colores, sus descripciones son plásticas y los diálogos bien precisos.
La vida de la familia de Pascual Duarte nos hace meditar sobre la falta de cariño y sus consecuencias en la sanidad mental; el valor de la libertad; sobre el valor del apoyo y la comprensión familiar; sobre el hombre como fruto de su contexto; sobre las virtudes de la tranquilidad, esa que parece tan ajena a la condición de pobre; sobre la importancia de la paciencia, de la comunicación y del desahogo a la hora de superar los traumas, en contraposición con los impulsos, el silencio y la discreción enfermiza y enfermante; sobre la toxicidad y la violencia que rodean a la condición masculina y el sufrimiento y la sumisión que predominaba en la condición femenina —según los preceptos sociales y religiosos.
Pascual va involucionando, sus valores empiezan a distorsionarse y pierde el norte para convertirse en un receptáculo de odio. Sabemos que acaba en la cárcel, y sin embargo, el final es impredecible. Brutales las escenas de violencia.
Casualmente, esta novela, que junto a Don Quijote de Cervantes y Nada de Carmen Laforet, son de las tres más traducidas a otros idiomas dentro de la literatura en español, presentan una imagen de los españoles bastante coqueta con los trastornos mentales, principalmente en los hombres —¡Menuda casualidad!
He aquí un clásico imperdible y fundamental para aquellos que gusten de la buena literatura.
Réquiem por un campesino español, de Ramón J. Sender
Es un relato acerca de los horrores de la guerra civil española. En un pueblito aragonés, Monsén Millán, el cura del pueblo, antes de oficiar la misa de réquiem por el alma de Paco, a quien le tuvo mucho aprecio, recuerda detalles de la vida del difunto, pues siempre estuvo en su vida, desde el nacimiento, bautizo, crianza, boda y muerte. Los enemigos de Paco quieren pagar su misa, pero, ¿por qué? ¿Por qué hay tanta culpa alrededor del difunto?.
La historia logra dar una idea, en pocas páginas, del horror de la guerra, de cómo transformó la vida de los campesinos, sembró la división, y también arroja luz sobre parte de las causas de esa guerra. Todo parte de la tragedia; el lector sabe que Paco está muerto desde el principio, y que su muerte fue escandalosa. De ahí que todo vaya más sobre el cómo murió Paco, y quién fue él.
Escrito de forma sobria y sencilla, también utiliza la jerga del campesinado español y sus supersticiones para crear diálogos realistas. No cae en lo panfletario, aunque la historia se presta para ello.
Paco es el verdadero protagonista, a pesar de que la narración se guía por el cura Millán desde la tercera persona. Los flashbacks que hace el cura en lo que espera para iniciar la misa componen la redonda historia que, por otro lado, rueda como película en la mente del lector. La escena de la muerte es bien peliculera y melodramática. Hay personajes bastante pintorescos como la Jerónima y el zapatero, los demás, pues del montón y pasan por planos, principalmente los ricos.
Es un librito que se lee en una sentada y mantiene viva la memoria de acontecimientos macabros que no deberían repetirse.
Me gustó, y me ha dejado pensando en la inutilidad de la religión para las cosas prácticas, la importancia de la discreción cuando se piensa a contracorriente en ámbitos hostiles con “lo diferente”, y lo mucho que puede salvar y lograr la mentira y la picardía en tiempos de guerra.
Los santos inocentes, de Miguel Delibes
Es una breve novela, considerada como una de las mejores del siglo XX en lengua española.
Retrata la vida rural de la España franquista, y cómo aún en esos ambientes se vivía de forma atrasada, casi feudal. Se sirve de unos personajes medio caricaturescos, modelos de malos y buenos, o más bien de explotador y explotado, que representan a las dos clases sociales principales de esa época y de ese contexto: los pobres serviles y sin más remedio que servir, y los ricos déspotas, engreídos y malcriados.
La novela es una denuncia en prosa contra la desigualdad, el abuso, la injusticia social, así como la cosificación de los trabajadores, reducidos a máquinas de hacer cosas. Hay momentos de una crueldad tan orgánica, y narrados con tan poco sentimentalismo, que dejan con la boca abierta, como cuando Paco el Bajo se rompió la pierna e Iván el señorito piensa en su estúpida cacería más que en la salud de su empleado. El personaje de Zacarías me causó un poco de lástima, y es que, por desgracia, las personas con desafíos mentales son menospreciadas, y sus emociones no son tenidas en cuenta. Sin embargo, es la persona “enajenada” la única que toma venganza contra el déspota que le ha herido a posta.
No solo la novela, que se lee en nada, contiene la historia en sí, su final queda a modo de suspenso, pero ya el propio ritmo de la historia y todo lo que denuncia le hace saber a uno en qué va a parar todo. Lo cual deja pensando en la continuidad de esos abusos de poder, de esas injusticias, y de cómo los más pobres siguen siendo los mayores acumuladores de injusticias y humillaciones. Me encantó el estilo de su narración; la omisión de los guiones a la hora de plasmar los diálogos, el ritmo, la economía del lenguaje, la estética en general. Zacarías, como personaje, nos ayuda a notar la importancia del respeto a los sentimientos de todos, por encima de sus condiciones económicas y mentales. Otro detalle que me gustó fue la falta de partidismo, no hay nada panfletario; se trata de una exposición de hechos y personas, un retrato de la España rural en esos años.
Estos tres “Librazos” —breves además— marcaron la historia de la literatura en español. Es importante que leamos sobre lo que vivieron otros en otro tiempo, y así evitar repetir errores, aunque la historia tiene la mala manía de repetirse, y la ignorancia siempre suele invocar a la injusticia. Salvémonos entonces con la lectura.
Muy bien el comenario,me gusto mucho!
Muchas gracias.