Conocí a Candulia hace muchos años. Era entonces un fotorreportero que intentaba documentar el día a día y ella, la mujer más anciana de mi país, y posiblemente del mundo en ese momento. Cuando la visité en 2011 en su natal Manzanillo, Juana Bautista de la Candelaria Rodríguez tenía 126 años y lo que más me impresionó, además de su lucidez, fue la piel de sus manos, semejante a un pergamino milenario que podía romperse al menor roce, pero con las que sujetaba con fuerza un carnet de identidad que daba fe de su nacimiento, en el lejano 1885.
Candulia llegó a los 127 años y ahí detuvo su marcha. Pero no fue la única que llegó a los 100 años y siguió de largo. Tuvimos también al “Avión”, un haitiano que llegó a los 126 años y fue fundador del Club de los 120 años, en el que conocí y pude retratar a varios centenarios más que se reunían cada año a contar sus experiencias. En un entorno más cercano, a mi abuela paterna le faltaron pocos meses para celebrar su 102 cumpleaños.
Nuestra isla, sin ser Japón o el lejano Tibet, es tierra de veteranos. Tal vez fue por eso que Eugenio Selman, médico personal de Fidel Castro, decidió crear el Club de los 120 años, afirmando que con un estilo de vida saludable y una alimentación sana se podría llegar a esa edad. Preguntado por la prensa, el Dr. Selman siempre respondía, medio en broma y medio en serio, que su principal paciente llegaría a los 140 años. Pero el Comandante falleció con 90 años y tampoco su médico pudo llegar a los anhelados 120.
Un detalle curioso es que la mayoría de nuestros centenarios han trabajado duro. Obreros o campesinos todos, se han roto el lomo de sol a sol. Un anciano, en una de las reuniones del Club de los 120 años, bromeaba con que “a los hombres no los matan el trabajo ni las guerras, sino las mujeres”.
Hoy la población cubana decrece. En los últimos cuatro años ha habido más decesos que nacimientos. Decrece y envejece. Y ese envejecimiento se nota. Cada vez vemos más abuelos y abuelas en las calles, en las colas (sobre todo en las colas), en las esquinas. En todos lados vemos más ancianos que jóvenes. Me lo comentaba alarmada una amiga hace más o menos un año: “Ale, pa’ donde mires lo que más hay son viejos. Todos los jóvenes se están yendo”. Miles de compatriotas hacían la terrible “ruta de los volcanes”.
Esa fuga contribuye al envejecimiento: los hijos y los nietos de esos ancianos están emigrando, ya lo hicieron o lo harán. Se van del país ante una crisis que se agrava por día y parece no tener fin, ante una inflación insostenible, salarios que no alcanzan y medidas y regulaciones que no acaban de sacar la isla a flote.
Con 70 u 80 años no se tiene edad para emigrar, ni ganas, ni fuerzas. Les toca quedarse y tratar de vivir, como mejor puedan, de sus raquíticas pensiones. La cuenta no da y los jubilados tienen que sobrevivir de alguna forma. Bienaventurados los abuelos que reciben divisas de sus familias en el extranjero o los que consiguen algún empleo post jubilación que los ayude a llevar comida a la mesa.
Al resto duele verlos en la lucha, revendiendo los cigarros o el ron de la libreta. Cantando para los turistas o, tristemente, pidiéndoles una limosna. O rebuscando en la basura. Viendo cómo el sueño al que apostaron todo, por el que se jugaron incluso la vida, se les convirtió en pesadilla.
Nuestros mayores están pasándola mal y eso duele. Y se suma la pérdida constante de sus hijos y nietos, nuestros jóvenes, que emigran. ¿Nadie se ha puesto a pensar que está yéndose el futuro de Cuba?
Tozudos como un martillo. Atrapados en ideas fuera de contexto y sobre todo apostando a lo mismo. Creo, que no se trata de entregar el país, sino de ubicarse en el verdadero socialismo que es de todos.A veces creo que nos dirige una camarilla