Varadero es más que veintidós kilómetros de playa con una arena singular, tonalidades de aguas cálidas y limpias, sol maravilloso, o el punto más cercano de Cuba a los Estados Unidos; es también historia, cultura y memorias de un pueblo de pescadores y de sus laboriosos habitantes.
Su origen se remonta más de 6 mil años atrás, con las evidencias de restos de aborígenes preagroalfareros halladas en la solapa de la Cueva de los Musulmanes, de arte rupestre en la Cueva de Ambrosio, y en otros sitios arqueológicos.
Durante cinco siglos su más importante actividad fue la salina, en un punto costero, al centro-norte de la Península de Hicacos. El despegue económico puede ubicarse a partir de 1883, cuando diez familias de la ciudad de Cárdenas, sociedad llamada popularmente Los decenviros, se unieron para mejorar y fundar el caserío, atraídos por las excepcionales condiciones de la playa y el clima.
El auge turístico se define en los años 30 del siglo xx y crece con rapidez en los diez siguientes, convertido ya en el escenario preferido de la burguesía cubana y de los visitantes norteamericanos, que hacían suya la frase del presidente Franklin Delano Roosevelt: “Varadero es la playa ideal para el turismo”. Con la Revolución, se acelera el desarrollo que hoy cuenta con más de 50 hoteles y una estructura excelente de servicios turísticos.
Con estas informaciones, viajo en el mes de junio a Varadero, para conocer un poco a su gente, al hombre de a pie. Arribo al mediodía al otrora Parque de las 8 000 taquillas, construido en 1959, actual Centro Comercial. El centro urbano de Varadero es muy tranquilo y agradable, apenas alguna pareja de turistas caminan curiosos por sus calles.
En un punto de venta, en moneda nacional degusto, con menos de dos pesos convertibles (CUC), una típica comida cubana: congrí, ensalada, bisté de cerdo, vianda y refresco de tamarindo. Un comensal habitual, en short, camiseta y chancletas de baño, conversa con el dependiente: “Está floja la venta”. “Claro, si los artesanos no venden, no pueden gastar”, responde el aludido. Con ellos me informo: junio es un mes de baja turística internacional e inicio del arribo de vacacionistas nacionales. Varadero constituye una oportunidad y, a su vez, un desafío para sus 18 000 habitantes permanentes, pues el potencial económico que implica el turismo, cada día se divide más, si se tiene en cuenta la población flotante: 24 000 personas, la mayoría en busca de mejorar su nivel de vida.
Conversando con Teresa Quián Núñez, cuyo primer apellido corresponde a una de las familias fundadoras de Varadero, conozco que los habitantes mejor posicionados, son los vinculados al turismo: hoteleros, gastronómicos, constructores, transportistas, directivos, artistas, creadores, orden público, cuentapropistas…
Pero, por tratarse de un territorio caro en comparación con el resto del país, también existe un sector más desfavorecido: personas de la tercera edad, retirados, pescadores, domésticos, jardineros, recogedores de materia prima, y desempleados temporales o permanentes. Para ellos, el día a día es más difícil y son preocupación y reto para el Estado.
Teresa Quián describe personajes que alegran los días de bailes y fiestas de Varadero, como las serenatas y la conga del entierro de “Mamerto, tiempo muerto”. Algunos ya no están como Victorino García (El violinista), Canica (El panadero), Zarzamora (El negro), Pata Fina, Cara de Vieja y Saturnino (El curro)…
Me invita a visitar personalidades singulares de la localidad, entre ellas el fotógrafo Carlos E. Vega Fernández (Carlucho), figura quijotesca, de extensa obra –ganada desde el autodidactismo–, cuya sensibilidad le permite ver y compartir lo hermoso de todas las cosas; fotógrafo conceptualista y social con exposiciones en Cuba, España, Italia, Canadá, Inglaterra…
Y a un hombre como Eduardo Calderón Machado, heredero de las habilidades de la abuela, Paula Sánchez, quien en 1928 emigró de Agramonte hacia Varadero y descubrió allí el arte de hacer exclusivos collares. José Calderón Sánchez, hijo de Paula, artesano y poeta, aprendió con ella el oficio y luego trasmitió los secretos a su hijo Eduardo.
A partir de conchas, arrojadas por el oleaje, Eduardo, logra creaciones que superan los caprichos del más severo cliente: muñecas, joyeros, monstruos, jardines, simpáticas y candorosas mulatas y negras vendedoras, músicos, un mundo extraordinario.
Otros muchos exponentes de Varadero quedan por mencionar, pero era hora del retorno; había conocido ya algunos de los secretos mejor guardados de la historia y la cultura de Varadero.
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