Trinidad cumple 510 años. La otrora villa colonial, una de las primeras fundadas en Cuba por los españoles, llega este domingo a una edad más que venerable.
Lejos de achicarla, el tiempo la ha enaltecido. Le ha dejado huellas y cicatrices, pero también ha abonado su abolengo, su aire señorial.
Trinidad, para bien, no se convirtió con los siglos en una urbe cosmopolita y bulliciosa. Allí, en el centro-sur de la isla, ha sabido conservar su espíritu primigenio y ha alimentado su bien ganada celebridad.
No por gusto se le considera la ciudad museo de Cuba. Es una joya de la arquitectura y el patrimonio cubano, un reservorio de tradiciones que la distinguen en el mapa cultural del país y la convierten en una atracción para sus miles de visitantes.
A sus calles adoquinadas y sus vistosos parques, a sus monumentales iglesias, palecetes y museos, se une el encanto de su gente. Es una ciudad de puertas abiertas, antigua y acogedora, servicial y única.
Declarada Patrimonio Cultural de la Humanidad por la Unesco, hace treinta y cinco años, Trinidad cuenta, además, con un entorno privilegiado y un valle de los ingenios, testimonio de un pasado opulento a la vez que opresivo, parte indisoluble de su legado.
Allí, a pocos kilómetros de la ciudad, antiguas haciendas y caseríos se integran a su mágico paisaje. Y allí, indoblegable, se levanta la torre de Manaca Iznaga, la más famosa de Cuba, símbolo de persistencia y grandeza.
A Trinidad dedicamos nuestra galería de domingo, a propósito de su aniversario 510. Sean estas imágenes de nuestro fotorreportero Otmaro Rodríguez un agradecido homenaje a una auténtica reliquia de todos los cubanos.