España acaba de salir del estado de alarma decretado hace poco más de un año para intentar frenar la expansión de la COVID-19. La vida va volviendo a la normalidad poco a poco y una de las mejores cosas es que ya, desde el pasado día 9, no hay restricciones de movilidad, o sea, que ya se puede recorrer el país y eso trataré de hacer, patear la Madre Patria todo lo que pueda. Conocer y retratar esta península que, no me canso de decirlo, me encanta.
Hasta ahora, sin salir de Aragón, he visto paisajes increíbles, enormes montañas nevadas, pueblos de ensueño cargados de historia, castillos medievales y aún más viejos, iglesias con más de un milenio a cuestas. Uno de esos lugares maravillosos que he visitado es el Monasterio de Piedra, ubicado en la Comarca de Calatayud, muy cerca de Zaragoza.
Actualmente es un lugar turístico, medio en ruinas y con un maravilloso parque dedicado al agua. Pero el Monasterio de Piedra fue fundado junto al río Piedra, en 1194 por monjes cistercienses que lo consagraron a Santa María la Blanca y en él moraron hasta que lo abandonaron en 1835. Cinco años después fue comprado por un particular y convertido en lo que actualmente es; una parte del monasterio fue convertido en hotel y en la otra, parcialmente en ruinas, hoy se celebran bodas, fiestas y banquetes. Es uno de los lugares más buscados por los internautas españoles y el más visitado en Aragón.
Y de esto doy fe. El día que fui estaba lleno de gente. Recién empezaba la primavera, hacía un día soleado y cientos de personas recorrían las rutas que atraviesan el bosque aledaño al parque donde se ha construido un parque natural dedicado al agua en el que se pueden ver numerosas cascadas y saltos de agua, grutas y estanques. Es un lugar idílico y paradisíaco en el que se puede pasar un buen rato tumbado al sol admirando las ruinas del monasterio o la belleza del paisaje. Un lugar en el que reinan la paz, el silencio.
Declarado Monumento Nacional en 1983, el Monasterio de Piedra está muy vinculado al consumo de chocolate en el viejo mundo. El alimento de los dioses, regalado a los hombres por el mismísimo Quetzalcoalt, llegó a este remoto lugar de España en 1534. Fray Jerónimo de Aguilar, quien acompañaba a Hernán Cortés durante la invasión y conquista de México, envió un saco de semillas de cacao y las instrucciones para hacer chocolate a su amigo Don Antonio de Álvaro, abad del monasterio. Gracias a aquel insólito regalo, en el Monasterio de Piedra, hace 487 años, se preparó el primer chocolate de Europa.
Los monjes cistercienses, que no tenían un pelo de tontos —y no lo digo por las tonsuras—, le cogieron el gusto al chocolate y aprovechaban su poder calórico para superar los ayunos y entrarle con más ganas al trabajo en el campo, algo que no compartían otras órdenes, como por ejemplo los Jesuitas, que opinaban que la oscura bebida era contraria a los preceptos de mortificación y pobreza que debían regir sus vidas.
Pero los del Monasterio de Piedra siguieron dándole al chocolate, que preparaban amargo, sin nada de azúcar. Lo consumían más bien como un brebaje medicinal, pero le cogieron el gusto —los entiendo perfectamente—, tanto que ganaron una fama como maestros chocolateros que llega hasta nuestros días.
Ya no hay monjes en las ruinas del monasterio, pero hoy se vende a los turistas un chocolate supuestamente “divino”, exquisito, hecho con la receta ancestral de aquellos que lo vieron llegar del Nuevo Mundo. Yo lo probé y me gustó, era un buen chocolate, pero ni mejor ni peor que otros muchos que he probado y disfrutado en mi vida. Pero ya saben el dicho, “cría fama y échate a dormir”.
“Las cuentas claras y el chocolate a la española”, se dice en mi Cuba, aunque ahora aquí me entero de que la frase, en versión original e ibérica, es “las cuentas claras y el chocolate espeso”. Quién sabe si el primero en decirla no fue algún abad del Monasterio de Piedra al que un monje distraído o marañero le sirvió una taza de chocolate demasiado aguado.