En La Paz y El Alto, en Bolivia, para los limpiabotas un pasamontañas es tan imprescindible para realizar su labor como el cajón, las latas de betún o los cepillos. Estos trabajadores -alrededor de 3000 según dan cuenta distintas federaciones y fundaciones relacionadas con el trabajo en el país andino- desandan la ciudad sacándole brillos a los zapatos de los transeúntes que solo les conocen sus ojos porque van totalmente enmascarados.
El uso del pasamontañas, símbolo de lucha política, tiene que ver en este caso con la discriminación social que sufren los que practican este oficio en la capital boliviana.
Los que se cubren el rostro son niños, adolescentes y jóvenes. Hay otros limpiabotas que andan a cara descubierta pero son personas ya mayores, que no vagan por las calles sino que tienen sillones fijos en salones de limpieza de calzado, locales propios o ferias.
“Los motivos de discriminación y menosprecio dependen de la edad y de la posición que ocupa cada chico lustra calzado en la sociedad. Los adolescentes y jóvenes adultos se cubren la cara para no ser objeto de burla por parte de los compañeros de escuela o del barrio en el cual viven”, escriben los sociólogos Antonella Scarnecchia y Robin Cavagnoud, en una investigación titulada “Los chicos lustra calzados de La Paz: el uso del pasamontañas como forma de máscara y símbolo de identidad”, publicada en El Boletín del Instituto Francés de Estudios Andinos (IFEA).
Este fenómeno no siempre fue así. Hasta la década del ochenta del siglo pasado, lo limpiabotas se resguardaban solo la boca y la nariz con un pañuelo para protegerse del polvo de las calles y el frío. También usan sombrero o gorra para cuidarse del sol. Según el estudio citado, ponerse el pasamontañas permite fundar una nueva relación sociológica, asumir una nueva personalidad como resguardo ante la humillación:
“La identidad se puede considerar como una máscara ficticia, imaginaria, cambiante según las necesidades y la situación, e influenciada por una variedad de factores internos y externos al individuo que determinan su relación personal con el entorno. A la vez, la máscara como objeto físico expresa la pertenencia a una cultura y a una tradición, participando de hecho en la construcción de un sentido social y simbólico. Como hecho total, es capaz de crear una identidad nueva, diferente de la propia y a veces opuesta, que desafía los límites del individuo y lo hace partícipe de otra comunidad, la de los enmascarados, que tienen la posibilidad de cambiar su «yo» y apropiarse del yo de la máscara aunque sea por breves momentos. Por lo tanto, el uso y el papel de la máscara permiten, de forma simultánea o disociada, esconder la personalidad, hacer perder la identidad y crear otra identidad”.
En todo esto resulta paradójico y hasta hipócrita que el histórico oficio de limpiabotas, tan honroso como cualquier otro, sea tan demandando entre los bolivianos como subvalorado y agraviado socialmente.