No tuve el honor de ser alumno del intelectual cubano Juan Valdés Paz (La Habana, 1938-2021). Tampoco tuve la dicha de estar cerca suyo y cobijarme en su personalidad sencilla, generosa y hasta reparadora. Mi consuelo es haberme nutrido de su pensamiento por medio de sus libros, y algunas charlas a las que tuve la oportunidad de asistir.
Una vez pensé en mandarle a Juan un manojo de fotos que tomé en Cuba, en 2019, y confesarle que, aunque él no lo supiera, de alguna forma era coautor de aquellas instantáneas. O, mejor, agradecerle y devolverle estas, sus fotos. Y es que este politólogo y sociólogo había contribuido con su sabiduría a la manera en que disímiles escenas de nuestro país captaron mi atención.
Eso de hacerle llegar las fotografías se me ocurrió mientras volaba en un avión, en un viaje de 10 horas entre La Habana y Buenos Aires y subrayaba párrafos y párrafos de uno de sus libros.
El texto de Valdés Paz al que hago referencia es El espacio y el límite: estudios sobre el sistema político cubano, publicado por el Instituto Cubano de Investigación Cultural Juan Marinello y Ruth Casa Editorial, en 2009. Es un estudio agudo, que toca con sentido crítico y sin temores varios hilos institucionales, políticos y democráticos en Cuba.
Recuerdo con grata sorpresa la parte dedicada a la participación popular en Cuba después de 1959. Según mi percepción, este es un tema que dentro de la Isla se diluye entre los discursos y las consignas vacías. Pero Juan lo salva y nos lo presenta sin eufemismos. Es tan grande su análisis y lucidez, con tantos asideros teóricos, que este material bien podría ser de obligada consulta para quienes manejan la política cubana. Creo que en estos tiempos de dureza, estaríamos a mejor resguardo.
Ahora busco ese libro en mi biblioteca, voy al apartado donde trata esos temas, ya en el capítulo final, y entre mis subrayados encuentro que, por ejemplo, el autor considera políticamente que “solo un mayor grado de implicación de la comunidad territorial en la formulación e implementación de estrategias de supervivencia y desarrollo puede ayudar a una solución de las dificultades presentes”.
Y en tal sentido, en otro párrafo, resume: “la democracia participativa ha de concebirse no solo como una estrategia de la transición socialista, sino también como uno de sus objetivos finales, cuyo logro más o menos lejano determine desde ahora la orientación y el modo de la Revolución”.
Y ahí voy a otras páginas, donde destaco una idea alrededor de la sociedad civil. Juan, en el epílogo del libro, apunta que la sociedad civil cubana está formada en su mayoría por organizaciones de masas que “forman parte a la vez del sistema político y del sistema civil, es decir, tienen un pie en la sociedad civil y otro en el sistema político”.
Acto seguido alerta sobre una falla grave de estas instituciones en el quehacer diario de la sociedad cubana.
“El famoso paradigma leninista plantea que estas organizaciones son correas de transmisión que suben las demandas de la sociedad y bajan las orientaciones de la dirección de la revolución; con el paso del tiempo y por razones no muy claras, estas correas bajan muchas directivas y suben pocas demandas. Entonces, un tema que se debate es el papel desvirtuado, deformado, de esta institucionalidad que son las organizaciones de masas”.
Al desmenuzar sobre la participación Juan no elude ningún tema candente. Es más, sale a buscar “al toro” y “lo toma por los cuernos”. Tal es el caso cuando marca falencias “en el funcionamiento de los medios de comunicación de masas, es decir, del papel, el manejo, la eficiencia del sistema de comunicación, así como de su carácter verticalista, el cual —al igual que sucede en las organizaciones de masas— baja mucha información, propaganda y directivas, pero sube pocas demandas, críticas, evaluaciones, etcétera, desde la sociedad”.
Sus reflexiones en torno a la participación popular y la descentralización del Estado no se agotan. Sobre esos temas volvió a explayarse y dejó definiciones claves una y otra vez y en diferentes tribunas.
En una entrevista en 2016, publicada por el blog “Catalejo” de la revista Temas, dentro de la serie “¿Qué socialismo?”, Juan advierte sobre la necesidad de “empezar por terminar con la identidad de socialismo y Estado. La nuestra es una república socialista que tiene un Estado, pero la república no es el Estado. Por lo tanto, el primer problema que creo que enfrentamos es cómo desestatizar el socialismo cubano; ¿en favor de debilitarlo, de establecer dominios privados? No, en función de más autogobierno y más autogestión. Hay que desarrollar las formas autogestionarias de todo tipo —cooperativas, asociativas, comunalistas, etc.— y hay que desarrollar las formas de autogobierno, lo que sugiere una enorme descentralización del actual modelo de Estado y de Administración Pública que tenemos.”
Acto seguido apunta a un gran problema y “es lo que voy a llamar de una manera poética, un mayor alcance —yo diría notable— de su desarrollo democrático. Tenemos enormes déficits en este sentido, que han sido legitimados como restricciones impuestas por la confrontación con Estados Unidos. Pero el socialismo no puede posponer indefinidamente la democracia que ha prometido”. Esa idea debería estar pintada en letras mayúsculas en las paredes públicas de toda Cuba.
Un par de meses antes de mi viaje a la Isla, en abril de 2019, lo fui a ver a Juan a una charla en Argentina sobre el presente de Cuba y la recién entonces aprobada Constitución, que había entrado en vigor apenas unos días antes de ese conversatorio.
En esa ocasión y luego de explicar la importancia de la nueva Carta magna cubana, volvió a insistir con la urgencia de engrasar y renovar los mecanismos de participación.
Ante un auditorio en su mayoría compuesto por personas con un juicio romántico y épico hacia la Isla y su gobierno, el sociólogo cubano dijo que uno de los desafíos que presentaba el desarrollo democrático y la participación política en Cuba era la edificación de una cultura que lo acompañe y lo oriente, y que lo convierta en una norma de valor para toda la sociedad. Entre la reminiscencia de esa tertulia y la inmersión en su libro en pleno vuelo, aterricé en Cuba a mediados de 2019. Luego de varias semanas entre familia y amigos, y de zapatear varias ciudades emprendí el viaje de retorno al sur, cargado, como siempre, de muchas fotografías.
Nunca le mandé las fotos a Juan. Quedó solo como pensamiento efímero en aquel vuelo de Cubana de Aviación donde pasé la mayoría del tiempo garabateando su libro. Cuando supe el pasado martes la triste noticia de su fallecimiento, sentí eso como una falta de mi parte, una deuda personal.
Pero ahí está mi registro fotográfico de nuestra Cuba que, de cierta forma, son también las fotos de Juan. Volver una y otra vez a sus ideas y miradas es asistir a un proceso de interpelaciones y enfoques disímiles de las realidades que nos estallan a diario.
También nos convida Juan a no esquivar nuestros problemas, contradicciones y hasta conflictos. Cuando eso suceda hay que recordar su discurso en el homenaje por el Premio Nacional de Ciencias Sociales y Humanísticas, que le fue dado el 14 de febrero de 2015 durante la XXIV Feria Internacional del Libro de La Habana. Entonces, Juan Valdés Paz expresó que una de las lecciones que había aprendido en su vida era la de aferrarse “al principio ético […] de que ‘la verdad es la verdad la diga Agamenón o su porquero’.”
Excelente Kaloian…tuve la suerte de conocerte en la Universidad de Holguin