El Vedado es uno de los barrios más caminables de La Habana. Aunque ya no exhiba su antiguo esplendor, sigue siendo una de las zonas más acogedoras y transitadas de la ciudad.
Sus largas calles y avenidas, sus anchas aceras, sus cuadras arboladas —a pesar de las talas desafortunadas— y sus numerosos parques, hacen de esta zona una invitación a la caminata. Aun cuando muchos la recorran día tras día la recorran a pie no precisamente por pasear.
Para quienes viven en El Vedado, recorrer sus calles a cualquier hora, incluso bajo el sol más inclemente, es parte intrínseca de la cotidianidad, de la “lucha” diaria en medio de crisis y carencias.
Para los que no residen allí, transitarlo muchas veces tampoco resulta cuestión de ocio. Hacer algún trámite, trabajar, comprar, ir a alguno de sus hospitales, y hasta extraer dinero de un cajero automático, llevan a habitantes de otros municipios a transitar la zona diariamente, bajo los crónicos problemas del transporte estatal y los precios impagables del privado.
El Vedado está considerado el corazón de La Habana moderna. Junto a sus edificios de apartamentos y sus otrora opulentas mansiones —no pocas venidas a menos o convertidas en cuarterías—, sobresalen sitios y edificaciones icónicas de la capital y de toda Cuba.
La célebre heladería Coppelia, el Focsa, el Hotel Nacional y el Habana Libre, el cine Yara y el Riviera, así como teatros, bares y restaurantes, componen un emblemático repertorio de lugares que distinguen La Habana dentro y fuera de la isla. Todos ellos, y otros más, forman parte de la memoria afectiva de infinidad de cubanos, dondequiera que estén.
Aun con su historia y antigua elegancia, El Vedado —como muchas de sus construcciones y espacios públicos— ha sufrido los golpes del tiempo y de las crisis, de la indolencia y la falta de miras. No obstante, sigue abierto a todos los caminantes que deseen recorrerlo.
Así lo hizo por estos días nuestro fotorreportero Otmaro Rodríguez. Cámara en mano, anduvo a pie el barrio habanero, no buscando sus lugares icónicos, sino su vida: el paso de la gente, el devenir cotidiano. Así nos lo presenta este domingo, como el sempiterno caminante de La Habana que él mismo es.