“Sitges se parece a La Habana”, me dijeron varios amigos. Pero la gente suele comparar la capital cubana con los sitios más insólitos.
Poco había oído de Sitges que no fuera de su festival de cine, el primero en el mundo en su tipo: el certamen surgió en 1968 bajo el nombre de Semana Internacional de Cine Fantástico y de Terror, y se ha convertido en un espacio esencial para los amantes y creadores de estos géneros.
Cuando lo conocí, en efecto encontré alguna conexión entre este bello lugar y la lejana isla de Cuba; en especial, La Habana.
A orillas del Mediterráneo, Sitges es uno de los pueblos blancos más hermosos de la costa catalana. Surgido como una humilde aldea de pescadores, es hoy una villa que acoge todo el año un turismo nada austero, fundamentalmente proveniente de la cercana Francia. Es un lugar caro que conocí en invierno y del que dicen que en verano se abarrota de visitantes; un sitio en el que disfrutar de buena comida, vino, sol y playa.
En Sitges las construcciones más deslumbrantes son las que construyeron los “indianos” o “americanos” a su regreso del nuevo continente, fundamentalmente de Cuba. Son grandes mansiones que recuerdan, cada uno en su estilo, la opulencia de las edificadas en La Habana de finales del siglo XIX; verdaderos palacetes de las dimensiones de algunos de El Vedado, Miramar o 10 de Octubre.
En Sitges suelen estar bien conservados; y sus colores, semejantes a los de la Cuba de antaño, contrastan con el blanco de la mayoría de las viviendas en el resto del lugar. Actualmente casi todas las mansiones de los indianos funcionan como encantadores hoteles-boutique.
La conexión queda sellada en el nombre de una de las principales calles del pueblo: “Isla de Cuba”. Hacia nuestra tierra fueron, en tiempos coloniales muchos jóvenes catalanes de Sitges y otros pueblos de la zona. Iban con lo puesto, en plena crisis en España. Y de la isla regresaron con los bolsillos llenos, convertidos en señores y dispuestos a edificar para sí verdaderas mansiones.
Entre los hijos de Sitges que emigraron a Cuba (aunque no a La Habana) estuvo Facundo Bacardí Massó, quien con 15 años llegó a Santiago de Cuba, en 1828, en busca de oportunidades. ¡Y vaya si las encontró! Después de dar muchas vueltas, de emprender negocios y de ir a bancarrota, en 1862 Facundo compró un vieja destilería y fundó la empresa Bacardí. Nació así el que, con el tiempo, sería tal vez el más famoso de los rones.
Su hijo, Emilio Bacardí Moreau fue senador de la República, alcalde de Santiago de Cuba en la primera década del siglo XX y fundador del mayor museo de la ciudad, el Bacardí, que alberga en su interior la única momia egipcia que hay en la isla y al que mi abuela solía llevarme de pequeño, deslumbrada por aquel ser lejano envuelto en trapos milenarios.
También la música conecta Sitges con La Habana. Esta zona de la costa española es célebre por sus habaneras, traídas no solo por los comerciantes que regresaron después de hacer fortuna, sino además por los soldados que volvían hastiados y derrotados. Las habaneras se mezclaron con la música local y fueron muy populares hasta la década del 40 del pasado siglo.
Después de años en el olvido, han renacido y un pueblo cercano a Sitges, Calella del Palafrugell, en la Costa Brava, celebra cada año en una de sus playas un festival dedicado al género.
La conexión entre Sitges y La Habana es histórica. Tiene sus raíces en la migración, en la búsqueda de un futuro mejor en otras tierras. Esa migración dejó un pueblo con casas de ensueño, un ron inmenso y unas canciones entrañables.