Leo que en los últimos tres años Cuba ha ensamblado y producido más de 23 mil vehículos eléctricos (las populares motorinas y algunos triciclos). Parecen pocos teniendo en cuenta la cantidad que circulan por las calles de La Habana y del resto del país. Claro, a esas moticos “Made in Cuba” habría que sumar las importadas por particulares desde hace algunos años.
El caso es que son un montón. Con sus simpáticos nombres, que emulan-imitan los de grandes marcas (Bucatti, Mishozuki, Unizuki, Murasaki y otros), las motos y autos eléctricos están compitiendo con Ladas y almendrones por ser mayoría en nuestras calles.
No sé de dónde les vendrá el simpático apelativo de motorinas. La primera vez que escuché la palabrita fue en el centro de la isla, concretamente en Ciego de Ávila, donde ya circulaban decenas de estas motos, importadas por particulares y luego revendidas con muy buen margen de ganancias. Quizá venga del italiano “motorino” (motorcito).
Las motorinas han ido poco a poco adueñándose de las calles de Cuba y del imaginario popular. Que si son peligrosas, que andan “a lo loco” y sin emitir sonido alguno, dicen los abuelos; que si son el objeto más robable en estos tiempos, junto a los celulares; que si hay asaltos y hasta asesinatos para robarse uno de estos vehículos; que las baterías o cargadores criollos explotan; que si ha habido heridos, muertos y casas incendiadas por esta causa. En fin, muchas historias, algunas ciertas y otras inventadas o exageradas por el endémico talento para el chisme.
En los días que hice estas fotos me llamó la atención ver a muchas mujeres, jóvenes la mayoría, conduciendo sus motorinas por las calles de La Habana, destrozando el precepto machista-leninista de que las motos, de gasolina o eléctricas, son “cosa de hombres”.
Definitivamente me gustan las motorinas y los pequeños coches eléctricos que ya se ven en algunas de nuestras tiendas. Son lindos, le dan un toque peculiar a la isla. Y son una buena apuesta a futuro, limpia y ecólogica; pero no barata. Sus precios —también estos— son inalcanzables para la mayoría. Un médico, un ingeniero o un simple obrero jamás podrá soñar con una; salvo que reciba remesas o esté en algún “invento por la izquierda”.
Pero ahí están ellas, llenando cada vez más el paisaje urbano, sobre el pavimento o parqueadas en los portales mientras cargan sus baterías. Ayudando a paliar el eterno problema del transporte en una isla con guaguas apenas y taxis de precios locos.
Quiero pensar que las motorinas y sus primos, los diminutos pero funcionales autos eléctricos, llegaron para quedarse. Que un poco de transporte ecológico no le viene mal a nuestra isla, después de tantos años de almendrones y autos rusos contaminando “a lo bestia”.
La gran pregunta es cómo se carga un vehículo eléctrico durante un apagón. Sin electricidad no hay motorina que se mueva, y parqueadas, de adorno, no sirven de mucho. Motorina o no motorina; tener o no tener electricidad… He ahí el dilema.