En Río de Janeiro hay un micromundo de estrechas calles y casas que se superponen unas sobre otras, donde la vida pulsa con una energía singular. Son las famosas favelas, a menudo estigmatizadas pero tan emblemáticas para la ciudad como los barrios Copacabana, Ipanema o Leblon.
Las favelas representan una faceta compleja de la vida urbana. Son asentamientos informales en los que las viviendas se levantan de manera improvisada, con calidad a menudo deficiente y un acceso limitado a servicios básicos como el agua potable.
Estas comunidades enfrentan una alta densidad poblacional. La tenencia de la tierra suele ser incierta, lo que contribuye a la inseguridad y la precariedad entre los moradores. Estas condiciones han dado lugar a violencia y narcotráfico, creando un entorno desafiante para los residentes.
En un país con 190 millones de habitantes, según el censo de 2010, aproximadamente 11,4 millones viven en favelas. En el estado de Río de Janeiro, donde viven más de 16 millones de personas, se registran 1 018 favelas, que concentran el 22 % de la población, más de un millón de personas según datos del IPP de 2016 (Instituto Municipal de Urbanismo).
Hasta los años 90 las favelas de Río de Janeiro no aparecían en los mapas oficiales de la ciudad y eran vistas como una lacra social que debía ser extinguida.
Durante décadas, las favelas solo se han conocido como lugares dominados por la inseguridad y el narco. La imagen se consolidó hace más de veinte años con el estreno de la película brasileña Ciudad de Dios, que narra a lo largo de tres décadas historias violentas ambientadas en una de las favelas más peligrosas de Río de Janeiro.
El filme, basado en la novela de Paulo Lins y nominado a cuatro premios Oscar, atrajo la atención de la prensa internacional. The New York Times lo describió como una “irresistible crónica del crimen”. El sensacionalismo en torno al filme contribuyó a difundir estereotipos sobre los barrios marginales brasileños, alimentando la discriminación y el estigma hacia estas comunidades. Los medios de comunicación resaltaron el peligro de transitar por las favelas, perpetuando una visión negativa y simplificada de la realidad de sus habitantes.
A lo largo del tiempo mucho ha cambiado en las favelas, aunque persisten problemas. Cada vez más personas comienzan a ver estas comunidades no solo como lugares de peligro, sino como barrios vibrantes y llenos de vida. A medida que se reconoce la riqueza cultural y la resiliencia de los habitantes de las favelas, se está produciendo un cambio en la percepción.
Recorrido por Rocinha
En los últimos años ha surgido la posibilidad de ingresar de manera segura a algunas favelas. A través de una rápida búsqueda en internet, pueden encontrarse numerosos sitios que promueven “Favela tours”. La demanda de estos recorridos se incrementó especialmente en los años previos a la Copa Mundial de Fútbol de 2014 en Brasil.
A través de las redes sociales me puse en contacto con uno de los tours. No quería hacer un safari a bordo de un jeep blindado y, mucho menos, que fuese un paseo obra de la romantización de la pobreza. Mi intención era encontrar una oportunidad genuina para conocer más de cerca la dinámica social, la historia del barrio y entablar conversación con sus vecinos. En dos palabras, formarme un criterio propio sin depender de una película o de referencias llenas de estereotipos.
Así conocí a Alessandro, guía turístico que ofrece recorridos por Río de Janeiro. Sus itinerarios abarcan, entre otros, visitas al centro histórico de la ciudad, excursiones al famoso Pan de Azúcar y al icónico Cristo Redentor en el Corcovado. Pero lo que distingue al joven y simpático carioca de los guías turísticos convencionales, es un profundo conocimiento y conexión personal con las favelas, donde nació, se crió y vive.
“¡Hola, amigo! Hablo muy poquito español, pero podremos comunicarnos. Nos vemos mañana a las 10:00 a.m. en la estación de metro São Conrado. Vamos a hacer un recorrido muy interesante”, me comentó Alessandro por teléfono, con acento portugués y una cadencia pausada.
Alessandro me llevó a conocer Rocinha, una de las favelas más grandes y famosas de Brasil. Situada en una colina al sur de Río, el barrio se caracteriza por sus calles empinadas y sinuosas. Con una extensión de casi 900 mil metros cuadrados, alberga a más de 70 mil habitantes según el censo de 2010, aunque otras estadísticas sugieren que la cifra podría ser el doble.
A la hora y en el sitio pactados nos encontramos. Afables como suelen ser los brasileños, en cuanto me reconoció entre la gente, Alessandro me soltó de nuevo un “¡Hey, amigo!” con inmensa sonrisa y estrechón de manos.
Nos subimos a un bus, uno de los medios de transporte público que prestan servicios dentro del barrio. Ascendimos durante unos 15 minutos por la serpenteante calle principal. A medida que subíamos, se dibujaba un paisaje urbano de casas de tres o cuatro pisos muy cercanas unas a otras, y grandes telarañas de cables de electricidad a los que llaman popularmente espaguetis. Había comercios de ropa, electrodomésticos y tecnología abiertos de par en par, así como locales de comida rápida, bancos y mototaxis que subían y bajaban, junto con un constante ajetreo de gente.
Nos bajamos en uno de los puntos más elevados del barrio, donde hay un mirador desde el cual puede disfrutarse de una vista única: la tupida selva se encuentra con la hermosa playa de Ipanema en la distancia. A nuestros pies, a poca distancia de la favela y en medio del intenso verde de la naturaleza, se sitúan las fastuosas casas de los barrios Gávea y São Conrado, dos de los más adinerados de Río. Contraste en todas partes.
La parada le sirve a Alessandro para contar cómo surgieron las favelas hace más de un siglo y cómo fueron poblándose. La mayoría de los habitantes llegaron del noreste brasileño, una zona muy pobre, en busca de oportunidades. “Los moradores de aquí son gente muy solidaria y trabajadora”, enfatiza.
Alessandro comparte datos reveladores que ilustran la exclusión histórica de las comunidades y sus habitantes: Rocinha, a pesar de existir durante casi cien años, solo fue oficialmente reconocida como barrio en junio de 1993 mediante un decreto.
Comenzamos a descender a pie por las calles zigzagueantes. Le pregunto a mi guía si podía andar con la cámara a la vista y, con una sonrisa, me responde que sí. “Sólo no le saques fotos a los niños y, más adelante, en un tramo del recorrido te aviso para que la guardes”, me advirtió.
Mientras bajábamos, Alessandro se cruza con conocidos. Lo saludaban afectuosamente. Se detenía a charlar unos minutos y me presentaba como su amigo.
Alessandro no sólo me guía por las estrechas calles y la vida cotidiana de la zona. Durante el recorrido, busca mostrar no solo la complejidad del barrio, sino además desafiar estereotipos y promover la comprensión y el respeto hacia estas comunidades marginadas de la ciudad. Señala dónde se encuentra un círculo infantil, luego una escuela primaria y un centro de salud.
Hacemos otra parada en un gran mural que cuenta un poco la historia de Rocinha. Los coloridos pasajes en la pared relatan el orgullo de un barrio y son testimonios del talento y la creatividad de los artistas locales.
Entre las escenas hay un auto de carrera. Alessandro cuenta que en las sinuosas curvas de la autopista de Gávea se llevaron a cabo las emocionantes carreras automovilísticas del circuito de Gávea, entre los años 1933 y 1954. “Este trecho de la autopista que atraviesa Rocinha recibió el apodo de “Trampolim do Diabo” (Trampolín del Diablo), debido a la peligrosidad y la intensidad de las competiciones en la zona”, añade.
Otra parte del mural que llama la atención es la representación de un adolescente armado que dispara corazones hacia la ciudad.
Abandonamos la calle principal y nos adentramos en un pasillo laberíntico. Estos estrechos conductos, por donde a veces apenas puede pasar una persona, son como las venas de las favelas. En algunos tramos ni siquiera llega un rayo de luz del sol. Imagino el ingenio con que hay que vivir aquí.
Después de andar varios de estos pasillos, llegamos a una arteria muy transitada. En medio del bullicio se volvía a ver numerosos comercios. Alessandro me aconsejó que no tomara fotos.
Solo habíamos caminado unos metros cuando nos topamos con dos jóvenes descamisados y armados con ametralladora y pistola. Más adelante observé a otros armados hasta los dientes que cruzaban la calle a un par de metros de nosotros. Los seguí con la mirada. Se dieron cuenta, sonrieron y me saludaron pulgar arriba. A media cuadra otra persona caminaba con una pistola en la cintura y un fusil colgado del hombro. “¿Son de verdad las armas?”, le pregunté incrédulo a mi guía, que asintió como si estuviera acostumbrado a escuchar la pregunta de boca de los forasteros.
Estábamos en una zona controlada por el narcotráfico y las pandillas. La situación fue impactante, pero me sentí seguro al ver a Alessandro tan tranquilo.
Dentro del barrio no percibí presencia policial. Según Alessandro, la policía no entra sino en operativos especiales. La seguridad está bajo el control de estos grupos o pandillas, y solo vimos presencia policial en la entrada del barrio.
Las redadas policiales en las favelas de Río de Janeiro, donde los enfrentamientos armados entre las fuerzas del orden y los traficantes son frecuentes, es una realidad. Sin embargo, estas tácticas son objeto de crítica por parte de expertos y defensores de los derechos humanos, quienes argumentan que las acciones tienen un impacto limitado en el combate contra el crimen organizado.
(Al día siguiente de mi visita, las noticias de Río de Janeiro estaban dominadas por un megaoperativo policial llevado a cabo en varias favelas de la ciudad, el cual resultó en la muerte de al menos siete personas).
Después de casi tres horas, nuestro recorrido llegó a su fin en la “Passarela da Rocinha”, un impresionante puente peatonal diseñado por el renombrado arquitecto Oscar Niemeyer.
Al otro lado, en otra montaña, se encuentra Vidigal, la favela que todos ven cuando se reúnen en La Piedra de Arpoador, ubicada entre las playas de Copacabana e Ipanema, para disfrutar de la puesta de sol. “Esa, la favela donde están las mejores vistas de Río de Janeiro, es donde nací y vivo. Tienes que conocerla en un próximo viaje”, me dijo con orgullo el guía antes de despedirnos.