Después de dos semanas en La Habana, recorriendo cada día una ciudad muy diferente a la que dejé hace dos años y en la que aún sigo sin encontrar mi lugar, decidí darme un paseo por La Necrópolis de Colón, uno de mis lugares preferidos y donde siempre me siento como en casa. Un paseo que no me defraudó.
Los cementerios me gustan, y mucho. Caminar por ellos me despeja la mente, me relaja, me ayuda a pensar, a ver la vida desde otra perspectiva. A cada país que llego, a cada ciudad, al pueblo más diminuto, siempre trato de visitar sus camposantos, de caminar en soledad, de disfrutar la paz que regalan los difuntos y, por supuesto, de la belleza y el boato de muchos de ellos o de la austeridad y sencillez de otros.
Pero mi cementerio es este, el de Colón. Lo conozco desde muy joven, en él he pasado momentos muy duros. Aquí me ha tocado sepultar e inhumar a algunos de mis seres más queridos. Aquí he llorado mucho. Pero también he reído con los infaltables chistes de un buen entierro y hasta he tenido la dicha de calentarme a más no poder en los brazos de alguna novia fugaz. Y siempre, en las malas y en las buenas, aquí he hecho fotos que me gustan.
Llegué temprano, en una mañana fría, que se volvió cálida en menos de una hora. Quería hacer fotos, recorrer los lugares vistos mil veces, los más llamativos y conocidos, los bellos panteones de la avenida principal, el imponente mausoleo a los bomberos, la tumba del campeón Capablanca, la del dominó, o la de La Milagrosa, sin duda la más visitada del camposanto, donde cubanos y extranjeros desfilan durante todo el día en busca de milagros, mayormente relacionados con la concepción, aunque últimamente creo que se solicitan muchos bienes materiales y aún más visas.
Pero no hice fotos. Son lugares que he retratado mucho, así que, sin ser consciente, cambié el chip en busca de algo diferente. Me alejé de los grandes mausoleos, de las estatuas más bellas y elaboradas, hui de la zona patrimonial y me fui a patear la periferia, donde muchas tumbas y panteones están en muy mal estado, heridas de muerte y desidia.
La Necrópolis de Colón, el cementerio más importante de Cuba y Monumento Nacional desde 1987, tiene sus buenos años. Se comenzó a construir en 1871, en sustitución del viejo cementerio de Espada, y se terminó en 1886. Ha pasado por períodos buenos y malos, y algunos hasta peores, como hace algunos años cuando sufrió una temporada de brutales saqueos a su patrimonio, fundamentalmente escultórico, tiempos en que algunas de sus estatuas fueron a parar, inexplicablemente, a jardines de Miramar.
Creo que, por suerte, esos tiempos han pasado. Tuvo mucho que ver en ello la intervención, siempre salvadora, de San Eusebio, el historiador. Desde entonces el cementerio cuenta con un cuerpo de seguridad, se ha detenido el saqueo y hoy mientras retrataba a las estatuas menos vistosas, vi muchos obreros reparando tumbas, mausoleos, panteones y hasta el muro exterior. Gente trabajando por todos lados, algo que le hacía mucha falta a mi querido “reparto boca arriba”. Quiero pensar que hoy vi el resurgir de este precioso y venerable lugar.
Mi mañana transcurrió entre reflexiones y fotos. La nota graciosa la puso una pareja de turistas rusos que, en un inglés tan malo como el mío, me preguntaron por la tumba del Gran Almirante Cristóbal Colón. Les expliqué que aquí de Colón, solo el nombre, que sus restos, si son los que dicen, están en Santo Domingo. Me miraron con asombro, no daban crédito, su desilusión era evidente. Como compensación por la ausencia del genovés, les hablé de La Milagrosa y los mandé a visitar su tumba.
Allá se fueron los ex camaradas, resignados, pero no felices y seguí en lo mío, haciendo fotos, meditando y disfrutando del paseo, que no será el último. Volveré mil veces a este cementerio que siento mío, en el que no está Colón, ni estaré yo (furibundo partidario de la cremación), pero en el que sí descansa mi padre. Vendré a pasear, a hacer fotos, a visitar al viejo, a funerales de amigos y familiares y, si La Milagrosa me lo concede, a besar y que me besen bajo los frondosos árboles, junto a las estatuas y sobre mis queridos habaneros difuntos.
Felicidades por tu sentido y bien redactado escrito.