“Porque ves allí, amigo Sancho Panza, donde se descubren treinta o poco más desaforados gigantes con quien pienso hacer batalla, y quitarles a todos las vidas”, dijo Don Quijote, a lo que el buen Sancho respondió con simpleza “¿Qué gigantes?… que aquellos que allí se parecen no son gigantes, sino molinos de viento.”
Y tenía razón el fiel escudero, pues las áridas llanuras de La Mancha —tierras de secano, dirían por estos lares—, en las que no ha vivido jamás gigante alguno, están pobladas por molinos de viento desde hace cientos de años.
Acabo de visitar un lugar manchego de cuyo nombre sí quiero acordarme: el cerro Calderico, en Consuegra, pequeña elevación donde, junto al Castillo de la Muela, se conservan 12 molinos de viento. Estos, aunque no fueron atacados por Don Quijote, sí deben a él su popularidad entre turistas y locales que cada día acuden en masa a verlos, a disfrutar de las vistas de la llanura manchega y a tomar fotos.
Los molinos de viento del cerro Calderico tienen nombres propios, todos apelativos que aparecen en la novela de Cervantes: Alcancía, Boleros, Caballero del Verde Gabán, Cardeño, Clavileño, Chispas, Espartero, Mambrino, Mochilas, Rucio, Sancho y Vista Alegre. Durante años, la función de estos majestuosos gigantes fue moler el trigo que se cosechaba en la zona. Hoy, ya restaurados, funcionan como tiendas de artesanías y souvenirs relativos a la novela más célebre de nuestra lengua, El ingenioso Hidalgo Don Quijote de La Mancha, escrita en 1605 por Miguel de Cervantes, mientras estos molinos producían harinas en las llanuras manchegas.
Solo cinco de estos molinos —que no gigantes, mi querido Don Quijote— están en condiciones de funcionar, con la maquinaria a punto, como en sus viejos tiempos. El más emblemático de ellos es el Sancho, construido en el siglo XVI. Este ingenio de cuerpo blanco y brazos negros aún conserva en su interior piezas originales y su mecanismo aún funciona en ocasiones especiales como la Fiesta del Azafrán. El resto son molinos más jóvenes, la mayoría de ellos del siglo XIX.
La historia de Don Quijote y los molinos de vientos la conoce todo el mundo, hayan leído a Cervantes o no. Soy de los que han emprendido varias veces la lectura de El Quijote y soy de los que nunca lo termina. Pero su historia se conoce también por el teatro, la televisión y el cine. El caballero Don Alonso Quijano ha estado y estará siempre en nuestras vidas. Y también los molinos.
Ahora que vivo fuera de Cuba, hablo de la isla con amigos de otras latitudes. Que si la Revolución sí, que si la Revolución no, que si Cuba avanza o se hunde. Pero siempre que hablamos de cultura, menciono como una gran hazaña, de Cuba y de su gobierno, la publicación de un millón de ejemplares de El Quijote, editados por la Imprenta Nacional, a pocos meses del triunfo de 1959.
Volviendo a los molinos-gigantes del Cerro Calderico, me hubiera gustado ver alguno trabajando, batiendo, al decir de Sancho: “lo que en ellos parecen brazos son las aspas, que volteadas del viento hacen andar la piedra del molino”. Será en otra ocasión, que molinos de viento hay muchos por La Mancha, lástima que ya no queden Quijotes.