Estas instantáneas no le hacen justicia a la sensación de estar frente al Cristo Redentor del Corcovado. Incluso el más incrédulo de los ateos se siente sobrecogido por la majestuosidad de esta representación de Jesús de Nazaret, que se alza con los brazos abiertos en lo alto del Morro do Corcovado, en el Parque Nacional de Tijuca, en Río de Janeiro, a 710 metros sobre el nivel del mar.
Visité el monumento sin mucha expectativa. Con tantas telenovelas brasileñas acumuladas en mi retina y siendo el Cristo una de las imágenes más filmadas en esos dramas televisivos, iba más para poder decir “estuve ahí”. Pero esa mirada cambió por completo una vez llegado a la imponente pieza escultórica.
El sueño de erigir la obra comenzó en 1859, cuando el padre lazarista francés Pierre-Marie Boss concibió la idea en un libro titulado Imitação de Cristo. Sin embargo, fue durante los preparativos para el centenario de la Independencia de Brasil en 1922 que comenzó a materializarse.
El Cristo Redentor fue un proyecto conjunto del diseñador Heitor da Silva Costa, el pintor Carlos Oswald y el escultor Maximilian Paul Landowski. La construcción duró nueve años. Culminó en 1931, en medio de las celebraciones del día de Nuestra Señora Aparecida.
Fue financiado únicamente por donaciones de la comunidad católica brasileña, demostrando el profundo arraigo religioso y el compromiso con la emblemática figura.
La escultura, de estilo art déco, mide 38 metros de altura, equivalente a un edificio de 13 pisos. De ese total, 30 metros corresponden al monumento y los otros 8 al pedestal. Cada mano mide 3,20 metros y el pie 1,35. El peso total de la estatua es de unas 1145 toneladas, de las cuales 30 corresponden solo a la cabeza. El monumento fue diseñado para resistir vientos de hasta 250 km por hora.
Las manos y la cabeza son las únicas partes que no se construyeron en Brasil, al haber sido moldeadas en París. El cuerpo se hizo completamente de esteatita, conocida como piedra jabón por su textura suave. Las piedras fueron cortadas en 6 millones de triángulos y pegadas a mano en la estructura de hormigón armado.
El día de mi visita estaba despejado. ¡Vaya suerte!, porque pudo tocarme una de esas jornadas con nubes que tapan por completo la parte superior del Cristo. Pero, como dicen, una de cal y otra de arena: un mar de gente en el lugar se hacía fotos desde todos los ángulos. Nos amontonábamos como hormigas.
La impresionante cantidad de visitantes hace evidente la importancia cultural, turística y espiritual del Cristo Redentor para Brasil y el mundo entero. Cada año recibe casi un millón de personas.
De verlo de cerca no se priva nadie. A sus pies se rindieron personalidades de todas las índoles. De las artes a la política. Allí tienen su foto Juan Pablo II, Albert Einstein, los Rolling Stones, Diana de Gales y Barack Obama, entre otros.
El Cristo Redentor es, además, una hazaña de ingeniería. Debido a las condiciones desafiantes en las que se construyó, en lo alto de un montaña y una base que apenas contaba con espacio para armar el andamiaje; donde baten fuertes vientos y el acceso era a través de sinuosos senderos o a lomo de mula, la obra fue calificada como hercúlea. No es exagerado. Además de todo, ninguna persona perdió la vida durante su construcción, algo común en la época y especialmente en proyectos de esta envergadura y riesgo.
El Cristo Redentor de Río de Janeiro también alberga curiosidades fascinantes. Su peculiaridad más notable es la asimetría de los brazos. El izquierdo es 40 centímetros más corto que el derecho. Esa característica imita las velas de un barco, fortaleciendo su resistencia contra los fuertes vientos. Y aunque su apariencia externa sugiere solidez, la estatua está hueca por dentro. Acceder a su interior es un desafío, ya que requiere la autorización especial de la Curia Metropolitana de Río de Janeiro.
Declarada en 2009 Patrimonio Histórico y Artístico de Brasil, la estatua está intrínsecamente ligada al imaginario religioso y en particular a la fe católica. Representa no solo redención y perdón, sino además protección para aquellos que buscan consuelo a su sombra o en su luz si es de noche.
Por todo ello, en 2007, fue reconocido mundialmente como una de las Siete Nuevas Maravillas del Mundo, junto con la ciudad antigua Machu de Picchu, el palacio de Taj Mahal, la Gran Muralla China, el Coliseo Romano, la pirámide de Chichén Itzá y la ciudad arqueológica de Petra.