Desde hace cuatro décadas, como metáfora perfecta de la cotidianidad diaria de la vida de cubanas y cubanos, el ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha, ese personaje universal creado por Miguel de Cervantes Saavedra en 1605, se alza desnudo, espada en mano y a horcajadas de su corcel Rocinante en una esquina de la calle más concurrida de Cuba.
Cualquier cubano o forastero que haya paseado por La Habana, sabrá que me refiero a la escultura emplazada en la calle 23 y esquina J, en El Vedado.
La obra lleva la firma del escultor cubano Sergio Calixto Martínez Sopeña (1930-1988) y fue inaugurada en 1980. Al día de hoy muy pocos deben conocer quién es el autor ni que la escultura lleva por nombre El Quijote de América.
Popularmente conocemos ese espacio público, ese lugar de encuentro para una cita o de orientación, ese sitio donde nace la parada de la ruta 95 y donde hay quizás el único baño público de la ciudad… como el Parque del Quijote.
Para realizar su monumental pieza Martínez Sopeña, con suma paciencia, usó la técnica de soldar centímetro a centímetro varillas de alambrón. Así dio forma a un caballero de triste figura y a su caballo famélico. En su conjunto la obra pesa 2 toneladas, tiene 4 metros de altura por 3.5 de largo y 2 de ancho.
La escultura completa descansa sobre las dos patas traseras del animal. El corcel está en postura rampante y su jinete, desafiante, con su espada en alza en la mano derecha, presenta un rostro con gesto de grito de guerra.
Podríamos deducir, entonces, que el escultor para recrear su obra se inspiró en el famoso pasaje del libro donde sucede la batalla con los molinos de vientos. Así se puede leer en el libro cuando Don Quijote emprende contra lo que cree son gigantes y no son más que molinos de vientos:
“(…) yo voy a entrar con ellos en fiera y desigual batalla.
Y, diciendo esto, dio de espuelas a su caballo Rocinante, sin atender a las voces que su escudero Sancho le daba, advirtiéndole que sin duda alguna eran molinos de viento, y no gigantes, aquellos que iba a acometer. Pero él iba tan puesto en que eran gigantes, que ni oía las voces de su escudero Sancho, ni echaba de ver, aunque estaba ya bien cerca, lo que eran, antes iba diciendo en voces altas:
—Non fuyades, cobardes y viles criaturas, que un solo caballero es el que os acomete.(…)”
Que el héroe y su legendario caballo estén despojados de toda vestimenta en esta escultura hace más singular a esta pieza. Esa elección del artista nos retrotrae a otra parte del texto original, en los comienzo donde el propio Cervantes describe a su protagonista:
“(…) hidalgo de los de lanza en astillero, adarga antigua, rocín flaco y galgo corredor… Frisaba la edad de nuestro hidalgo con los cincuenta años; era de complexión recia, seco de carnes, enjuto de rostro, gran madrugador y amigo de la caza.”
Otro detalle es la orientación en la que está enclavada la escultura. No apunta hacia la avenida 23, por donde estaría la entrada principal si tenemos en cuenta el lado más grande del parque. El Quijote de América enfila su metafórica cabalgata hacia el norte, donde a unas pocas cuadras está el mar bravío que separa por unas cientos de millas a Cuba y Los Estados Unidos. Cualquier alusión al diferendo histórico entre nuestras naciones no creo sea pura casualidad.
Pero quizás la cuestión que más llama la atención del conjunto escultórico es que falta Sancho Panza, el fiel e inseparable escudero de Don Quijote.
Es algo que, al parecer, el propio Sergio Martínez Sopeña hizo a propósito. Al artista lo obsesionaba la representación gallarda y utópica que encarna la personalidad de Don Quijote. De hecho, hizo otra escultura dedicada solo al personaje de Cervantes, titulada “Quijote” e instalada en el Palacio de Pioneros del Parque Lenin.
Luego, a esta obra, por reclamos de los niños, Sergio le agregó una escultura de Sancho Panza, la cual no alcanzó a terminar por su muerte y que la concluyó su esposa.
Si bien Sergio Martínez Sopeña es uno de los más reconocidos escultores cubanos del pasado siglo, pocas referencias encontramos sobre él, su obra y, en particular, el contexto en el que creo El Quijote de América.
Sabemos que con apenas 16 años, en 1946, ingresó a la Escuela Superior de Bellas Artes San Alejandro, en La Habana. Allí se especializó en Escultura y comenzó a colaborar con la obra de otros artistas hasta crear la suya propia que hoy está diseminada en varias regiones de Cuba.
Del mismo modo Sergio es reconocido por su labor pedagógica. Fue durante mucho tiempo Jefe de Cátedra y Profesor de Escultura de la Escuela Nacional de Artes. Así mismo fue miembro del Grupo Plástica Latinoamericana de Casa de las Américas y parte de la Asociación Internacional de Artistas Plásticos de la UNESCO.
Algunas piezas de pequeño formato de su autoría podemos apreciarlas hoy en el Museo Nacional de Bellas Artes, en el Museo de Escultura Pequeña, en la provincia de Las Tunas y el Museo del Humor en Gabrovo, en Bulgaria.
Los que conocieron a Sergio cuentan que era de alma quijotesca. Tanto así que construyó por afán propio y con escasos medios un parque infantil para el divertimento de sus vecinitos del reparto Eléctrico, en La Habana, donde vivía y tenía su taller.
En la pieza de concreto que rodea la base de la escultura El Quijote de América, hay una placa de bronce con una inscripción del propio escultor, que nos los revela en toda su dimensión quijotesca:
“Porque somos de España en Lorca, en Machado, en Miguel. Porque España es la última mirada de sol del Pablo nuestro. Porque no hemos nunca medido el tamaño de los molinos de viento, sentimos bajo nuestros talones el costillar de Rocinante.”
Y así, el más célebre personaje de la literatura hispanoamericana, que nació hace cinco siglos en tierras del viejo continente, cabalga valiente en un parquecito de una Isla del Caribe desnudo, desgarbado, pero siempre desafiante.