Las bicis de nadie

Siempre me pregunto qué hacen ahí esas bicis. ¿Dónde estarán sus dueños? ¿Por qué las abandonan?

Me gusta andar en bicicleta, pasear en bicicleta, correr en bicicleta. Creo que es el único deporte que he practicado en mi sedentaria vida. He pedaleado mucho durante más de 40 años, a veces por necesidad (aquellos 90), pero la mayoría por placer, por disfrutar la sensación de autonomía que da un vehículo con tracción a canillas.

Desde que llegué a España me impresionó la cantidad de bicis abandonadas que hay en las calles. Solo había visto algo parecido en Toronto, donde las bicis, encadenadas a postes de estacionamiento, parecen viejas esculturas oxidadas fundidas ya con el paisaje. Las hay de todos los modelos y colores y muchas parecen llevar siglos a la intemperie.

Pero en España es distinto. Se nota un abandono más reciente, de semanas, meses como mucho. Y ahí están, huérfanas de dueño, tal vez deseosas de sentirse útiles. Son bicicletas de nadie.

Siempre me pregunto qué hacen ahí esas bicis. ¿Dónde estarán sus dueños? ¿Por qué las abandonan? Es cierto que aún no he visto que dejen tirada una de alta gama, de las que cuestan miles, pero sí muchas que deben haber costado sus buenos 300 eurazos o más. ¿Por qué lo hacen? ¿Por qué dejarlas expuestas a los elementos y a los amigos de lo ajeno?

De muchas ya queda poco, a veces solo el cuadro atado con un candado, la cadena oxidada y poco más… El resto ha sido saqueado. Cada vez que veo una así invariablemente pienso en Cuba, donde jamás he visto y sé que jamás veré, una bicicleta botada en la calle. En la Isla todas esas bicis abandonadas volverían a rodar por nuestras bachosas calles, puestas a punto por ingeniosos mecánicos. Dan ganas de rescatar esos esqueletos que serían bien recibidos y reciclados por los bicicleteros cubanos, siempre tan escasos de repuestos.

Tengo que confesar que, a pesar de todos mis cuestionamientos, soy el feliz usador, que no propietario, de una bici abandonada que estuvo tirada por meses en un polígono industrial sin siquiera una cadena que la protegiera. Libre pero sin dueño estuvo mi rocín hasta que un buen amigo, compatriota practicante de la doctrina de “lo que te den cógelo”, decidió cargar con ella a su casa por aquello de que algún día sería útil.

Mi bicicleta, fiel compañera. 

Y lo está siendo. Después de un preciso mantenimiento y una regular limpieza, esta añeja bici se ha convertido en mi fiel compañera de andanzas vitorianas. Cada día recorremos varios kilómetros por esta ciudad llana y llena de carriles bicis por la que da gusto transitar. Hacemos largos recorridos en busca de alguna foto, o simplemente por el placer de correr contra el viento.

Definitivamente no entiendo a la gente que deja una bicicleta tirada, yo nunca lo haría. Pero agradezco infinitamente al que abandonó a mi vieja compañera de estos meses. Pronto yo también le diré adiós, pero sin abandonarla a su suerte, quedará en las buenas manos de mi amigo, que no la usará, pero que como buen cubano, jamás la echará a la calle.

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