Llegar por carretera a Al Bat es complicado. Hay que transitar abruptos y serpenteantes caminos de arena para llegar a esta pequeña aldea beduina en el desierto del Néguev. Pero los cohetes no viajan por carretera, ni creen en obstáculos; vuelan. Y por el aire llegó un proyectil fallido de Hamás que se dirigía a una cercana base militar israelí, pero terminó matando a 5 niños de esta comunidad el día que comenzó la guerra.
Los niños de Al Bat y otros tres beduinos que murieron el 7 de octubre en otros puntos del Néguev, Israel, podrían haberse salvado de contar con sistemas de alarmas y refugios en los que guarecerse.
Israel posee un poderoso sistema antimisiles, la Cúpula de Hierro, que con una efectividad del 90 % intercepta los cohetes disparados desde Gaza y otros puntos de la zona. La Cúpula de Hierro protege desde las grandes ciudades hasta pequeños asentamientos. El gran problema de algunas aldeas beduinas es que no están reconocidas por Israel y, por tanto, se les considera “espacios abiertos” y en esos casos los sistemas de defensa antiaérea no actúan.
Los beduinos de Néguev son los habitantes ancestrales de estas tierras. Viven en ellas desde mucho antes de que en 1948 se fundara el Estado de Israel. Son pueblos nómadas que se dedican a la cría de cabras y camellos; aunque, con el paso del tiempo, han ido asentándose poco a poco en pequeñas comunidades dispersas por el desierto.
Más de 300 mil árabes beduinos viven en el desierto del Néguev y de ellos, 120 mil habitan comunidades no reconocidas por Israel. Son aldeas que carecen de los servicios más elementales. No tienen electricidad, ni agua potable o redes de alcantarillado, sus calles no están asfaltadas y sus casas son mayoritariamente de chapa. Y por supuesto, tampoco tienen refugios en los que protegerse en caso de conflicto, ni escuchan las alarmas que en otros lados del país avisan de la aproximación de cohetes.
Desde que comenzó la guerra entre Israel y Hamás han muerto diecinueve beduinos en el Néguev, seis de ellos niños. Otras seis personas fueron llevadas a Gaza como rehenes. Solo dos de ellos, menores de edad, han vuelto a sus casas durante los intercambios de rehenes israelíes por presos palestinos durante la breve tregua reciente.
Ante las protestas de los vecinos, recientemente Israel instaló en estas comunidades pequeños cilindros de concreto que hacen las veces de improvisados refugios. Con unos 6 metros de largo por menos de 2 de diámetro, las estructuras son incapaces de albergar a todos los vecinos de las aldeas. En la comunidad de Alsara, por ejemplo, se instalaron dos de estos dispositivos para proteger a una población de unas 500 personas.
Esta comunidad, equipada con paneles solares y casas más sólidas que las del resto de las aldeas, está enclavada muy cerca de la base aérea Ramon, de las Fuerzas de Defensa de Israel. Desde allí parten muchos de los vuelos que se dirigen a bombardear inmisericordemente Gaza, por ello los vecinos de Alsara y de otros asentamientos cercanos están muy expuestos cuando Hamás dirige sus no muy precisos cohetes hacia ese enclave militar. En estas circunstancias, la vida de los beduinos del Néguev, como del lado palestino donde los muertos se cuentan en decenas de miles, quedan en manos de Dios.