Un grupo de periodistas latinoamericanos, convocados por Inquire First, organización de periodismo sin fines de lucro con sede en San Diego, California, estuvo recientemente recorriendo durante una semana la frontera entre Estados Unidos y México. El fotoperiodista Kaloian Santos Cabrera, de OnCuba, fue parte del grupo. La serie “La frontera del sueño americano” intenta recoger varias de las intensas experiencias vividas durante esos días de mitad de julio. Aquí está su primera entrega.
Con 3185 kilómetros de longitud, el límite territorial entre México y Estados Unidos es testigo de una rica interacción cultural y económica, pero también de complejos desafíos. Abarca zonas urbanas y otras inhóspitas, desde Brownsville, Texas, y Matamoros, Tamaulipas, en el Golfo de México, hasta San Diego, California, y Tijuana, Baja California, en el Pacífico.
El límite divisorio entre ambos países se estableció hace más de un siglo con una línea sobre un mapa. En 1845, durante la expansión estadounidense, Texas fue anexada y, tras ganar la guerra con México, Estados Unidos se quedó con más del 55 % del territorio mexicano. La frontera fue reubicada en el río Bravo (o Grande), e incluyó otras barreras naturales, como las montañas. Desde entonces la región se transformó en una zona geopolítica crucial, punto neurálgico del conflicto migratorio.
Hoy día hay 56 puertos fronterizos a lo largo del límite, de los cuales 20 son cruces terrestres y 36 son puentes que facilitan el tránsito de personas y mercancías. Los puntos de acceso legal son vitales para el comercio, el turismo y la vida cotidiana de las aproximadamente 12 millones de personas que residen en sesenta ciudades a ambos lados de la frontera, que atraviesa seis estados mexicanos y cuatro estadounidenses.
La zona a todo lo largo se caracteriza por un trasiego del norte al sur y viceversa, cuando se trabaja o se estudia de un lado y se vive del otro. Pero hay quienes cruzan solo hacia el norte y no a través de los puntos de control, sino más bien lo más lejos posible de estos: los miles de migrantes que cada año lo intentan en busca de una vida mejor.
Huyendo de sus países de origen por la violencia, la pobreza, los azotes de la naturaleza por el cambio climático, las crisis políticas o la falta de oportunidades, migrantes de América Latina, el Caribe e incluso africanos, asiáticos y del Medio Oriente emprendenun viaje lleno de peligros, guiados en su mayoría por grupos de tráfico humano que les venden cara la promesa de llevarlos hasta el destino soñado.
El periplo puede durar semanas o meses y se recorre caminando largas distancias y cruzando varios países de América del Sur y Centroamérica a bordo de los medios de transporte más diversos y precarios.
No hay garantías. En el trayecto puede suceder de todo. Algunas amenazas son naturales como atravesar la intrincada selva del Darién, en Panamá, llena de accidentes geográficos, intensa humedad y animales salvajes; otras, sociales, como la extorsión, la amenaza, el secustro y la violación, lo mismo por pandillas o paramilitares que por autoridades locales.
Al llegar por fin a la frontera sur de Estados Unidos —quienes llegan—, el calvario no habrá terminado aún. Queda por delante más clima extremo, geografía compleja, diversa y hostil. Desde un río de aguas en apariencia mansas pero que pueden ser turbulentas, hasta parajes agrestes en los que las temperaturas veraniegas rondan los 40°C y en invierno pueden descender por debajo de los 0°C.
Sin embargo, el que se presenta como último gran obstáculo a vencer es la Patrulla Fronteriza, la Border Patrol, adscrita a la Oficina de Aduanas y Protección Fronteriza de Estados Unidos (CBP por sus siglas en inglés) y encargada, como su nombre indica, de patrullar el territorio estadounidense a lo largo de la frontera. En lo que va de 2024 han aprehendido a más de un millón de personas provenientes de más de 80 países.
La Patrulla Fronteriza divide la frontera en nueve sectores; cada uno con múltiples estaciones, que suman un total de 71. De oeste a este, el sector de San Diego abarca 97 kilómetros de frontera terrestre y 183 kilómetros de costa, con 8 estaciones, e incluye por supuesto San Diego, la sexta ciudad más poblada de Estados Unidos. El sector de El Centro cubre 113 kilómetros de frontera terrestre con 4 estaciones. Yuma abarca 203 kilómetros, con 3 estaciones que vigilan dunas arenosas y reservas militares.
El sector de Tucson se extiende por 418 kilómetros con 8 estaciones, cubriendo la propia Tucson, Phoenix y Nogales. El Paso abarca 431 kilómetros, de los cuales 142 siguen el río Grande. El sector cuenta con 11 estaciones en Nuevo México y Texas. Big Bend, con 821 kilómetros de frontera terrestre, es el sector más extenso y tiene 10 estaciones.
El sector de Del Río abarca 338 kilómetros y 9 estaciones, siendo el área más agrícola con numerosas granjas y haciendas. Laredo, con 275 kilómetros y 9 estaciones, incluye la ciudad de Dallas y varios ríos que desembocan en el río Grande. Finalmente, el sector de Río Grande Valley, el más transitado por centroamericanos, cubre 508 kilómetros entre la frontera del río y la costa del Golfo de México, con 9 estaciones en ciudades como Brownsville, Río Grande City, Corpus Christi y Kingsville.
El “muro”
El aspecto más mediático de la frontera suele ser su barrera física, el llamado “muro” que Donald Trump prometió para contener los flujos migratorios ilegales. En realidad se ha tratado siempre de una estructura heterogénea que hoy día cubre un tercio de la frontera (unos 1130 kilómetros), a lo largo de ecosistemas muy diferentes entre sí que requieren, por tanto, distintos enfoques de seguridad.
Los diferentes prototipos son parte de una extensa historia en la que ambos partidos han intentado vender al público estadounidense y al mundo que pueden detener por la fuerza los cruces fronterizos simplemente “cerrando la frontera”, como si se tratara de algo posible.
En ciertas áreas, la cerca está compuesta por sólidos bloques de concreto y barrotes de hierro. En otras, el prototipo se refuerza con dobles o triples vallas, lo que incrementa la complejidad del cruce. Sin embargo, en algunas zonas remotas o de difícil acceso, la barrera se reemplaza por extensos tramos de alambre de púas, estructuras cruzadas de hierro y mallas con concertinas, que actúan como disuasivos menos contundentes pero efectivos.
Las primeras vallas fronterizas para contener la inmigración procedente del sur comenzaron a instalarse durante los gobiernos de los demócratas Franklin Delano Roosevelt y Harry S. Truman; al cabo de décadas de construir vallas para detener el paso de animales. El detonante fue que en los años 40 y 50 se desató un flujo migratorio en cantidades significativas.
Pero no sería hasta 1965, bajo el gobierno de Lyndon B. Johnson, que se impusiera un límite al número de personas que podían inmigrar a Estados Unidos desde países del hemisferio occidental como México. El cambio en la regulación dirigió mayor atención a la frontera.
En las décadas sucesivas la barrera física creció o se modificó bajo distintos gobiernos, tanto demócratas como republicanos. Hasta que en la década de 1990, aumentó en Estados Unidos la xenofobia y el debate público sobre la inmigración irregular, lo que impulsó a ambos partidos a avanzar hacia la seguridad física de la frontera.
En 1993 y 1994 Clinton lanzó tres operaciones fronterizas separadas: la Operación Hold the Line en Texas, la Operación Safeguard en Arizona y la Operación Gatekeeper en el sur de California.
Clinton instauró una “política de mano dura en nuestras fronteras”, expresada en el programa de lucha contra la inmigración ilegal Operación Guardián. Utilizó para las vallas esteras de desembarco militares sobrantes para construir un muro supuestamente infranqueable. Mientras se levantaban estas barreras, el TLCAN abría la frontera a los bienes materiales.
Desde entonces, cada sucesor, hasta llegar al presidente Biden, construyó una parte.
En 2016, Donald Trump tuvo como uno de los ejes de su campaña la promesa de construir “un muro” a lo largo de la frontera sur de Estados Unidos. “Construiré el muro y haré que México lo pague”, repetía en sus discursos. Sin embargo, se trataba de una promesa imposible de cumplir por razones económicas, tecnológicas, topográficas y hasta biológicas.
Antes de que Trump fuera elegido presidente en 2017, ya existían varios tipos de vallas que abarcaban un total de poco más de 1 000 kilómetros, en los estados de California, Arizona, Nuevo México y Texas. Aunque al final de su mandato se jactaba de haber construido 800 km de muro; en realidad, lo que hizo fue reparar y reforzar gran parte de las estructuras existentes que estaban en mal estado. Se construyeron durante su mandato menos de 100 km.
El prototipo más reciente consta de una gigantesca valla de hierro, con mástiles de entre 5 y 9 metros de altura sobre una base de hormigón.
No solo es una imponente cerca de hierro y concreto, sino que además está equipada con un avanzado sistema de seguridad en áreas críticas. Incluye hasta tres barreras de contención, iluminación de alta intensidad, detectores de movimiento, sensores electrónicos y equipos de visión nocturna, todos conectados a la patrulla fronteriza. La vigilancia es constante, con vehículos todoterreno y helicópteros patrullando día y noche.
Desde la distancia, la valla que delimita en el desierto cerca de El Paso, Texas, se erige como una cicatriz gigante en el paisaje árido. De cerca se revela un escenario de desolación y fuga: fragmentos de tela de lo que alguna vez fue una camisa, un zapato desgarrado, juguetes rotos y esparcidos… huellas de quienes pasaron por aquí y de las condiciones en que lo hicieron.
En el territorio próximo a la frontera las tragedias se suceden cotidianamente. Son comunes los reportes de caídas de migrantes que intentan escalar. Algunos resultan gravemente heridos; otros fallecen. A menudo quedan atrapados entre los alambres de lo alto, lo que incrementa el riesgo de accidentes fatales.
Para quienes residen en ciudades y pueblos fronterizos, esta rara muralla ha sido parte del paisaje durante tres décadas, y su presencia los ha marcado como individuos y como comunidad, a ambos lados de la frontera.
Obstáculos naturales
La compleja topografía y su fauna, junto a muchos otros factores, como los altos costos de construcción o la presencia de propiedad privada en ciertos sectores, es prácticamente imposible levantar estas estructuras en los 2 mil kilómetros de frontera restantes. En su lugar, se utilizan barricadas de alambre de púas conocidas como concertinas. El resto de las barreras fronterizas son naturales: montañas, río…
En la falda del Monte Cristo Rey —frontera natural que divide el estado estadounidense de Nuevo México de Chihuahua, en tierras mexicanas— termina una parte de la cerca. Cada año miles de peregrinos ascienden por sus laderas, recreando el Vía Crucis. La montaña, con casi 40 kilómetros cuadrados y 1400 metros sobre el nivel del mar, también es usada como ruta por bandas de tráfico humano. Pero pasar por el Monte Cristo Rey es una proeza en extremo difícil y dolorosa, no en balde evoca el camino que Jesús recorrió hacia la cruz.
“Al no existir muro en esta montaña, las organizaciones criminales, cárteles de droga, ‘coyotes’ y contrabandistas de personas piensan que es una ventaja y usan esta vía para penetrar hacia Estados Unidos. Pero el área es muy difícil de transitar por las elevaciones, los puntos ciegos, el terreno rocoso e irregular. Hemos rescatado a personas con lesiones graves tras fuertes caídas, o deshidratadas. Los migrantes son mercancía para las organizaciones criminales. Así los tratan, son desechables”, explica Orlando Marrero-Rubio, agente y técnico de emergencias médicas de la Patrulla Fronteriza en El Paso en un encuentro con periodistas al pie del Monte Cristo Rey.
Muy cerca está el desierto, otra peligrosa odisea. El calor seco que quema y la amenaza de una variada fauna salvaje con coyotes (los originales), jaguares y serpientes venenosas, suma peligrosidad al cruce.
Con temperaturas que en julio y agosto pueden sobrepasar los 40 grados, los migrantes, al cabo de varios días de caminata, mala alimentación y peor hidratación, suelen quedar desorientados, deshidratados y abandonados por los traficantes.
“Es una zona donde encontramos personas casi al borde de la muerte”, añadió Marrero-Rubio, y explicó que en el actual año fiscal —1ro de octubre de 2023 – 30 de septiembre de 2024— se han realizado 757 rescates de migrantes sólo en esta área, en la que además han encontrado 132 cuerpos sin vida.
El mismo agente mostró una de las torres de rescate instaladas en áreas remotas y rurales. “Estas torres están equipadas con un gran botón rojo que, al ser presionado, activa el sistema de emergencias y nos proporciona las coordenadas para llegar y ofrecer asistencia”, explicó.
A unos mil kilómetros de ese punto se encuentra el Valle del Río Grande, una vasta región que abarca el sur de Texas a lo largo de la frontera con México. Este ha sido históricamente uno de los puntos más críticos en la crisis migratoria. Aunque el paisaje es diferente al del desierto, el peligro para los migrantes persiste.
La frontera principal en esta región es el famoso Río Grande, el cuarto más largo de América del Norte. En la otra rivera, en México, lo llaman Río Bravo y es el afluente más largo de la nación, de las Montañas de San Juan en Colorado por 3,034 kilómetros hasta desembocar en el Golfo de México. De estos, aproximadamente 2 mil kilómetros forman la frontera natural entre Estados Unidos y México, desde las ciudades de El Paso, Texas, y Ciudad Juárez, Chihuahua, hasta el Golfo.
Es un cuerpo de agua cuyo ancho y profundidad varían significativamente a lo largo de su recorrido. Tiene relativamente poca profundidad y anchura. Por donde suelen cruzar los migrantes tiene una profundidad entre 1 y 2,5 metros y entre 5 y 50 metros de ancho. Sus aguas, aunque parecen tranquilas, “son traicioneras”, apunta en medio de la selva, a unos metros de las márgenes del río, el agente Andrés García, portavoz de la Patrulla Fronteriza.
“La frontera es sumamente peligrosa. Aunque hemos visto una ligera disminución en los números, todavía hay entre 200 y 300 ingresos diarios en este sector, lo que sigue siendo considerable. Entendemos que los migrantes realizan este viaje por necesidad, pero es crucial alertar sobre los riesgos. El río es traicionero porque tiene corrientes profundas que te llevan al fondo. Ha cobrado innumerables vidas. Además, hay serpientes de cascabel, cocodrilos y una garrapata que pica y provoca fiebres muy altas. Estos riesgos, sumados al agotamiento y las condiciones extremas de calor, pueden convertir el viaje de un migrante en el último que realicen”.
Muy bien lo sabe Mabel*, centroamericana de unos 30 años que luego de ser raptada en su paso por México y sufrir otras humillaciones, casi pierde la vida ahogada mientras cruzaba el Bravo con su pequeño de 2 años.
“Nunca imaginé que aquel río que parecía tranquilo fuera tan peligroso. El agua me llegaba un poco más arriba de la cintura. Podía caminar y la otra orilla estaba cerca. Llevaba a mi hijo sobre mi cabeza. De repente, una corriente comenzó a arrastrarme. El río tenía mucha fuerza. Era más fuerte que yo. Tuve mucho miedo. Detrás de mí venía un hombre y le grité desesperada para que me ayudara con mi hijo. Ya creía que no me iba a salvar. Él tomó a mi bebé y me ayudó a incorporarme para seguir caminando. Al salir del río, la patrulla de migración estaba muy cerca, así que me entregué. Ellos nos atendieron, nos dieron comida y ropa”.
Mabel lo recuerda y tiembla. Llora mientras abraza fuerte al niño en un albergue de El Paso. Allí aguarda, con una tobillera electrónica que la mantiene localizada, una audiencia con un juez de migración que decidirá si aprueba su asilo en los Estados Unidos o dictamina su deportación.
Hay zonas donde no basta con pasar el río. Coexisten otros obstáculos; terreno selvático, cercas de alambre y la imponente valla. Por ejemplo, próximo a las márgenes del río, a pocos kilómetros del puente internacional que conecta las ciudades de McAllen e Hidalgo, en Texas, con Reynosa, Tamaulipas, las flores silvestres están atrapadas entre una madeja de alambrados con filo.
Por ahí mismo el sol sale, por el territorio estadounidense. Podría ser un espectáculo maravilloso pero desde el lado mexicano cada día reciben un sol preso: solo puede vérsele entre los barrotes de una de las grandes puertas de la imponente valla. Paradójicamente, la manivela que activa el sistema de apertura y cierre lleva una chapa “Made in Mexico”.
*Por razones de privacidad se ha modificado el nombre real de la testimoniante.
Continuará…
Formidable Kaloian. Me gustó mucho
Gracias, profe!!!