La Habana Vieja es el corazón turístico de la capital cubana. A sus valores históricos y patrimoniales, reconocidos por la Unesco hace más de cuatro décadas, suma una red de servicios y lugares dirigidos mayormente a los turistas extranjeros, aunque sin desdeñar los clientes nacionales.
El boom de visitantes de varios años atrás, a raíz del “deshielo” con Estados Unidos y la llegada de los cruceros norteamericanos, avivó la apertura de nuevos establecimientos —desde restaurantes y cafeterías hasta comercios y hostales—, y le dio un indiscutible impulso al centro histórico habanero. Fue un período dorado que muchos celebraron y creyeron que duraría para siempre.
Sin embargo, la realidad actual es bien diferente.
Primero vino la prohibición de los cruceros por parte de Trump; luego llegó una pandemia que paralizó al mundo; y en los últimos años la agudización de la crisis económica en la isla ha estado acompañada de un significativo declive del turismo cuyos efectos se dejan ver especialmente en La Habana Vieja.
Mantener funcionando un negocio, cualquiera que sea, en estas circunstancias, es un ejercicio constante de voluntad y supervivencia. Más, cuando el propio entorno socioeconómico del país y un grupo de normas y medidas tomadas por el Gobierno no resultan precisamente favorables; mientras, la sostenida oleada migratoria resta cada vez más manos al mercado laboral.
Aún así, muchos restaurantes del centro histórico habanero se mantienen abiertos, contra viento y marea.
No es fácil para un restaurante cubano seguir funcionando en las circunstancias actuales. Ni siquiera en La Habana, donde los apagones no son como en el resto de la isla, siguen “cayendo” turistas —aunque menos que antes— y “aparecen” más mercancías e insumos, aun cuando haya que caminar al borde de la legalidad o zambullirse por completo en el mercado negro.
Tampoco ayuda que, fustigados por la crisis, muchos cubanos no puedan darse ya alguna “escapada” a uno de esos establecimientos, o que de repente desaparezcan proveedores y productos y los restaurantes tengan que reinventarse sobre la marcha. A pesar de los pesares, aun con mesas vacías y la incertidumbre a flor de piel, muchos mantienen sus puertas abiertas.
A varios de estos conocidos lugares —cuyos propietarios, trabajadores y también clientes no pierden la esperanza de tiempos mejores— nos acerca hoy con sus imágenes el fotorreportero Otmaro Rodríguez.