De lejos se escuchaba la algarabía, mezcla de música y niños riendo y gritando en árabe. Cuando llegué al Centro de Juventud del campamento de refugiados de Aida, la actividad, como diría Lucas, ya había comenzado.
Miembros de la organización española “Pallasos en Rebeldía” —no es falta de ortografía, son gallegos y así se escribe payaso en su lengua— actuaban para unos 300 espectadores como parte de la gira que realizan durante una semana por tierras Palestinas.
“Festiclown” es el nombre del proyecto y como telón de fondo los artistas habían colgado un enorme cartel con las leyendas “Circus Against Occupation” y en una tipografía mayor “Free Palestine”.
Para Iván Prado, director de “Festiclown”, el objetivo de la gira “es poner el mundo del circo al servicio de la libertad, de la paz y de la alegría”. Lograr que “Palestina sienta que forma parte de las ciudades del mundo que disfrutan del circo con normalidad, y se sientan abrazados por los artistas de circo en su causa”.
No es la primera vez que los “Pallasos en Rebeldía” visitan los Territorios Ocupados de Palestina. Durante esta 7ma edición de “Festiclown” los artistas se han presentado ante niños de Nablus, Hebrón, Ramala, Jerusalén Este y Belén. “Ha sido un recibimiento extraordinario”, continúa Iván, “la gente se entrega, nos mira con luz en los ojos y nos para por la calle. La vuelta ha sido espectacular”, concluye emocionado este clown gallego.
Se hacía de noche, la luz escaseaba y yo subía el ISO de mis cámaras, los pallasos hacían de las suyas y los fiñes, aunque no entendían el idioma raro que hablaban esos extraños, miraban expectantes o reían a carcajadas con las piruetas, acrobacias o falsas caídas de los artistas. La estaban pasando muy bien, su felicidad flotaba contagiosa en el aire, prueba de que el arte y la solidaridad pueden vencer muros, por altos que estos sean.
Aida es un campamento de refugiados palestinos, ubicado en las afueras de Belén, en Cisjordania, en el que viven unas 5000 personas. Actualmente bajo jurisdicción de la Autoridad Nacional Palestina, fue creado en 1950 por la ONU para albergar a civiles que huyeron de sus hogares en la periferia de Jerusalén durante la primera guerra árabe-israelí. Aida nació después de la nakba —el desastre— como llaman los palestinos a la creación del Estado de Israel.
Aislado por el muro de separación construido por Israel después de la Segunda Intifada, el campamento de Aida solo cuenta con una escuela primaria gestionada por las Naciones Unidas a la que asisten cerca de 400 alumnos. El centro escolar está ubicado junto a una sección de la infranqueable valla de concreto y a una torre de vigilancia del ejército de Israel.
Con músicos rapeando, gritos de “Free Palestine” y niños enarbolando banderas palestinas subidos a los hombros de los payasos se cerró la noche. Todos bailaban y reían, juntos y bien revueltos españoles y palestinos, y en medio yo, un cubano que no baila, pero que se fue a casa con la sensación de que, al menos por un rato, los pequeños refugiados de Aida se habían desconectado del duro día a día en que viven.
En eso pensaba, todavía impregnado de la euforia del final del espectáculo, cuando tuve que detenerme en un checkpoint, pequeño agujero del interminable muro, donde debí mostrar mi documentación a militares israelíes para cruzar una frontera que delimita cruelmente la vida de los niños de Aida.