Es difícil que los arquitectos que diseñaron el acueducto romano de Segovia, en los inicios del siglo II de nuestra era, hayan pensado que este llegaría intacto y funcionando al convulso siglo XX, concretamente hasta 1973.
Pero así fue y ahora, en el XXI, permanece plantado en medio de la ciudad con sus 120 pilares y 167 arcos. Piedra sobre piedra, unidas todas sin ningún tipo de argamasa o aglutinante. Sostenidas fruto del ingenio humano, capaz de calcular la fuerza de empuje necesaria para que las enormes rocas se sostengan entre sí, por los siglos de los siglos.
Dividiendo Segovia en dos (de un lado la Plaza del Azoguejo y del otro la Plaza de la Artillería), el acueducto romano es, sin duda, el ícono de la ciudad. Declarado por la Unesco Patrimonio de la Humanidad en 1985, el acueducto es mucho más que los espectaculares 800 metros de arcos que son fotografiados cada día por miles de visitantes.
Al asentarse en Segovia, los romanos necesitaban traer agua desde la Sierra de Guadarrama, por lo que construyeron más de 15 kilómetros de canalizaciones subterráneas que llevaban el líquido a la urbe, donde pasaba por los famosos arcos a una altura de casi 30 metros para llegar al mismísimo Alcázar, antiguo centro de la ciudad romana.
Los enormes bloques de piedra granítica conque se edificó el acueducto, como el agua, también provienen de la Sierra de Guadarrama.
Tuve la suerte de visitarlo hace poco, en primavera, en un día de clima cambiante en el que lo mismo salía el sol, que se nublaba o llovía en un lapso de pocos minutos. Y en bucle: sol, nubes, lluvia; sol, nubes, lluvia; sol, nubes, lluvia… Ese tiempo tan loco me permitió retratar el acueducto con iluminaciones muy diferentes en breve tiempo, pues mi paso por Segovia fue fugaz y hay mucho que ver en la ciudad.
Aunque el acueducto sea la gran atracción turística de la ciudad, esta atesora otras joyas como una majestuosa catedral gótica, el Alcázar o un centro histórico lleno de casas medievales profusamente decoradas. Y, por supuesto, como en toda España, un exquisito patrimonio gastronómico como joya de la corona.
Volviendo al acueducto romano, durante muchos años se creyó que había comenzado a construirse a finales del siglo I, pero estudios recientes demostraron que su edificación inició a principios del siglo II, bajo el gobierno del emperador Trajano o, tal vez, al inicio del período en que estuvo Adriano a la cabeza del imperio.
La diferencia entre ambas teorías, vista en años, no es gran cosa, si lo comparamos con el enorme mérito de haber sobrevivido hasta hoy a través de los siglos y la historia.