Mañana de domingo en París. Camino por una calle estrecha, guiado por un ajado mapa turístico. Voy en busca de la torre de la Bastilla, símbolo referente de la Revolución Francesa. Pero estoy perdido. Llego a una plaza llena de gente, que vende todo tipo de cosas y hay puestos de frutas y verduras.
Definitivamente caminé varias cuadras contrario al monumento histórico. Mas, gracias a esa contingencia, pasé varias horas merodeando por uno de los lugares más cosmopolitas y escondidos de la Ciudad Luz: la Place d’Aligre (plaza Aligre) y el mercado del mismo nombre.
Ubicado en el Distrito XII de París, a simple vista parece ser un parque sencillo, de forma semi circular, en cuyo centro se yergue un campanario conocido como el “pequeño ayuntamiento”. En sus contornos hay edificios familiares de mitad del siglo pasado, sin grandes atractivos arquitectónicos.
Lo seductor de este sitio es la dinámica que sucede a sus alrededores, donde sobresale el mercado, el más barato de la ciudad. Dicen que, aunque siempre fue así de populoso, comenzó a crecer a partir del siglo XIX, con la apertura de la cercana estación de trenes Gare de Lyon. Con este hecho se hizo visible en la zona el asentamiento de inmigrantes del norte de África -que llegaron en tren desde Marsella-. Muchos de estos recién llegados comenzaron a comercializar en el mercado en Aligre productos de diferentes regiones francesas.
El mercado Aligre se divide en dos. Una parte en los bajos e interiores de uno de lo edificios, donde se venden hierbas y especias exóticas, comidas elaboradas, carnes y pescado fresco.
La otra sección es al aire libre. Dentro de la plaza se improvisa una de esas ferias popularmente denominadas como de pulgas, donde se venden ropas usadas y viejas, zapatos, electrodomésticos, libros, cuadros, antigüedades y cualquier objeto inverosímil. Ese ambiente se extiende a lo largo de dos cuadras por la calle Aligre, donde en puestos de venta improvisados se encuentra frutas frescas, hortalizas, verduras, flores y más.
Quizás una de las experiencias más encantadoras de visitar la plaza y el mercado Aligre, es comprobar cómo este barrio es un escenario de mezcla como pocos. Aquí coinciden personas de varios orígenes, nacionalidades y condiciones. Casualmente fue en un café de esta Plaza donde leí, en un diario, un dato que me quedó fijo en la memoria: “el 40% de los parisinos nacidos en la primera década de este siglo, tienen al menos un padre o abuelo inmigrante”.