El 14 de febrero llegó pisando fuerte este año. Ha caído un miércoles. Sí, atravesado en la semana, como diciendo: “¡Aquí estoy!”. Y para ponerle sandunga a la fecha, ¡estuvo precedido por un martes 13!, el día de “no te cases ni te embarques. Ni de tu casa te apartes”, como dicen por ahí.
Pero bueno, en apenas 24 horas reseteamos y nos lanzamos de cabeza al amanecer empalagoso de mensajes tiernos, redes sociales llenas de fotos de parejas atortoladas, y como siempre no puede faltar el tráfico de corazones y rosas animadas en 3D. Para rematar, suenan listas de reproducción con las canciones más románticas.
En Cuba, el Día de los Enamorados siempre ha sido azucarado. Antes de que nuestras vidas giraran en torno a una pantallita de celular, teníamos las postales de Correos de Cuba como un clásico indiscutible de la fecha. Ni siquiera en Periodo Especial faltaron las tarjetas. Salían impresas en cartón de papel bagazo, con una flor y una frase al estilo de “Mi corazón es perfecto porque tú estás dentro de él”.
Luego, como si fuera un programa nacional con sede en todos los parques de la isla a los que acudieran las parejitas a romancear, aparecieron los vendedores ambulantes de flores artificiales dentro de cápsulas de vidrio. Las más sofisticadas solían tener glitter y hasta estar decoradas o acompañadas por un pequeño osito enamorado.
Lo recuerdo bien porque lo padecí en carne propia. Mejor dicho, en bolsillo propio. Estabas sentado en un banco con tu novia y de repente aparecía de la nada este personaje con una bandeja de poliespuma repleta de esas flores artificiales de todos los colores. Como “buen caballero”, sacaba pecho y billetera y compraba aquel pequeño artefacto de pétalos de tela coloreada y tallo de alambre. Para rematar, antes de completar la adquisición, el vendedor sacaba un frasco de perfume de marca dudosa y rociaba la flor con un aroma dulzón. ¡Romanticismo en su máxima expresión!
El malecón de La Habana ha sido históricamente un sitio para celebrar el amor, no solo el 14 de febrero. La sensualidad de sus olas y sus cálidas puestas de sol son el escenario ideal.
Fuera de la capital siempre hay algún banco de un parque acogedor para sentarse y disfrutar de una noche romántica bajo las estrellas.
Hay quien dirá que es pura cursilería, que durante el 14 de febrero se desata la temporada cursi. Según la Real Academia Española, cursi dícese de la persona que presume de fina y elegante sin serlo. Aplícase a lo que, con apariencia de elegancia o de riqueza, es ridículo y de mal gusto.
El Día de San Valentín se levanta la veda que impide (a algunos) desatar los propios impulsos cursis. En cuanto al santo, es una figura misteriosa que celebramos sin conocer en firme su historia ni por qué se celebra el amor en su día; como el colado que aparece en las fiestas y nadie sabe de dónde salió pero es simpático.
Se dice que San Valentín es como el Cupido del panteón cristiano, pero con menos flechas y más corazones. Algunos alegan que era un sacerdote que se dedicaba a casar parejas en secreto. Otros aseguran que fue un mártir que dio su vida por el amor, ¡literalmente! Y aquí estamos, celebrando su día sin tener ni idea de quién es realmente.
Entre las leyendas prefiero la que cuenta que el tal Valentín, en pleno siglo III, desafió al emperador romano Claudio II al seguir casando a parejas en secreto, desobedeciendo la prohibición imperial de casarse para mantener a los hombres enfocados en defender el país. Incluso se las arregló para curar la ceguera de la hija de un juez, pero la autoridad no lo tomó a bien y decidió sacarlo del juego el 14 de febrero del 270. Años más tarde, en el 494, la Iglesia decidió darle algo de crédito al personaje y lo incluyó en su calendario. Si fuera poco, en 1969 lo sacaron del calendario otra vez, ¡por dudas paganas! Según el poeta Geoffrey Chaucer, el Día de San Valentín se relaciona con las aves que escogen a sus parejas.
En medio de esta confusión, el consumismo del siglo XX decide tomar el control y convertir el Día de San Valentín en otra excusa perfecta para ganar dinero en regalos, confituras y tarjetas.
Al final, entre mitos, leyendas y compras compulsivas donde las haya, el Día de los Enamorados se ha convertido en una mezcla caótica de romance, historia, mercado y, por supuesto, cursilería.
Como sea, celebro con todo mi corazón este día. ¿Por qué esconder el amor tras una máscara de indiferencia cuando podemos adornarlo con flores y corazones? ¿No es un acto de cierta valentía en estos tiempos enviar un mensaje tan azucarado que provoque, transitoriamente, diabetes sentimental?