Estas instantáneas giran en espiral, como un ciclón, y salen con fuerza arrolladora de mis archivos fotográficos. Más que un puñado de fotografías documentales, son como huellas que he recopilado con mi cámara en varias regiones de Cuba tras los azotes de algunos feroces fenómenos atmosféricos.
Una y otra vez el desahucio de escenas como estas, captadas hace algunos años atrás, vuelve a aparecer.
Esta vez, la ira de la naturaleza apareció en la Isla en forma de huracán categoría 3 de 5 en la escala Saffir-Simpson. Llevaba por nombre Ian. Entró en la madrugada del martes pasado por la comunidad de La Coloma, en Pinar del Río, atravesó la ciudad cabecera y salió a primera hora de la mañana al mar, por Puerto Esperanza, en la costa norte de la provincia más occidental del archipiélago cubano. Durante cinco horas, la furia del violento Ian arrojó lluvias intensas, provocó fuertes penetraciones del mar y chifló rachas de vientos de hasta 208 km/h. Su paso dejó destrozos materiales y lo más lamentable: tres víctimas mortales.
Los huracanes son un fenómeno intrínseco de las circunstancias geográficas donde emerge el territorio cubano. Son parte de su historia y existencia.
“Símbolo indocubano” definió a esta feroces tormentas Don Fernando Ortiz, en el libro El huracán: su mitología y sus símbolos, un clásico de la Antropología social publicado en 1947, en México, por el Fondo de Cultura Económica.
El etnólogo cubano estudió varias de las creencias sobre los huracanes en las culturas indígenas de Cuba, como los Taínos y Siboneyes. La investigación establece cómo se entrelazan socialmente el arte, el mito y la religión en “relación con el meteoro más significativo de las Antillas: el sorpresivo viento que se convierte en huracán, elevado a deidad desde tiempos antiguos”, se puede leer en una reseña del libro.
Ortiz detalla en su texto que “el huracán es un meteoro de función rotativa, es precisamente un ciclón como los científicos han escrito con raíz griega, por el desarrollo circular o arremolinado del fenómeno. De ahí podremos deducir el simbolismo del ideograma helicoideo de los indocubanos y su hipotética relación con el dios Huracán. Esta estriba en que dicho dios, como el de los remolinos, de los vientos y de las tempestades en general, ha sido representado por todo el mundo con un símbolo de carácter giratorio, y por mayor abstracción esquemática, como una espiral. En el simbolismo dinámico del viento hubo que aceptar varios elementos, real o aparentemente de carácter giratorio; tales eran el movimiento centrípeto de los remolinos, las mangas y, los tifones, en su diversidad, tornadiza por todos los rumbos, y la procedencia de los vendavales más furiosos del hemisferio boreal”.
La relación entre lo simbólico y mitológico es un acto de construcción de la fe. Es como una deidad de los afectados para aferrarse y convivir en un territorio donde ya sabemos que los huracanes anuncian su posible aparición en la segunda mitad del año.
En este sentido, el año 2008 fue uno de los más trágicos para Cuba. En agosto apareció el huracán Gustav, de categoría 5 y con vientos de 340 km/h desbastando el Occidente del país. Luego vino el huracán Ike, de categoría 4 y vientos de 230 km/h para azotar el Oriente y atravesar hasta Pinar del Río.
Ese año, el trovador Silvio Rodríguez escribió “Huracán”:
Huracán huracán
que te llevas el mundo a volar
huracán huracán
que conviertes mi huerto
en campo desierto
huracán.
Huracán huracán
encadena tu ferocidad
huracán huracán
y no sueltes
hasta que la muerte
sea culta en piedad.
Huracán sopla bien
no arrebates salud
y no mires a quien
si es que llueves virtud.
Huracán huracán
necesito tratarte y quedar
huracán no atormentes mi sol
demasiados celajes oscuros
soporta el amor.
Huracán sopla bien
no arrebates salud
y no mires a quien
si es que llueves virtud.
Huracán huracán
repasando de nuevo el hogar
huracán si te veo volver
no tendré otra elección
que afrontarte y vencer
huracán.
La vida no es la misma para quienes han sufrido los latigazos de un huracán. No puede ser lo mismo para los que han perdido sus cosas, con tanto esfuerzo conseguidas por años y años. No lo puede ser tampoco para quienes han tenido que recomenzar a levantar techos y paredes y hasta sus recuerdos preciados desde lo arrasado. Las marcas del destrozo provocado por el paso de un huracán no se borran jamás.
Aun así, el fenómeno meteorológico no vence. El trovador Sindo Garay, en una especie de himno de la resistencia ante estos fenómenos, escribió hace casi un siglo “El Huracán y la palma” tras el paso del famoso y terrible ciclón del 26. El santiaguero, uno de los pilares en la historia de la canción cubana, se inspiró en una palma que, luego del huracán, cuando el campo había quedado como un cementerio forestal, quedó parada, estoica y firme aunque herida, con una madera atravesada en su tronco:
Silbaron los pinos auxilio silencio.
Los cedros tranquilos esperan dolor,
la ceiba frondosa temblando sonríe,
la hierba en el llano sumisa a morir.
Pero hay una palma que Dios solamente
le dijo al cubano cultiva su amor.
Erguida y valiente con blando capullo
que sirven de espada doblada hacia el suelo,
besando la tierra, batió el huracán.
De esa especie, de esa palma, de esa inspiración poética, estamos hechos cubanas y cubanos.