La guerra es una mierda y es evitable. Siempre lo he pensado, pero sin verle el rostro, sin tenerla cerca, sin olerla. Hace poco pude ver las secuelas de una guerra breve pero intensa y devastadora, cuando un grupo de periodistas fuimos invitados por el gobierno filipino a visitar Marawi.
Marawi es una ciudad musulmana ubicada al sur de Filipinas, el país más católico de Asia. Hace poco más de dos años fue ocupada por los grupos yihadistas Abu Sayyaf y Maute, ambos leales al Estado Islámico (EI).
El ejército de Filipinas realizó un inmenso despliegue de tropas, incluyendo medios aéreos y navales, para recuperar la ciudad. Los combates duraron cinco meses y dejaron un saldo de más de 1000 muertos, principalmente yihadistas. La ciudad, sometida a intensos bombardeos, quedó destruida. La vida de sus habitantes también.
El barrio de Bangulo, que fue el centro financiero y comercial de la ciudad, es considerado por el ejército como la zona cero. Allí se atrincheraron los extremistas islámicos y allí transcurrieron las más cruentas batallas. El barrio recibió metralla desde aire, mar y tierra, se libraron combates calle a calle, casa a casa, hombre a hombre.
Durante cinco meses Marawi fue un infierno de plomo y llamas.
De eso hace ya dos años, pero es impactante ver el estado de devastación. No hay una casa habitable. Muchas se han derrumbado, las que no están totalmente agujereadas por los impactos de proyectiles de gran calibre y deberán ser demolidas.
Las mezquitas están destruidas y probablemente sean irrecuperables. Las calles se mantienen llenas de escombros y de autos perforados por las balas.
Recorrimos la ciudad, especialmente la zona cero, acompañados por el ejército, bajo estrictas medidas de seguridad. Marawi sigue siendo un lugar peligroso, aún los zapadores buscan artefactos explosivos sin detonar y que podrían activarse ahora. El número de víctimas podría aumentar.
Fue impactante el silencio. Un silencio de muerte, literalmente. Caminamos por las calles vacías, sin hablar, entramos en casas destruidas, llenas de huecos, con agua cayendo por todos lados y en las que todavía están las pertenencias de sus habitantes dispersas por todas partes.
Fue duro imaginar la vida de esas personas, unos 400.000 desplazados. Había maletas a medio hacer, álbumes por el piso con las fotos ya borradas por el tiempo, mesas destruidas con platos y cubiertos rotos encima, ropa ensangrentada colgada donde sea, mochilas escolares, juguetes, zapatos. La vida de la gente congelada en el momento de la huida, del sálvese quien pueda, del corres o te matan.
De los desplazados solo unos pocos han vuelto a sus hogares, pero los habitantes de la zona cero, más de 17000 personas, siguen desterrados. Viven en albergues temporales a la espera de que el gobierno reconstruya sus viviendas, algo que podría tardar bastante.
Rehacer Marawi, una de las ciudades más prósperas del Mindanao Musulmán, será lento y muy costoso. El gobierno filipino afirma que la ciudad será habitable para el 2021, pero es poco probable dado el estado actual de toda su infraestructura. Si no fuera por la guerra, la intolerancia, el fundamentalismo, Marawi sería hoy la ciudad próspera y bella que fue. Por desgracia nunca volverá a ser la misma, el destino de sus sobrevivientes tampoco.