“¿Pa’ eso te traje a Ecuador? ¿Pa’ que te compraras un carro ruso?” Es esa la frase que siempre le decía Mérida Valcárcel a su hijo Daniel Geerken cada vez que lo veía montado en su Niva. Los planes casi nunca salen como uno los prepara y los hijos van tomando su propio camino.
Mérida, educadora de pasión, trabajadora del Ministerio de Educación, profesora de Matemáticas en el Instituto Superior de Ciencias Agropecuarias, “era una verdadera luchadora cubana, revolucionaria, nunca se aprovechó de su condición o de sus puestos, yo la veía siempre ir en bicicleta a su trabajo”, comenta Daniel.
Además, se convirtió en la madre adoptiva de varios de los alumnos extranjeros, incluyendo ecuatorianos que estudiaban en su Universidad. Así que Daniel creció en el reparto Bahía compartiendo y conviviendo con “hermanos” mayores de diferentes lugares del mundo.
Años después, Mérida fue invitada a Ecuador para ser la madrina de bodas de uno de sus amigos. En esa visita entabló una conversación con un profesor de la Universidad Central y se enteró de los beneficios que podía tener una profesora de Matemáticas.
Decidió entonces quedarse y comenzar una larga gestión para traer a su hijo de 13 años antes de que le hicieran el llamado al Servicio Militar y lo retuvieran en Cuba. Tras nueve meses de separación y trámites, Daniel llegó a Ecuador el 20 de julio de 1998. Mérida buscaba para su hijo una vida de oportunidades y comodidad.
Daniel terminó de crecer entre amigos que hacían música y en medio de los ensayos empezó a entenderla. Sin embargo, en lugar de interpretarla, aprendió a construir instrumentos musicales junto a un amigo que era discípulo del maestro luthier Gonzalo Barriga.
Los conocimientos adquiridos y la intuición los llevaron a hacer sus primeras pruebas con cajas de habanos o de galletas. “Decidimos ponerle cuerdas a unas cajas, aplicando la misma física y la misma matemática de un instrumento de cuerda; así, empezamos a inventar nuestros propios instrumentos. Sonaban bien, pero no tuvieron salida. Claro que lógicamente quería vivir del arte, pero siendo un desconocido no veía el camino, la gente no me compraba, no tenía un nombre, entonces se me hizo súper difícil. Y claro, aquí el sistema te obliga a trabajar para subsistir”.
Entonces a Daniel le ofrecieron un trabajo en la Fundación Museos de la Ciudad, algo fijo que le aseguraba cierta estabilidad. Allí trabajó un tiempo, pese a que le incomodaba la estructura burocrática. Cuando llegaba del trabajo a las 6 de la tarde, cenaba y se metía a su taller para construir instrumentos, descubrir sonidos y soñar con poder hacer eso todo el tiempo.
Daniel conoció y se enamoró de Sabrina, artista plástica. Ambos empezaron a soñar en el arte y en otras formas de vivir, pensando en el medioambiente. Encerrados en un apartamento de Quito, gestaron el embrión de un proyecto y se lanzaron a hacer talleres de reciclado de basura. Hacían lámparas de botellas y reutilizaban llantas para hacer carteras de caucho.
Cuando supieron que esperaban una hija —que hoy tiene 15 años— su proyecto de vida se hizo más visible. “Ella se llama Zoe Numa y Numa significa ‘llena de vida’. Pensamos en NUMA también como nombre de nuestro proyecto y le dimos un significado nuevo: Nosotros Unimos Manos por el Ambiente. No queríamos ser oficinistas toda la vida y estar pendientes de pagar miles de cuentas. No queríamos estar frustrados y pretendíamos reconectar con la tierra”.
Daniel dejó la Fundación Museos y se contactó con el maestro Gonzalo Barriga para aprender de él los secretos más íntimos de las sonoridades de las maderas. Permaneció a su lado diez años y se convirtió en su fiel discípulo, a tal punto que llegó a considerarlo como un padre.
Así se hizo un luthier hecho y derecho. Para entonces, Daniel y Sabrina se habían apropiado de un viejo terreno familiar ubicado en Puembo, un lugar alejado de la ciudad. Con algunos ahorros, compraron un contenedor y lo adaptaron para vivir, sin agua ni electricidad ni Internet. Dentro de él construyeron lo elemental: una cocinita, un baño seco —a falta de agua de la pila— y dos pequeños dormitorios. Plantaron huertos como método de autoabastecimiento y adaptaron un espacio como taller de instrumentos musicales.
El espacio fue ampliándose con los años y ahora, después de 15 años, cuenta con un segundo piso destinado a los dormitorios y construido con madera de eucalipto. Ya tienen agua y luz y un taller más amplio donde Daniel construye y arregla instrumentos musicales y donde Sabrina pinta a plumilla retratos de animales.
Los instrumentos y las obras plásticas les aseguran una economía que les permite cubrir los gastos, pero sin mucho estrés, apartados del sistema. NUMA es una realidad y ellos van construyendo día a día un proyecto de vida diferente.
“Yo quiero dejarle a mi hija un pequeño bosque productivo de mil metros cuadrados, este espacio donde ella valore la naturaleza, donde sepa cómo cuidar la tierra, donde sienta un poco de protección. Yo no sé si en un futuro ella quiera vivir aquí, pero este es nuestro legado y de alguna manera sabemos que ya lo lleva dentro, como lleva también su mitad de cubana, esa parte que le hace ser directa, dura y a la vez alegre. Ella heredó muchas cosas de mi mamá, tiene una gran pasión por la lectura y por las matemáticas”.
Mérida Valcárcel murió hace 4 años y ahora están reuniendo el dinero para hacer un viaje familiar a la Isla y llevar la mitad de sus cenizas a Cuba, sólo la mitad, pues la otra parte pidió que las esparcieran en el volcán Pichincha situado en la capital del Ecuador.
Ella trajo a Daniel para que tuviera una vida de oportunidades y comodidad, Daniel no siguió exactamente ese camino, pero en cambio recibió de ella las herramientas necesarias para forjar su propio destino.
Bien por ti Alejandro! Cada vez que sé algo de ti me sorprendes más y más! Si alguna vez vienes a Nueva York, tienes aquí tu casa! Un abrazo Hermano!