Esta semana fue noticia el nuevo récord de ingresos de Habanos S.A., la corporación cubano-española que comercializa internacionalmente el producto más prestigioso de la isla: su tabaco. El pasado año esa cifra superó por primera vez la barrera de los 800 millones de dólares, un 16 % más de lo ingresado por la compañía en 2023, que marcaba su anterior récord.
Llegar hasta ahí, en un contexto económicamente difícil tanto a lo interno como a nivel mundial, confirma la solidez empresarial de Habanos S.A, el éxito de sus estrategias comerciales y su capacidad para sortear dificultades y contingencias. Sin embargo, tales logros no serían posibles sin la tierra que produce el mejor tabaco del mundo y los hombres y mujeres que la trabajan.
El cultivo tabacalero en Cuba tiene una larga y reputada celebridad. Ese prestigio se asienta, en primer lugar, en la calidad de la tierra donde se siembra y se cosecha, en las condiciones únicas que ostentan ciertas localidades de la isla para la obtención de las aromáticas hojas del tabaco.
Entre estas zonas resalta la región de Vuelta Abajo, en Pinar del Río, y en particular, en los municipios de San Luis y San Juan y Martínez, dos santuarios de la producción tabacalera que cuentan con una Denominación de Origen de Habanos. Allí, los ricos suelos y las condiciones climáticas son perfectas para cosechar las hojas de los tabacos más apreciados por expertos y fumadores.
Sin embargo, los suelos y el clima no bastan por sí solos. Son imprescindibles las personas que cargan sobre sus hombros con la responsabilidad de la cosecha: los vegueros. Ellos son los artífices iniciales de la conversión de unas semillas, y luego de las plantas que nacen de ellas, en un producto aclamado y exquisito, en un baluarte comercial y un símbolo de Cuba.
La gente del tabaco, los hombres y mujeres que dedican su vida a sembrar, recolectar, escoger y despalillar, son herederos de una tradición centenaria. Muchos, la gran mayoría, aprendieron desde niños esta labor de sus padres y abuelos —que a su vez la aprendieron de sus antepasados— y luego la enseñarán a sus hijos, en una línea generacional que sostiene la cultura tabacalera.
El cultivo de tabaco es un trabajo arduo y delicado. Requiere pericia y dedicación, y más aún si las hojas darán forma y aroma a un habano. Desde la preparación de los semilleros hasta la recolección manual, transcurren largos meses. Según sea su destino —la marca y la parte del puro— las plantas se cultivarán al aire libre o tapadas con telas traslúcidas que las protegen y filtran parcialmente los rayos del sol.
Luego son llevadas a las casas de tabaco, donde se curan al aire de manera natural, y de ahí pasan a las Escogidas y Despalillos. En este último punto se fermentan, se airean, se clasifican y despalillan según sus características. El proceso es tan complejo y selectivo que apenas el 50 % de las hojas cosechadas que llegan a este punto clasifican para su empleo en las fábricas de Habanos.
Cultivar tabaco en condiciones normales es difícil. Hacerlo en medio de la profunda crisis que padece la isla lo es mucho más. Aun con las prioridades que pueda tener esta actividad por su valor económico, no son pocas las dificultades que deben enfrentar los vegueros en su día a día. Las sempiternas carencias y apagones, y problemas con los pagos y cobros derivados de la bancarización, son solo algunas de ellas.
Su trabajo tampoco escapa de otros efectos de la crisis, como la emigración, y de fenómenos naturales como tormentas y huracanes, que dañan casas y sembrados y obligan a empezar una y otra vez. Sin embargo, los vegueros pinareños siguen “fajados” con la tierra, y con su hacer mantienen viva una herencia de siglos que encumbra a Cuba como la tierra del mejor tabaco del mundo.