“Amélie tiene de repente la extraña sensación de estar en total armonía consigo misma, en ese instante todo es perfecto, la suavidad de la luz, el ligero perfume del aire, el pausado rumor de la ciudad. Inspira profundamente y la vida ahora le parece tan sencilla y transparente que un arrebato de amor, parecido a un deseo de ayudar a toda la humanidad la empapa de golpe.”
Así describe una voz en off al personaje de Amélie de la película francesa El fabuloso destino de Amélie Poulain. Esta comedia romántica, protagonizada por la actriz francesa Audrey Tautou y dirigida por el director Jean-Pierre Jeunet, cuenta cómo el hallazgo de un tesoro olvidado hace que Amélie, una camarera, trastoque la vida rutinaria de quienes la rodean.
Montmartre es el barrio donde acontece la mayor parte de la ficción. Desde siempre este lugar tuvo su fama bien ganada. Es conocido como el barrio bohemio con más encanto de París. Allí, además, en lo alto de un cerro de 130 metros, se alza la basílica del Sagrado Corazón, uno de los monumentos emblemáticos de la capital francesa. Y descendiendo por esa colina, a unas cuadras, en una calle donde fulguran luces de neón y se aglomeran los sex shops, se halla instalado desde 1900 el cabaret más famoso del mundo: el Moulin Rouge.
A partir del año 2001, tras el estreno de la película y su gran repercusión es mayor el ajetreo en las callecitas de la barriada, los acogedores cafés y restaurantes, las pintorescas plazas o los concurridos comercios del XVIII Distrito de París, donde está Montmartre. Y es que diariamente cientos de turistas conocen esa parte de la capital francesa guiados por una especie de “ruta Amélie”.
Lo cuento porque fui uno de esos transeúntes que durante un día y una noche zapateé Montmartre en busca de algunas locaciones del filme.
Arranqué por la calle St. Vincent, protagonista de la primera escena, con el vuelo del moscardón y la voz del narrador que expone el nacimiento de nuestra protagonista:
“El 3 de septiembre de 1973 a las 18 horas, 20 minutos, 32 segundos, un moscón de la familia de las Calliphoridae, capaz de batir las alas 14000 veces por minuto se posaba en la calle St. Vincent, Montmartre.
En el mismo instante, en un restaurante cerca del Moulin de la Gallette, el viento se colaba como por arte de magia bajo un mantel haciendo bailar unas copas sin que nadie lo viera.
Al mismo tiempo en la avenida Trudain 28 quinto piso del distrito número 9 de París, Lujen Conerd, al regreso del entierro de su mejor amigo Emile Maginot, borraba su nombre de la agenda.
Siempre en ese mismo instante, un espermatozoide provisto de un cromosoma X perteneciente a Rafael Poulain se separaba del pelotón para alcanzar a un óvulo perteneciente a la señora Poulain, de soltera Amadine Foue. Nueve meses después nacía, Amélie Poulain.”
No fue un paseo cronológico el mío. Preguntando y preguntando acudí a los sitios y hasta creía cruzarme con algunos de los personajes de la película.
Por ejemplo, mientras caminaba, entre la muchedumbre, advertí la presencia de un señor que me resultó familiar. Mi subconsciente hizo que asociara a esa vieja persona, sentada en una mesa en la vereda, con Raymond Dufayel, el hombre de cristal, uno de los personajes más entrañables de la película, interpretado por el actor Serge Merlin. Cómo olvidar entonces, el tierno consejo de Raymond para Amélie:
“Verá, mi pequeña Amélie, usted no tiene los huesos de cristal, podrá soportar los golpes de la vida, si usted deja pasar esta oportunidad con el tiempo su corazón se irá haciendo seco y frágil como mi esqueleto. ¿A qué espera? Ande, vaya a por él.”
Unas cuadras más adelante llegué hasta la entrada del metro, en la estación de Lamarck-Caulaincourt. Fue una parada obligada para la foto. Es el punto donde Amélie se despide del hombre ciego luego de hacerlo feliz tras pasear con él y narrarle apasionadamente detalles de la vida circundante.
Luego ubiqué la calle Rue Lepic, en el número 15, donde en una esquina está el Café des Deux Moulins, lugar de trabajo de nuestra chica. Este sitio junto a la frutería del señor Collignon, en la Rue des Trois Frères, es otro lugar importante. Ambos se mantienen bastante similar a como se muestran en la cinta. En ambos locales una foto de Amélie da la bienvenida sonriente, cómplice y enigmática.
En esa frutería tiene lugar uno de los parlamentos más simpáticos del filme. La protagonista, delante de un grupo de señoras, le suelta al despiadado señor Collignon: “Usted nunca será una hortaliza porque incluso las alcachofas tienen corazón”.
De ahí enfilé hasta la Plaza Saint Pierre, donde está el hermoso carrusel que sorprende en la secuencia donde Amélie llama por teléfono a Nino, desde una cabina telefónica (colocada solo para la filmación), para entregarle entonces el álbum de fotos que él había perdido en la estación de tren.
“Cualquier otra chica habría llamado enseguida, habría citado al chico en una terraza para devolverle el álbum y así sabría si valía la pena seguir soñando o no. Eso se llama enfrentarse a la realidad”, describe el narrador.
Luego, ya de noche, culminó mi circuito tras las huellas de Amélie. Ascendí por las largas escaleras hasta al mirador del Sagrado Corazón, donde se disfruta de una vista única de París.
Meses después de ese viaje volví a ver la película. Advertí entonces que no es casual que Amélie viva su historia en Montmartre pues el barrio y ella son cómplices en el afán de grabarle un lindo recuerdo en la vida a los demás.