“Yo vine, como casi todos los que salen de Cuba, de vivir una relación muy cercana con el mar. Fui una niña pendiente del paso del tiempo, porque él me llevaría otra vez a la pequeña casa que tenían mis abuelos en la playa El Salto, en las vacaciones.
“Todo el año deseaba volver al mar. Mi primer lugar en Ecuador fue la Amazonía. Además de saberme lejos del mar allí, vine a habitar un territorio que yo no conocía, una naturaleza que no me recibía, una belleza nueva. El agua corría en un cauce que a veces se desbocaba, pero seguía ese viaje que llevan los ríos. La vegetación, la fauna de allí, el verde tupido, los sonidos, todo era un concierto exuberante sobre el recuerdo de una calma y una abertura que habían quedado atrás”.
Liset Lantigua es bibliotecóloga, profesora de Literatura y editora cubana radicada en Ecuador hace ya 26 años. Nació en Los Arabos, un pequeño pueblo de Matanzas que como dice ella “se encontraba a un solo lado de la carretera”. Siempre los datos de autor que aparecen en sus publicaciones traen la referencia de este pueblo como lugar de nacimiento, pues para ella es justo legitimar su origen.
En Los Arabos, como en casi todos pueblos de Cuba, existía una biblioteca pública en la que Liset, desde muy niña, se empezó a refugiar. Su madre dirigía los talleres literarios en el Museo del pueblo, que estaba ubicado en una casa art déco, una mansión que había construido su abuelo sin estudios de arquitectura, pero con gran empeño autodidacta.
Ella, con pocos años, recorría sus espacios, entre lecturas de poesía, imaginando realidades paralelas al mundo que tenía que vivir: una cotidianidad de escasez, de escuela al campo, de jornada agrícola que poco tenía que ver con su universo interior.
Luego de estudiar un técnico medio en Bibliotecología, emigró a Ecuador tras el matrimonio con su novio de aquel país lejano, con el que llevaba cinco años. Al principio fueron a vivir al Tena, una pequeña ciudad en la Amazonía ecuatoriana y ese fue el periodo de la extrañeza —por echar de menos y porque todo resultaba ajeno—; haber llegado a un lugar tan distinto que la hacía sentirse en otro planeta.
“Desde luego era una extraña y me tomó tiempo inscribir en mi campo visual interior esa naturaleza. Ahora, cuando vuelvo al Ecuador de algún lugar del mundo y el avión se aproxima a Quito, siento muchas ganas de llorar y es la emoción de quien vuelve a su lugar, de quien, al cabo de mucho tiempo, se reconoce parte de ese lugar.”
“Cuando nació mi hija aquí en Ecuador, yo dije: soy de este lugar. La maternidad me ancló definitivamente al Ecuador, comencé a pertenecer de otro modo. Ahora creo comprender sus códigos, su complejo entramado cultural, y aunque me falta mucho todavía por ver y por aprender, siento que ya…”.
Liset ha desarrollado una carrera literaria exitosa en este país. Ha sido galardonada con premios nacionales e internacionales como Lista de Honor IBBY 2008 por su novela Y si viene la guerra, y con el Premio Nacional de Novela Darío Guevara Mayorga, de Ecuador, por Contigo en la luna, en el año 2009, y por Me llamo Trece, en 2013, entre otros.
Dirigió la biblioteca de la UNASUR durante años, coordinó la Red Metropolitana de Bibliotecas de Quito y actualmente dirige la biblioteca de la Universidad de Las Américas (UDLA).
Y a pesar de que sus estudios superiores, su obra, su maternidad y su vida profesional se han desarrollado en Ecuador, en ella pervive su origen: los primeros 21 años en la isla que, como ella dice, son solo la punta del iceberg del tiempo. Cargamos con un largo pasado relacionado al origen.
Esas primeras décadas de su vida en Cuba han condicionado el resto y tienen un peso definitorio en su formación, en su idea del arte, en sus primeras intenciones vocacionales, en los primeros afectos e impresiones con relación a Cuba.
“Impresiones que fueron resignificadas con el paso del tiempo y que pude entender mejor hasta desde sus más inusitados absurdos, cosas que en su momento fueron naturalizadas, normalizadas, hasta que pude abrir los ojos y entender hasta qué punto no debieron tener lugar”.
Su relación con la familia y las visitas frecuentes, mientras vivió en la isla, lograron mantener ese vínculo, aunque poco a poco, a medida que otros familiares se fueron hacia distintos destinos y ella se acondicionó mucho más a su nuevo país de acogida, fue sintiéndose más alejada de la realidad con la que se encontraba cada vez que volvía.
“Cuba es para mí un lugar que ya no está del todo en Cuba, en la medida que se han ido mis amigos y mis familiares. Cuba se ha ido desperdigando, multiplicando, es como si el archipiélago se hubiese expandido, como si estuviera en permanennte expansión con cada uno de sus fragmentos.”
Pensar a Cuba y su migración siendo ella misma una migrante le afecta y le produce impotencia, su rostro se llena de emociones confusas y entremezcladas; trata de expresar varias ideas a la vez; de organizar la razón y la ira; de administrar la sonrisa irónica en esa actitud propia del cubano de reírse de sus desgracias y luego logra hablar coherentemente, entre anécdotas y análisis, de un recuerdo.
“El último de mis primos batalló durante muchos años por seguir en Cuba pese a todo, pero se dio por vencido ante la dificultad de poder proponer algo, de poder gestionar honradamente, por él mismo, el sustento de su familia allí, entre otras cosas… Se dio por vencido, tomó a su hijo de menos de dos años en brazos y cruzó caminando el desierto de México para llegar a los Estados Unidos. Desde entonces, tengo claro que he visto a mi familia irse, a lo largo del tiempo, por todos los medios posibles, un catálogo reducido de la migración y sus formas donde se repiten motivos y necesidades, renuncias, desencantos, y el ‘hasta aquí’ que antecede a ese salto al vacío que es, probablemente, un riesgo menor que quedarse. Eso duele.”
¿Y la isla?
Voy a rasgarte, patria, a hacerte añicos.
Lo más grande de ti ya no será visible.
Ni rastro del almácigo de abuela, ni tus montañas
ni el ferrocarril.
Han de seguir en ti pero invisibles.
Las mareas allá… lo tan perdido.
Las palabras aquí…
lo tan ganado.
No quedará del muro ni diciembre.
Tu lecho será el mar
en fin…
Voy a pedirle a Oshun que sople el borde
de la ventana andina de esta tarde
y ella soplará porque te ama,
aunque al llorar le cantes a derrumbe
a balcón del principio,
a andamio roto…
No faltará quien al mirar la nada pregunte por la isla.
“Somos un archipiélago“ —dirán tus fragmentitos
y seguirán gritando lo que arde:
una devolución de las ofrendas,
de los viejos guiones,
de lo opaco.
Gritos enteros, libres, gritos, gritos…
Ellos dirán de sí: “¡La gloria somos!”
y tus fragmentos cantarán más alto.
Qué desazón oír el estribillo.
Se van a incomodar los pie de ancla,
los bien asidos,
los aquí seremos…
aunque sean tan pocos y no puedan
contarte nuevamente de contado.
Serás una llovizna de otro nombre,
de poesía azul por ambas caras.
Rasgada así serás grito del grito,
grito continuo
en la amplitud salvaje.
Que vengan a apresar tus pedacitos.
Que vengan a decirles que se callen.
(Liset Lantigua)