El 31 de diciembre está, como quien dice, al doblar de la esquina. De seguro somos un montón los que ya pensamos en el convite para despedir el no menos tortuoso año de 2021.
Cualquier fiesta entre cubanas y cubanos se arma rápido y sin que hagan falta para ello muchos recursos. Y si el motivo de la celebración es el fin de año, entonces se multiplican las expectativas.
Lo más sencillo es ponerse de acuerdo con respecto a quién abre las puertas de su casa como sede del festín. Así, se trata también de estar dispuestos a recibir lo mismo al familión, a los amigos que hasta a los colados. La música y el dominó no pueden faltar. Eso no es una dificultad porque, en Cuba, me atrevo a aseverar que “en cada cuadra una fiesta, en cada barrio un dominó…”, parodiando con todo el respeto los versos del compositor Eduardo Ramos en su Canción a los CDR. Y si de bailar se trata, eso también está garantizado, porque “tirar un pasillito al aire” es algo casi cotidiano en nuestras vidas.
Por otro lado, hay que asegurar las bebidas. Las etílicas, sobre todo, son las más caras. La cerveza ahora mismo está perdida pero “si no hay cerveza vamo’ a tomar: ¡Guayabita del Pinar!”, como cantaba Cándido Fabré con la Original de Manzanillo, en un tema que fue muy popular allá por los ochenta.
La cosa comienza a complicarse en el momento de decidir el menú. Ese sí es un tema serio y más en tiempo de escasez. Pero por muy duro que sea el actual panorama nunca faltará lo típico: el arroz congrí, la ensalada, las yucas y el postre. Más o menos todo eso se consigue.
Donde se “tranca el dominó” en los preparativos de la comilona del 31 de diciembre para cubanas y cubanos dentro de la Isla es en el manjar por excelencia del fin de año: el lechón asado.
Ahora mismo la libra de cerdo excede los 200 pesos. Un precio exorbitante para los bolsillos de la mayoría de mis compatriotas. Conseguir por estos estos días ya no un lechón completo para asar, como es la tradición, sino aunque sea un pernilito, unas libritas con gordo para hacer unos chicharroncitos y degustar mientras damos agua al dominó, es casi una preocupación nacional.
No es la primera vez que en Cuba estamos al borde de prescindir en nuestras mesas del cerdo. En el año 1971 y, luego en 1980, apenas se consumió esa carne, pues la peste porcina hizo estragos en el país y se tuvieron que sacrificar más de 250.000 de estos animales. Aun así, las masas fritas, chuletas y el crocante pellejo del puerco asado estuvieron presentes.
Tampoco en los duros noventa, en pleno Periodo Especial, con la economía deprimida como pocas veces en la historia de un país, faltó el lechón asado en los hogares cubanos. En esa época los marranos se convirtieron casi en miembros de la familia. Tenían sus moradas cochiqueras en patios, pasillos y hasta balcones y se alimentaban con las sobras de los vecinos.
Este 2021 la jugada está casi igual de apretada que la última década del siglo pasado. Pero que no cunda el pánico. Algo siempre aparece. Y aunque la carne de cerdo sea vapuleada por los embates inflacionarios y en consecuencia esté en peligro de extinción una de nuestras identidades festivas y culinarias, lo más importante siempre será reunirnos y abrazarnos, con los afectos, sin concernir qué hay sobre la mesa.
Mas, convengamos, que una fiesta de fin de año en Cuba sin nuestro Mamífero Nacional, como acertada y peculiarmente proponen distinguir a ese animal el dúo Buena Fé y Eliades Ochoa en una guaracha, pierde un poco de mística criolla.