En el tercer Paro Internacional de Mujeres, centenares de miles se movilizaron en las ciudades de todo el mundo. En Argentina las consignas de 400 mil personas heterosexuales, lesbianas, travestis y trans estuvieron protagonizadas por una oposición al gobierno del presidente Mauricio Macri, el ajuste económico y la represión estatal.
Además, en el documento oficial se exigió el derecho a la interrupción voluntaria del embarazo, el cumplimiento de la ley de Educación Sexual Integral, el cupo laboral trans y presupuesto para las políticas de prevención y erradicación de la violencia de género.
También hubo una fuerte reivindicación de los sectores afrodescendientes e inmigrantes, de la economía popular y de las trabajadoras sexuales, que exigen el cese de la criminalización de su actividad.
El eslogan “Niñas, no madres”, a raíz del reciente caso de una niña de 11 años que fue embarazada víctima de una violación intrafamiliar y a la que se le negó su derecho al aborto no punible –establecido por el código penal desde 1921– primó entre los carteles que recorrieron la marcha.
Medio millón de personas avanzó a paso lento en una procesión tupida de gente, performances artísticas, tambores, danzas y banderas. La Campaña Nacional por el Derecho al Aborto Legal, Seguro y Gratuito, organización fundamental en la agenda política del movimiento desde hace 14 años, encabezaba las 15 cuadras de marcha por el centro porteño. El orden de las demás columnas fue decidido mediante sorteo.
“Hoy levantamos la fuerza ancestral colectiva de nuestra diáspora libertaria (…). Estamos de pie por cuarta vez, haciendo un Paro General Internacional y Plurinacional”, rezaba el documento consensuado que se leyó en el escenario de la Plaza de Mayo al finalizar la marcha.
El movimiento de mujeres en Argentina tiene un linaje que emerge no sólo de las anarquistas migrantes de principios del siglo pasado y el movimiento obrero local, sino también la lucha por los derechos humanos, de las Madres y Abuelas de Plaza de Mayo de la última dictadura militar y de los Encuentros Nacionales de Mujeres que desde 1986 congregan cada año a decenas de miles en diversas ciudades del país para encontrarse en charlas, talleres y actividades colectivas con impronta feminista.
Además, conlleva una genealogía que va desde el primer “Ni una menos”, en junio de 2015, al paro general al gobierno de Macri en octubre de 2016, pasando por la ola “Ya no nos callamos más” a partir de 2017, denunciando públicamente las violencias y abusos de conocidos referentes de la cultura nacional, y las históricas vigilias del 13 de junio y el 8 de agosto de 2018, en torno a la votación por la ley de aborto legal en las puertas del Congreso Nacional.
Con este recorrido en las espaldas, el movimiento feminista local organiza cada año este tipo de actividades con asambleas abiertas y participativas en todas las ciudades del país. Desde la elaboración del documento hasta las estrategias de prensa y comunicación, pasando por el ala sindical y la logística de espacio público y cuidados.
También se hacen protocolos para casos de represión policial y redes de abogadas feministas que realizan guardias durante la movilización. Esta vez, a diferencia de las últimas experiencias bajo el mandato del actual gobierno, no hubo incidentes al finalizar la jornada.
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Paulina Díaz es de Avellaneda, provincia de Buenos Aires. Pertenece al colectivo afro y hace años ya que participa en las marchas del 8 de marzo. “Porque la lucha comenzó hace muchos años en un día como hoy con las mujeres quemadas en Chicago, pero nosotras como afro tenemos muchas otras razones para esto: aparte de ser mujeres somos negras y tenemos otras discriminaciones”.
Paulina tiene 76 años y marcha al lado de chicas y chicos trans, travestis y lesbianas. Enfatiza en la necesidad de reivindicar a todos los géneros. “Comencé con esto porque mi mamá, que nació en 1908, me hablaba de los derechos que teníamos que tener las mujeres. Ella era feminista y de ahí lo mamé y por eso estoy hoy”, explica. Y remata: “Tengo nietas y quiero que dentro de unos años se haya saldado todo esto, por eso mientras me pueda levantar de la cama, voy a estar acá”.
Karina lleva a su hija Guadalupe en brazos. La baja al suelo, la vuelve a levantar, la toma de las manos, la suelta. La niña no se queda quieta. Mira con los ojos bien abiertos a su alrededor, baila, canta, sonríe todo el tiempo. Es la segunda vez que asisten a la marcha del 8 de marzo.
“Soy madre de una mujer y tercera generación de mujeres en mi familia, siento la necesidad de parar y expresarme y de enseñarle a ella también a luchar por nuestros derechos”, explica Karina. Inmediatamente Guadalupe irrumpe frente al micrófono: “¡Aborto legal ya!”, grita con todas sus fuerzas. Luego se ríe entre vergonzosa y orgullosa, y se abrazan. Karina se siente en una fiesta: eso le provoca estar rodeada de mujeres de todos los lugares y edades. “Es algo hermoso”, dice, y los ojos se le vidrean cuando mira buscando más palabras para describir aquello que siente y que comparte con su niña.
Valentina tiene 19 años y es la primera vez que asiste a la marcha del 8 de marzo. Debutó el año pasado con las movilizaciones por la ley de aborto. Está en la plaza junto a su grupo de amigas “para que se pueda seguir avanzando y para que más adelante se pueda seguir luchando”.
Con la conciencia del lugar protagónico que ocupa como mujer joven, sintetiza a la perfección la génesis del feminismo en Argentina: “Nosotras estamos acá porque muchas otras lucharon antes. Hay un largo camino por recorrer y si hoy no estamos más adelante no habrá nadie que se ponga a luchar con nosotras”. A Valentina la despertó la “oleada verde” en torno al proyecto de legalización del aborto de 2018: “Es un movimiento que te hace despertar, porque estás dormida, anestesiada”, explica.
Y sigue: “Si no hubiera pasado lo que pasó el año pasado yo hoy no estaba acá”. Cuantas más somos más real es, pensó. Y se entregó: “Estar rodeada de todo esto me pone la piel de gallina, cada cartel que leo, todo, es impresionante. Ya no podemos hacer oídos sordos”.