En Santiago de Cuba, el carnaval es más que una fiesta: es un credo popular. Para los santiagueros, estos días de julio son un momento único de catarsis, gozo y frenesí; una semana esperada largamente y disfrutada con la intensidad de un tsunami.
No por gusto proclaman que no existe otro igual en la Isla, convicción compartida por muchos cubanos. Sus desfiles multicolores, sus calles abarrotadas hasta el amanecer, la marea arrolladora de la conga, le valieron la distinción de patrimonio nacional.
Hace solo unos días terminó la más reciente edición del carnaval santiaguero, que coincidió con el aniversario 503 de la fundación de la ciudad. Pero más allá de sus resonancias históricas, la celebración volvió a ser una explosión de pueblo, el momento en que la ciudad se desborda a sí misma y se cocina en las tórridas temperaturas del verano y los vapores de los puestos de comida rápida.
No existe un solo carnaval. El festejo vistoso de las competencias de congas y comparsas, de los fuegos artificiales y carrozas, multiplica sus rostros en cada barrio, en cada familia, en cada persona.
Cada quien lo vive íntimamente, lo celebra con más o menos aspaviento, con más o menos fruición. Incluso, hay quien lo sufre. Muchos prefieren pasarlo cerveza –o ron– en mano; otros, bailando hasta que los pies no dan más; otros, llenándose el estómago; otros, caminando de una punta a la otra de la ciudad, entre familia y amigos.
La celebración tiene también momentos amargos, malos olores, episodios de violencia. Pero los santiagueros intentan, por encima de todo, vivir la fiesta, su fiesta.
A fin de cuentas, es solo una semana al año. Para muchos, la mejor semana.
hay q tener valor para montarse en esa cajita de cabillas q simula una montana rusa. Pa su escopeta