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Tras el cierre temporal de la famosa Cuevita por reparaciones, muchos vendedores han trasladado su actividad al reparto Monterrey. Se encuentran ahora en la calle 13, y también en la 94 y Camino Gimnasta, en San Miguel del Padrón.
Pese a la dispersión, la actividad no disminuye. Cada puesto improvisado puede representar el sustento de una familia que depende de las ventas para hacer su economía.
La mañana en la calle 13 del reparto Monterrey despierta con un enjambre de personas.
Decenas de carretilleros empujan carretas cargadas de mercancías, mientras los vendedores improvisan y colocan en sus estantes los productos más buscados por la clientela: cuchillas de afeitar, lencería, alimentos, equipos electrónicos, tenis, ollas y batidoras.
Algunos venden legalmente, pagando impuestos, otros “luchan” desde la informalidad.
Los compradores comienzan a llegar temprano, muchos incluso provenientes de otras provincias, en busca de productos tanto para uso personal como para revender.
La rutina exige vigilancia: siempre hay ladrones al acecho, y tanto compradores como vendedores se mantienen alertas.
El tráfico es constante: carros, camionetas y triciclos eléctricos llegan desde distintos puntos de la ciudad como Parque El Curita o la Virgen del Camino, sorteando calles con baches y carreteras deterioradas, especialmente cerca del área de La Cuevita, donde se ven los primeros signos de las obras constructivas: arena, gravilla y aceras en construcción.
A pesar de la obra y de la dispersión, el optimismo se respira entre los comerciantes. Muchos se han llevado tejas y tarimas de sus locales originales, preparados para montar sus puestos provisionales y continuar con la venta en otros sitios.
Los precios no son tan bajos como antes, pero la diferencia con otros lugares de la ciudad permite negociar.
Un paquete de detergente puede costar 150 CUP allí y 200 en otros municipios; una batidora, 7 mil CUP con un regalo incluido, mientras que en otro lugar supera los 10 mil. La oferta varía según el producto y la cantidad comprada.
Hasta esas calles se fue por estos días nuestro fotorreportero Otmaro Rodríguez con su cámara. Las fotos que hizo muestran escenas de vida diversa: gente exponiendo sus productos, revendedores de electrodomésticos reparados, compradores negociando con intensidad y vendedores atentos a cada movimiento para preservar lo poco que tienen.
Cada elemento de este paisaje urbano caótico es una muestra de resiliencia y de adaptación, un reflejo de cómo La Cuevita, aún cerrada temporalmente, sigue siendo un espacio vital de comercio para muchas familias.
Pese al ruido y al desorden aparente, el corazón económico de estas calles sigue latiendo.
La Cuevita se trasladó, se transformó, pero no ha desaparecido como se ha rumorado.
En esa marea persistente se sigue tejiendo la vida cotidiana. Es allí donde la informalidad convive con la necesidad de sobrevivir y donde la economía familiar encuentra su refugio, entre tarimas, estantes improvisados y la esperanza de que pronto las ventas regresen a su hogar original en mejores condiciones.