Getting your Trinity Audio player ready...
|
Cada miércoles, desde hace casi dos años, alrededor del Congreso de la Nación, Buenos Aires, se congregan jubilados que salen a protestar contra las políticas de recorte del Gobierno de Milei.
Abuelas y abuelos marchan para exigir una mejora en sus paupérrimas pensiones y la restauración de subsidios a los medicamentos que les fueron cortados, entre otras medidas que afectan a esta parte tan vulnerable de la sociedad. Lo que no ha cambiado es la respuesta del Gobierno: represión.
El miércoles 30 de julio, mientras cubría como prensa la manifestación, la escena se repitió: la policía, con camiones hidrantes, escudos, tonfas, balas de goma y gases lacrimógenos, se hicieron presentes para cercar a los manifestantes y atemorizarlos. En medio de esa violencia, una abuela decidió enfrentarlos; pero de una manera que nadie esperaba.
La señora salió de la columna de jubilados y se dirigió directamente hacia el pelotón de uniformados. Uno por uno, abrazó, besó y acarició con sus manos frágiles los puños cerrados de los agentes, cuyos rostros permanecían impávidos detrás de la máscara acrílica de sus cascos, mientras se mantenían firmes y en posición, como si la orden de reprimir fuera inminente.
Uno de los oficiales, aparentemente un superior, gritó con desprecio: “¡Es una vieja loca!”. Ella no se detuvo. Continuó repartiendo besos y abrazos, hasta que terminó de recorrer la fila. Luego, con una leve sonrisa, se fue bailando con total naturalidad.

Aunque fueron apenas minutos, ese breve lapso bastó para que esa abuela, esa figura de piel surcada por el tiempo y una estampa tierna, desarmara nada menos que con besos y abrazos a todo un cuerpo de policías, que parecían sacados de una película de Hollywood.
La abuela había logrado, con su ternura, neutralizar la violencia de un modo inesperado. Acto seguido, sin embargo, la represión se desató con furia: gases pimienta y lacrimógenos, bastonazos y disparos de balas de goma.

Pero a diferencia de esta, a la que lamentablemente ya estamos acostumbrados, la escena de la abuela y sus besos siguió resonando en mí y resultándome, por algún motivo, incluso familiar. Como si la hubiera vivido antes.
Fue entonces cuando recordé una canción de Silvio Rodríguez, “El hombre extraño“, que le dedicó a Víctor Jara en su mítico concierto en Santiago de Chile en 1990.
En ella, Silvio canta sobre un hombre que “besaba todo lo que hallaba a su paso”, y sobre cómo los cuerdos lo encerraron, lo quisieron desaparecer. “Cuentan que en su celda / besaba sus zapatos, / su catre, sus barrotes, / sus paredes de barro”, dice la letra.
La abuela, en ese breve instante, me hizo recordar al extraño personaje de la canción, que sembraba amor por doquier, incluso más allá de su propia vida: “un día, sin aviso, murió aquel hombre extraño” y “desde el cielo, los pájaros descubrieron que al mundo / le habían nacido labios”.

Una foto de la abuela compartida en mis redes sociales se viralizó rápidamente. Se convirtió en el “beso de la abuela”, aunque yo la había bautizado “la abuela extraña”.
Pero detrás de la foto, encontré mucho más: varias personas me contaron que la abuela se llama Delia y es la hermana melliza de Jorge Donn, uno de los más grandes bailarines argentinos. Jorge interpretó el Bolero de Ravel en la escena final de la película francesa Los unos y los otros. En su honor, desde 1994, se celebra en Argentina el Día del Bailarín, cada 28 de febrero, su fecha de nacimiento.

Cuando Delia y Jorge llegaron al mundo, en 1947, el destino parecía trazarles caminos muy distintos. Ella pesaba apenas un kilo, su cuerpo frágil apenas se movía y su llanto era casi imperceptible. Mientras tanto, su hermano, con 3 kilos, llegó al mundo lleno de fuerza y energía, como si ya supiera que su destino estaba marcado por la vitalidad.
Ante la incertidumbre sobre la salud de Delia, los médicos no daban esperanzas, pero la comadrona, cuentan, con mirada confiada, afirmó: “La niña tiene buen corazón”, presagiando, a pesar de referirse al órgano, que la fortaleza de Delia radicaría más que en su cuerpo, en su espíritu.

En una entrevista reciente, Delia compartió: “Tener buen corazón ha sido el leitmotiv de mi vida”. No es sorprendente, entonces, que siga regalando besos, abrazos y bailando.
También contó, con humor: “Tuve tres maridos y quedé viuda tres veces. Nadie quiere venir ahora, me tienen miedo”. A pesar de las adversidades, nunca dejó de aprender. “Antes de que muriera mi tercer marido, me enseñó computación y me dediqué a estudiar. Hice la mitad de la carrera de Derecho libre. Soy una discípula del universo. Busco las verdades de todos los espacios y tiempos que existen, existieron y existirán. Por eso mucha gente me dice que soy sabia”.

Jorge, su hermano, murió en 1992, a los 45 años, reconocido mundialmente como uno de los más grandes bailarines de la historia. Delia, en cambio, sigue aquí, entre los cuerdos y los insensibles, abrazando y besando policías en medio de la barbarie; demostrando, a su manera, que el amor es la mejor forma de resistencia.