Aunque discreta en cifras, la presencia japonesa en Cuba ha sido intensa en huellas culturales, económicas y afectivas. Entre la memoria de los primeros inmigrantes y las prácticas de sus descendientes, se teje una historia de integración que se extiende ya por más de 100 años.
El vínculo documentado más antiguo entre Japón y Cuba se remonta a 1614, con la escala en La Habana del samurái y diplomático Hasekura Tsunenaga. Sería este el antecedente simbólico de los los japoneses que empezaron a llegar a la isla a finales del siglo XIX, en particular de hombres jóvenes con planes de trabajo y eventual retorno a su tierra de origen.


La inmigración japonesa a Cuba se articuló en varios períodos entre 1898 y la posguerra, con asentamientos dispersos en casi todo el país y un núcleo relevante en la entonces Isla de Pinos. Pese a las expectativas iniciales de los llegados, las crisis políticas y económicas, sumadas a los cambios en las leyes migratorias, empujaron a muchos a echar raíces definitivas en la isla.
Durante la Segunda Guerra Mundial, los inmigrantes japoneses fueron vistos como “extranjeros enemigos” y muchos sufrieron prisión, confiscaciones y vigilancia de las autoridades. Pero aunque esta oscura experiencia dejó marcas profundas en la comunidad japonesa, la mayoría decidió permanecer y reconstruir sus vidas y negocios, asumiendo a Cuba como segunda patria.


La comunidad cubana de descendientes japoneses, conocidos como Nikkei, ronda hoy las 900 personas, con presencia destacada en La Habana y la Isla de la Juventud. Sus miembros combinan apellidos japoneses, costumbres familiares y una identidad mayormente cubana, con valores asociados a la disciplina, la puntualidad y la responsabilidad atribuidos a su herencia nipona.
En la vida cotidiana, los descendientes han preservado fragmentos culturales: referencias culinarias adaptadas a ingredientes locales, narrativas familiares sobre la guerra y el exilio, y una ética del trabajo visible en esferas como la agricultura, el deporte y las artes marciales, donde pioneros japoneses fueron claves en la introducción del jiu jitsu y el karate-do en la isla.


Con sentido de comunidad y estructuras territoriales que funcionan como espacios de apoyo, transmisión de memoria y articulación con instituciones japonesas, los Nikkei cubanos mantienen viva la herencia de sus ancestros y son, a la vez un puente efectivo entre Japón y Cuba, en un marco de relaciones bilaterales que incluye cooperación, becas y ayuda humanitaria.
Lugares como el Cementerio de Colón —donde se realizan ceremonias budistas frente al panteón de la colonia japonesa—, la Casa de Asia con sus colecciones del país asiático, y el monumento al primer samurái que pisó tierra cubana, son algunos de los lugares donde se conserva hoy la huella de Japón en Cuba. A ellos nos acerca hoy con sus imágenes el fotorreportero Otmaro Rodríguez.


























