La primera vez que la virgen pasó por Ciudad de La Habana fue entre 1951 y 1952, con motivo de celebrarse el cincuentenario de la República. Recorrió la Isla de punta a cabo, visitó seis provincias y 697 sitios. Pero no se detuvo en La Habana para ningún acontecimiento tan trascendental como este.
Siete años después, por segunda vez, en noviembre de 1959 y después de hacer una breve parada en el parque Céspedes de Santiago de Cuba, para que en su nombre fuera colocada una ofrenda floral a Carlos Manuel de Céspedes, viene directo a la ciudad para el acto cumbre del Congreso Nacional Católico, cuya misa oficiara Monseñor Pérez Serantes y que contó con las palabras del Papa Juan XXIII, directamente desde Roma.
El Congreso comenzó con la salida de la antorcha desde el Santuario del Cobre, bajo un torrencial aguacero, el día 21 de noviembre, y recorrió toda la Isla hasta el parque Central de La Habana, donde sus participantes se unieron a la virgen para acompañarla a la Plaza Cívica, hoy Plaza de la Revolución.
La virgen viajó en el avión presidencial, que se posó en el aeropuerto de Rancho Boyeros el sábado 28 noviembre, a las cuatro de la tarde. En comitiva fue hasta La Catedral, donde la recibió el Cardenal Arteaga, y de allí al Parque Central para que fuera depositada una ofrenda floral al Apóstol José Martí. Después, partió en caravana a la Plaza Cívica, donde fue colocada en una urna la pequeña figura morena, que llenó hasta el infinito la Plaza, donde se levantaron miles de pañuelos y se encendieron miles de antorchas en honor a ella.
Eso fue lo que me encontré esa noche al llegar allí, después de hacer un recorrido tomando fotos bajo agua, desde Carlos III y Oquendo hasta la Plaza Cívica.
Con una cámara y un flash se podría resolver todo, y era más seguro, nunca fallaba. Es lo que se hace habitualmente, pero después, las fotos pueden haber sido tomadas ahí o en la Conchinchina, se pierde todo el ambiente.
Para mí fue muy importante que me asignaran este trabajo para el periódico. Yo, como la mayoría de los fotógrafos que estábamos en Revolución, venía de la revista Carteles, que fue donde empecé a tomar fotografías.
En Carteles estaban, casi seguro, los mejores fotógrafos de Cuba. Generoso Funcasta es el autor de la famosa foto del ciclón del 26, donde se ve una palma atravesada por un pedazo de madera; de la foto de Carlos Aponte y Antonio Guiteras, asesinados en el Morrillo, Matanzas y, sobre todo, de la que simbolizaba la caída de Machado: el soldado con el fusil en alto, cargado por el pueblo. José Agraz Solans es el autor de la foto del accidente en el malecón de La Habana, cuando la carrera de 1958, a la cual asistió Juan Manuel Fangio. Esta fue publicada a página completa en la revista Life y, además, fue premio en Estados Unidos. Tomó las de la explosión del vapor Le Coubre. Todas antológicas. También inventó una cámara Robot para tomar fotos deportivas. Raúl Corrales, con sus fotos maravillosas de la campaña publicitaria de los cigarros “Regalías El Cuño”; Alberto Korda, con sus ninfas y modelos y, en ese momento, en sus viajes con Fidel; más Enrique Llanos, con su crónica roja.
Bueno, algunos de estos fotógrafos fueron a parar a Revolución e iban con una impronta: hacer todas las fotos, aunque fueran noticias, con luz de ambiente y formato pequeño; es decir, 35 mm. El más joven era yo y ya había publicado algunos reportajes en la revista bajo la supervisión de Carlos Fernández, director artístico, y de Generoso Funcasta.
Con esa experiencia y 10 meses de batallar con el periódico Revolución, donde cubrí muchos trabajos, me propusieron tomar fotos del Primer Congreso Nacional Católico. Esta era una responsabilidad muy grande.
En esos días había comprado una cámara 35 mm NIKON de uso y estaba loco por probarla. Me encomendé a Dios y me lancé con mi cámara y mi película tri x de 160 asas a tomar las fotos con luz de ambiente, con el convencimiento de que me podrían salir algunas desfocadas y muchas movidas. De lo que sí estaba seguro era de que reflejarían toda la realidad del evento.
Empecé a tomar las primeras fotos con luz de ambiente, por toda la calle Carlos III, como dije anteriormente, a cuantas personas desfilaran por mi lado bajo aquella llovizna fina y fría. Trataba de enfocar bien y, sobre todo, que la cámara no se moviera. La velocidad era muy baja. Te empujaban, corrían y el entusiasmo era enorme. Lo curioso de esto fue cuando empecé a ver compañeros míos de trabajo, vecinos y amigos revolucionarios y bastante recalcitrantes, que hacían como que no me habían visto. Otros no, otros te llamaban.
Ya para ese tiempo había cubierto infinidad de noticias: bombas puestas, sabotajes, quemas de cañas… Estando en la puerta de Revolución, lanzaron una granada y, después, dispararon y de milagro no me mataron. Sacerdotes expulsados de Cuba y una consigna que no se decía, pero todos sabían: “Si eres creyente, no eres revolucionario”.
También se habían hecho unas calcomanías que decían: “Este niño será patriota o traidor, de ti depende”. La calcomanía parafraseaba otra que se había hecho y decía, con la foto del mismo niño: “Este niño será Ateo o Creyente, de ti depende”. Aunque el Gobierno y Fidel, más el partido Socialista, habían declarado que la fe había que respetarla y que había que respetar el Congreso, nadie sabía lo que pudiese pasar.
Con todos estos pensamientos, sigo tomando fotos hasta la Plaza y en ella, sentada en una sillita de madera y con un periódico en la cabeza, Lina Ruz, la madre de Fidel Castro. Después llegó el presidente Osvaldo Dorticós, y el comandante y primer ministro Fidel Castro. El estruendo de aplausos fue tremendo en aquel lugar, donde se sabía que las opiniones estaban divididas. Tal parecía que la misa la había convocado el Gobierno. Se marcharon y la misa continuó.
El pueblo había demostrado el respeto y la fe a Nuestra Señora y ella, a su vez, lo había unido, a pesar de las diferencias, en uno solo. Siempre digo “Dios existe”. A todos en el periódico les gustaron las fotos. Me dieron la foto portada y la última página completa.